28 enero 2007

Todo sobre los curas de mi madre


No es muy seguro que mi madre, que ya está algo mayor, pueda llegar a disfrutar el delicioso futuro que nos pronostica el Sr. Mantel para dentro de cinco años: “Los curas serán lagartos con pintas amarillas y en vez de crucifijos tendremos pieles de tomate en las iglesias”.

Mi madre sufre mucho por culpa de los curas. La misa es su única diversión, pero una misa será divertida o aburrida en función de quien la cante. Y así como no todo el monte es orégano, hay curas que cantan como Britney Spears y otros que lo hacen como el culo.

A mí me tocó hacer la primera comunión con los hermanos Calatrava. Eran dos curas gemelos, viejos como castañas, bajitos y feos. Tenían menos gracia que un puercoespín aplastado al borde de una cuneta. Pero mientras esperábamos por la ceremonia, hubo una pelea en la sacristía, se escucharon gritos y aspavientos y al poco hicieron aparición ante el Santísimo Sagrario, en pleno Altar Mayor, el cura y la sacristana peleándose al más puro estilo Rocky Balboa. El cura le dio patadas a la vieja. Un escándalo de muerte. Las madres retiraron a sus niños, salimos todos afuera. Luego algunos volvieron, mi madre no me dejaba, que mi niño no, pero al fin, viendo que se me iba a quedar pequeño el traje de marinero si lo dejaba para otro año, me permitió hacer la comunión con aquel cura en pecado mortal. La pelea, por cierto, fue porque el cura y la sacristana no se ponían de acuerdo respecto a que patena usar para la consagración de las hostias, y dentro de la sacristía el cura acabó esparciendo las obleas por el suelo y las pisoteó con rabia.

Cuando se marcharon los curas Calatrava llegó un cura joven y guapo, más o menos un Padre Amaro. Vestía pantalón y suéter, sin alzacuellos. Confesaba a las chicas mientras paseaban por por la plaza. Todas estaban enamoradas de Don Manuel, que también se bañaba con ellas en la playa ¡en bañador! (de esos marca paquetitos, que estaban de moda en los años 70). La sacristana lo criticaba, pero mi madre le decía que cómo se iba a bañar si no es en bañador, que desnudo no podía ser…

La sacristana nos tenía mucha rabia a los niños. Nos miraba atravesada, y no nos dejaba pisar la alfombra roja. Ella lo que amaba era sus gatos, a los que alimentaba con sardinas compradas con el dinero de las ofrendas.

Más tarde hizó aparición un curazo grandullón que había sido Teniente del Ejército. Fue en 1975, y mi madre sufrió mucho porque no le quiso hacer funeral a Franco. Se enfadó con él y dejó de asistir a la Iglesia. Esto nos salvó a mis hermanos y a mí, durante una buena temporada, del madrugón de la misa dominguera. Luego, cuando vino otro y mi madre intentó retomar la costumbre de obligarnos, ya estábamos más crecidos y nos negamos.

La era de los galácticos llegó con el fichaje del llamado cura Maradona. Como el cura era compartido, los del pueblo de al lado, el eterno rival que presumía de tener farmacia y gasolinera, hicieron colecta y compraron un chalet para ponérselo como casa parroquial. Un fichaje millonario, como el futbolista argentino del mismo nombre (pero no tan famoso) que por aquella época había firmado por una cantidad escandalosa de dinero con el FC Barcelona.

Hasta hace muy poco mi madre había tenido estabilidad, estaba satisfecha con los curas que, uno tras otro, se habían sucedido al mando de la parroquia. Llegó a ser tesorera del Comité Local de Cáritas, no sin dificultades, ya que con el primer dinero pretendieron beneficiar a algún desfavorecido del barrio y no encontraban un jodido pobre. Finalmente, eligieron la casa de una mujer sucia y le tocaron en la puerta con el donativo. La mujer les respondió que ella era sucia y gandula, que el marido la había dejado con un hijo bruto, otro bobo, otro violador y dos oligofrénicos, pero que no era pobre como para aceptar limosnas y que se fueran con viento fresco. Como ven, no es fácil ganar el cielo. Si no hay pobres para socorrer, uno lo tiene difícil.

La situación actual de mi madre respecto a los curas es que está deprimida. Y creo que se va a morir del disgusto porque, como he dicho, su única diversión es la misa. Lo que ha ocurrido es que les han desterrado al cura bueno que tenían desde hace unos años, y lo han sustituido por un jovencito que ella dice que o bien tiene el SIDA o bien está anoréxico, y que no les hace puto caso a las viejas, que da las misas como el culo, que es desabrido como un caldo de recortes de uña, y que no hay esperanza.

Lo peor es que la semana pasada el cura tenía catarro y, según consagraba las hostias, estornudaba y tosía y moqueaba y se llevaba la mano a la boca para contenerse y rascarse la picazón de la nariz. Luego, con esas mismas manos mocosas y estornudadas, les repartía las hostias a las viejas. Mi madre casi se muere de asco, se inventó pecados que no tenía para no comulgar. Vino a casa opilada. Llamó al cura de antes para decírselo, llamó al arcipreste y, como no le hicieron caso, pidió hablar con el obispo. Nada. Se hicieron los suecos. A mí me lo contó y me pareció muy grave. Le dije que yo mismo mandaba un fax a Inspección de Sanidad y lo hice.

Jeje. Pues resulta que surtió efecto, y que lo llamaron al curita anoréxico y le ordenaron que para decir las misas, mientras tuviera catarro, que usara mascarilla sanitaria y guantes de látex para repartir las hostias. Lástima que no estuviera yo allá. Me hubiese quedado una foto antológica.

En su día hubo el cura Maradona. Ahora tienen el cura Michael Jackson.

22 enero 2007

La mormona y la serpiente



Lo que voy a contarles ocurrió hace ya ocho años. No es necesario que cambie nombres ni datos, porque es altamente improbable que ella pueda leer esto.

Eran las tres y media de la tarde. Yo acababa de regresar del trabajo y estaba duchándome cuando sonó el interfono. ¿Quién podía ser a esa hora? Salí chorreando el suelo y respondí. Era una chica de acento extranjero, apenas se hacía entender, que si podía recibirla para una información. Me disculpé, que estaba sin vestir, duchándome, que el almuerzo… Pero ella insistía que usted recibir para una conversación que es importante. Traté de explicarme nuevamente, esta vez en inglés. Le dije que estaba desnudo (¿cómo era desnudo en inglés).

-Yo no importar la serpiente. ¿Poder subir?

¿Qué demonios decía esa loca de una serpiente? En fin. Ese día no estaba de mal humor y decidí abrirle. Me dio justo tiempo de ponerme por encima el albornoz, y la hice pasar, expectante.

-Mío nombre es Caroline. Quiero hablarle de la palabra de Dios.

Acabáramos. Cuando me entregó un ejemplar de la Biblia supe que había caído en la trampa. Era una evangelizadora mormona, y yo muerto de hambre. Y encima me di cuenta de que al querer explicarle que estaba desnudo le dije “snake” , en lugar de “naked”. De todas formas la serpiente hizo acto de aparición: al tomar la Biblia se me cayó al suelo el albornoz, y quedé ante ella justo como me habían traído al mundo, con excepción de la serpiente, que estaba ya algo más crecidita.

Caroline se puso colorada, y yo me encendí como una vela. Estas cosas suceden así, sin que uno pueda pronunciar una palabra. No averigüé ni la edad que tenía, aunque parecía muy joven, tal vez menor de edad. La tumbé en la mesa y la hice mía en un arrebato. Ella era de una carne rosada muy fresca, tan tierna que ya no pensé en comer nada más hasta la noche.

Caroline me esperó cada tarde al yo salir de la oficina. Estaba entusiasmada con la serpiente: Parecía haber descubierto que había algo más grande y más fuerte que Dios. No me dejaba ni a sol ni a sombra.

Cuando me comunicó que tenía que regresar a Utah, le propuse que se quedara a vivir conmigo. No le dije nada de amor. Lo que me preocupaba era el juego de la serpiente. Y ella aceptó.

Iniciamos nuestra convivencia y decidimos organizar nuestros papeles. Como yo debía trabajar por las mañanas, y Caroline se aburriría, decidimos que ella iría a comprar al mercado, saldría un par de horas a evangelizar y regresaría para tenerme preparada la comida cuando saliera de la oficina a las tres. Las tareas de limpieza también las hacía ella. Yo me limitaba a darle casa y manutención.

Esto era como un matrimonio a la antigua, y la rutina no tardó en aparecer. Caroline se fue enfrascando en su papel de ama de casa y esposa, y dejó de un lado la danza de la serpiente. Por las noches, cuando nos encontrábamos en la cama, ella seguía leyendo en su Biblia y no hacía caso de mis toqueteos. Pretendía leerme salmos y cosas así. Yo fingía escucharla.

Una noche me recitó el Eclesiastés: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: Un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas; un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir…” Cuando terminó le levanté el camisón hasta dejarle la nalga al descubierto y le pregunté:

-¿Y en esa Biblia no se dice nada de un tiempo para follar?

Le expliqué que las relaciones sexuales no debían descuidarse, porque así las parejas se van al traste: cuando no se folla el matrimonio se acabó. Caroline lo entendió y en adelante prometió dedicarle media hora todas las noches al juego de la serpiente. Asunto zanjado.

Había otras cosas que me irritaban (aparte de no entenderla del todo, porque mi inglés no es sobresaliente), como su manía de llamar a su familia por teléfono casi a diario. Sí, eran diez minutos, ¡pero diez minutos a Estados Unidos! Venían facturas tan gordas que me ponía frenético. No me atrevía a reprocharle, ya que ella hacía la comida, lavaba y planchaba y ponía a mi disposición su cuerpo de chica joven.

En una ocasión me preguntó por qué no tenía otras esposas junto con ella, que su religión aceptaba, y que yo podía mantener. Jaja, se equivocaba, no se lo dije, pero se equivocaba, yo no podía mantener otras, ¡es que ella no conocía las facturas de teléfono!

En el sexo era más bien pasiva. Se dejaba hacer, como una tabla, pero no me cabía duda de que sentía, los ojos se le ponían en blanco, y murmuraba cositas en inglés, oh my lord, oh my god, es una guarra, pensaba yo, así es como gimen las actrices porno en las películas. Eso es lo que yo creía, hasta que fui entendiendo un poco mejor el idioma y una noche me di cuenta de que la cabrona rezaba mientras lo hacíamos, y que eso de oh my lord era su padrenuestro o lo que fuera, y los ojos en blanco era de misticismo. Arggg!!

No lo pude soportar. Le hice la maleta y le compré un billete sin retorno para Utah. Santitas a mí, ¡Vamos!¡Es lo que faltaba!

Así que ya lo saben, amiguitos. Aprendan muy bien el inglés. Recuerden que no tiene nada que ver la serpiente con el desnudo. Un lío como este puede ocurrirle a cualquiera. Los idiomas son útiles a veces.

16 enero 2007

Elige: corazón o dos latas de Coca-Cola


Tengo un compañero de trabajo con ínfulas de ciclista. Se pasa dos horas depilándose las pantorrillas, colocándose el protector genital XXL, ciñéndose los pantaloncitos de licra, el casco aerodinámico, etc.Todo en azul fluorescente. Luego sale y emplea el resto de la tarde exhibiéndose por las calles, pedaleando a ritmo de gamo gandul por la sabana, pero molestando a vehículos y viandantes.

No lo he matado porque es un compañero de trabajo.

Esta mañana me propuso un test, de esos que circulan por Internet, que al final te revela la edad biológica de tu corazón. Es decir, lo que te queda para joderla en el pijama de madera. Ya me imaginé que alguna trampa habría…

Lo hice como pude y me salió un corazón de 49 años biológicos, que no está nada mal para mis 43 primaveras civiles. Le comuniqué por e-mail al ciclista que el test me había parecido una puta mierda, que pedía datos imposibles como el ancho de la cintura (¿90 cm?), la tensión arterial sistólica o el colesterol. Lo dejé en blanco. Respondí que mi madre había tenido un accidente cardiaco a los 81 años y el programita me reprendió: ¡Debes introducir un dato que sea válido! ¿Pero qué pasa? ¿Es que les pareció una madre demasiado vieja? Le quité un año y entonces aceptó.

La página web estaba patrocinada por FLORA, conocida marca de leche de vaca: unos bichos que se han hecho famosos porque han sido descubiertos frotándose el clítoris contra barras de metal el santo día, o bien volando, o fabricando hediondas bolas de mierda. Al final me mostró el informe: Parece que usted “intenta” llevar una dieta… eh, parece que usted “intenta” hacer ejercicio. Jo. Todo era “intenta”. La cosa es que me encontraron flaco y austero en el yantar, así que no pudieron amenazarme con un infarto inminente, que era su objetivo de guerra.

¿Y todo para qué? Pues para rematar con un sabio consejo: ¡Toma leche! La leche Flora, baja en grasas monoinsaturadas, te ayuda a mantener el colesterol. Pues se quedaron con las ganas. Como yo “lo intento”, pues no pudieron conmigo. Sinceramente: yo creo que me voy a morir del riñón, y no del corazón. Me da igual una cosa o la otra, pero moriré del riñón para joder a los de la leche. Que vale, la leche para el corazón va bien, pero te deja el culo como un puercoespín, lo ácida que es la cabrona, y las grasas indigestas y lactosas intolerables.

No le dije nada al ciclista de la edad que me atribuyó el test. Él me insinuó, en un nuevo correo, que seguro que me había salido una edad escandalosa, que hiciera como él, deporte sano a diario. Jah. Yo bromas no aguanto. En dos líneas le respondí que el ciclismo va de puta madre para el corazón, pero que la entrepierna te la deja hecha una braga (porque todo el mundo sabe que montar en bici produce impotencia; en cambio, si uno monta sobre una buena cebra, acaba como una estufa).

Le resumí: vale la pena morir de un infarto prematuro a los sesenta años, a cambio de disfrutar hasta entonces de la pletórica experiencia de llevar dos latas de Coca-Cola entre las ingles.

10 enero 2007

Urgente pantaletas


Los sucesos de esta aciaga tarde, en los que una colega ha sido sorprendida in fraganti con las pantaletas caídas a causa de mi blog (véase final de comentarios en post precedente) y las confusiones que se han generado en esta Torre de Babel que es la comunidad de hispanohablantes, me ha llevado a tomar la cochina decisión de buscar en Wikipedia las aclaraciones oportunas. ¿Qué son pantaletas? Esto es lo que dice:

España es el único país hispanohablante que llama “bragas” a las prendas íntimas femeninas, que cubren el
pubis y a veces los glúteos. A continuación la denominación que recibe la prenda femenina según el país:

En Argentina y Uruguay: bombacha (si es muy delgada por detrás, se le llama tanga).

En Bolivia y Perú: calzón, trusa. (si es muy delgada por detrás: tanga, o incluso hilo dental).

En Chile: calzones o cuadros.(si es muy delgada por detrás, colaless)

En Colombia: calzones o cucos (si es muy delgada por detrás: tanga, o incluso hilo dental).

En
Cuba, blúmer o blume, que viene del vocablo inglés bloomer.

En
Ecuador: calzonarios.

En
El Salvador: bloomer pierna alta (si es muy delgada por detrás, tanga).

En
España: bragas (si es muy delgada por detrás, tanga).

En
Panamá y Puerto Rico: panty (del inglés panties).

En México: calzones, chones (términos usados indistintamente para las prendas masculina y femenina) o pantaletas (si es muy delgada por detrás, tanga).

En Venezuela: pantaletas (si es muy delgada por detrás, tanga o hilo dental).

En otros países de
América Latina es llamado “calzón de mujer” o “calzoncillo femenino”. Es de hacer notar que algunas de estas denominaciones pueden recibir indistintamente el nombre en singular o plural, para referirse a una sola pieza. En el lenguaje formal latinoamericano se denomina “ropa interior femenina”, y en España “lencería”. Además las variedades de prendas reciben distintas denominaciones y también suelen variar en cada país.

Ahora sabemos a qué atenernos. Se deja traslucir que nuestra amiga Chupiña, que involuntariamente generó la polémica, es de nacionalidad venezolana, país que yo admiro por ser un productor mundial de primer orden en piernotas morenas de mujer (que le pregunten a Mantel, que él sabe, piernas de niña, piernas de mujer). Sólo en ese país se llaman pantaletas a lo que sólo en España denominamos bragas. ¡Quién lo iba a pensar!

Sra. Mari Educadita: ¡Usted en cambio usa bombachas! Aunque si es muy delgada por detrás usará tanga. En cambio, su amiga Chupiña, en el caso de que sea delgada, usará hilo dental, que es lo propio si uno se alimenta con churrasco de vaca voladora.

En el Norte de La Palma, donde yo nací, no se decía “bragas”, sino “calzones, como en muchos países hispanoamericanos. Esto, seguro, debido a la emigración de los canarios a América, que a principios del siglo XX era norma. Mi padre fue a Venezuela, y allí se compró una botella de Pepsi Cola de un litro para desayunar, aunque no pudo tragarla entera. Ignoro cuántas pantaletas puso por tierra.

Esta chica que ven en la foto es una sueca, que tiene su blog aunque para entenderlo es preciso hacerse el sueco: si no, es que no te enteras de qué va la tía. A mí me hace caso porque tengo un tejemaneje con IKEA, y también porque, según ella, está loca por mi blog. Tan colada está, que se le han caído no las pantaletas (“underbriefs” en sueco), sino los pantalones, dejando al descubierto la firmeza de sus bragas cristalinas, y de paso la densidad hermosa de su culito de carne y acero (con perdón de Falinda).
Cuando la miro ya no pienso en el efecto invernadero ni en qué será de nosotros mañana. Cuando la miro sólo pienso en la palabra culo: y en el concepto. Hay que joderla.

05 enero 2007

La vida sencilla de Ragebundo Pantriel




Ragebundo Pantriel se propuso comenzar el año simplificando su vida. Últimamente las cosas se le habían complicado tanto que ya no tenía tiempo para nada. ¿Qué hacer?

Ordenó a los bancos que no le mandasen correspondencia por correo, que ya le bastaba con Internet. La casa tenía tres plantas y era demasiado para una persona sola. Estaba llena de mueblería inútil que no utilizaba. Empezó por descolgar todos los cuadros, a los que rebautizó como “nidos de ácaros” y prosiguió con jarrones, figuritas y otros objetos de mero adorno. Sintió todo más nítido y manejable. Ya no perdía tanto tiempo con el plumero. Pero no le bastó.

Pronto cayó en la cuenta de que la casa tenía cuatro mesas, camas para niños que nunca nacieron o para visitas que jamás habían sido invitadas. Lo empaquetó todo y llamó a una asociación benéfica para que lo retiraran. Sintió un gran alivio al ver los espacios vacíos, infinitamente más gobernables: sólo con su cama, su mesa y su silla. No necesitaba más. Pero también las alacenas de la cocina eran un caos de loseríos y cuberterías para doce personas que jamás se habían reunido a comer bajo su hogar. De modo que eliminó menaje y se quedó con su plato único, su vaso y su juego de cubiertos.

Con todas estas operaciones ganó mucho tiempo y simplificó tanto su vida que lo vio todo claro: se había pasado los últimos veinte años bregando en unas batallas que no le concernían, ocupándose de objetos perfectamente prescindibles. Y viendo que la fórmula funcionaba deseó ir más lejos.

Despidió a la amante por horas que conservaba desde tiempo inmemorial. Invariablemente la visitaba una vez cada quince días. Era fácil: la invitaba a comer, luego al cine, y luego a su dormitorio. Un auténtico coñazo, del que ya estaba harto. Los últimos cinco años ni siquiera sentía placer con ella: fingía el orgasmo con el expeditivo procedimiento de chingarla con jabón en crema por la espalda al tiempo que emitía gruñidos contenidos. Ella no sospechó jamás.

La casa misma era un exceso. La puso en venta y no tardaron en quitársela de las manos. La operación le supuso un enorme beneficio económico. Cuando vio todo aquel dinero en su haber e hizo números se dio cuenta de que con eso podía vivir austeramente los 40 años que le restaban para morir sin tener que trabajar. Eso le llenó de alivio y se liberó de muchas responsabilidades. El coche también lo liquidó, dado que ya no tenía que ir a la oficina.

Se mudó a un estudio de 30 metros que eran más que suficientes para sus necesidades: la cama, el baño y la cocina… Pensándolo mejor: La alimentación era una fuente importante de complicaciones: comprar, cocinar, lavar. Decidió alimentarse con un suero nutritivo que encargaba a una parafarmacia y se inyectaba directamente en la vena. Con esto prescindió por completo de la cocina y sus engorrosas tareas. El vestuario, finalmente, lo redujo a un pijama que lavaba una vez a la semana. Si no tenía que salir a la calle, la ropa sobraba.

Con esto Ragebundo Pantriel se encontró con una vida cómoda y llevadera. Un estado que él consideró próximo a la felicidad. Allí, en su minúscula habitación, navegaba por Internet y asistía al proceso de la noche y el día con la languidez de quien se siente a salvo de todo mal y preocupación. Se inyectaba el suero y orinaba. Volvía a la cama y vuelta a empezar. ¡Qué felicidad!

Como no tenía espejos tardó bastante en percatarse de que su cuerpo se estaba volviendo azul y próximo a pasmarse. ¿Qué le pasaba? Acudió al médico de cabecera y éste le hizo volante para el psicólogo. Una vez que le contó cómo vivía, “tan ideal”, declaró el desdichado Ragebundo, el terapeuta le soltó a bocajarro:

-¡Pero hombre! ¡Es que usted ha ido demasiado lejos! ¡Usted ha simplificado su vida hasta el punto de suprimirla! ¡Usted se está pasmando porque no usa la vida! Tan sencillo.

Y como Ragebundo le preguntara por el remedio, el doctor le dijo que la vida era en sí complicada, y que lo que mejor le daba lustre eran los ritos.

-Haga usted cosas inútiles. Todas las que pueda. Para empezar, ya que estamos en Navidad: Pruebe a besar apasionadamente debajo del muérdago.

Ragebundo hizo caso. Como no tenía muérdago besó el dorso de su mano apasionadamente debajo del murciélago, pero el bicho se irritó y lo mordió. La cosa no salió bien. Entonces fue a una floristería a comprar muérdago de verdad. Desafortunadamente sólo les quedaban los ramajos más grandes, pero él se conformó con un tronco que debía de pesar no menos de treinta kilos y se lo llevó a su casa. Lo colgó del techo del vestíbulo con un taladro y cuando estuvo listo se puso a la tarea.

Ragebundo Pantriel, confiado en el consejo médico, besó apasionadamente el dorso de su mano bajo el tronco de muérdago durante largos minutos. Demasiados. El techo de escayola no resistió el peso y el madero se le cayó encima, con tanta fortuna que le perforó con limpieza la nuca y lo abatió. Fueron apenas unos segundos, pero que bastaron para pronunciar la famosa sentencia:

-¡HAY QUE JODERSE!