30 septiembre 2007

Mi tía se murió de hambre




Yo tengo una tía que se murió de hambre. Digo que la tengo, y no que la tuve, porque aún existe: en forma de cadáver corrupto. La cosa fue más o menos así, como me la contó mi madre:

Mi tía compró dos gallinas para que le pusieran huevos. Al leer el Manual se percató de que necesitaba comprar pienso para alimentarlas. Las gallinas ya ponían, y la cosa iba marchando hasta que se puso a hacer números y se dio cuenta de que le salía más caro el pienso que comprar directamente los huevos. Entonces vendió las gallinas. Pero más tarde pensó que si también dejaba de comprar los huevos le salía el asunto muchísimo más barato. Y dejó de comprar los huevos. Su único alimento era una taza de leche y unos restos de pan duro: para mojar.

Con este régimen mi tía se puso flaca como el filamento de una bombilla y a la larga enfermó. Tuvieron que ingresarla en el hospital, donde al menos tenía aseguradas cuatro comidas gratis al día. Como no tenía fuerzas para manejar los cubiertos, la hija le ayudaba. Le cargaba las cucharadas sólo por la mitad, pero la vieja le dijo: “No, así no. Lléname la cuchara hasta arriba”. Y fue reanimándose. Tanto que por fin pudo agarrar ella misma los cubiertos y rebañaba los platos. Sin embargo la desnutrición había sido tan extrema que no pudo recuperarse y se murió.

Mi madre dice que la tía se fue al infierno porque era tacaña, y porque una tarde en la siesta tuvo una aparición de una especie de perro con cuernos, y que eso no podía ser otra cosa que la tía en forma de demonio.

Mi madre no se va a morir de hambre porque tiene tres gallinas criadas con pienso y le dan huevos que no sabe qué hacer con ellos y los va regalando a todo el mundo. Y si se muere de otra cosa no va a ir al infierno, porque mi madre reza el rosario todas las tardes y es buena con los animales:

Hace unos años se encaprichó de un enorme perro de peluche que vio en una tienda y no se resistió a comprarlo. Lo puso sobre una de las camas, que por tanto quedó inutilizada para otro uso que no fuera el descanso pasivo del perrazo textil. Por suerte se cansó, y en la limpieza de un verano, los hijos la convencimos para tirarlo a la basura (espiamos por la ventana para ver la sorpresa de los hombres de la basura, pero los cabrones están acostumbrados a todo, y ni se inmutaron).

Las experiencias con animales de gran talla no acabaron ahí. Más recientemente mi madre se enamoró de nuevo, esta vez de un delfín hinchable, de esos que usan los niños como flotador en las piscinas, cabalgando sobre él como si lo estuvieran follando. También lo puso sobre la cama que antes fue del perro de peluche. La verdad es que el delfín era simpático, con su perenne sonrisa y sus morritos afilados… Otra cosa es lo extravagante de un enorme animal de plástico en el dormitorio de una anciana.

Este verano, en cuanto llegué a La Palma, mi madre me confesó que estaba aburrida del delfín, y que quería meterlo al estanque. Yo mismo levanté al animal de su cama y lo llevé a la charca. Fue una sorpresa ver cómo el delfín “nadaba” impulsado por el viento, y con su dibujada sonrisa parecía que realmente era feliz en su nuevo lugar. Lo pueden ver en la foto. Las pruebas no mienten.

Por la noche, al terminar de cenar, mi madre recogió los restos de pan de la mesa y dijo:

“Estos pedazos menudos se los echamos mañana a los peces pequeños del estanque, y este medio lo guardamos para el delfín”.

Por esto digo que mamá no irá al infierno, porque trata bien a los animales. Y también creo que el delfín no se morirá de hambre, como mi tía.