30 diciembre 2007

De joven fui autista




Una cosa que poca gente conoce de mí es que de joven fui autista. Apenas hablaba y mostraba escaso interés por relacionarme con otras personas. Un hombre del pueblo se refería a mí como “el mudo”. Autista, sí. Como buen adolescente en la década de los 80, yo estaba loco por Luis Eduardo Aute: autista por vocación y afición. El síndrome “cantautor” aún coleteaba.

La biografía musical de Luis Eduardo es muy peculiar. Durante muchos años se dedicó a componer para otros, porque se avergonzaba de sus escasas cualidades vocales. Mientras Massiel recogía los frutos del talento ajeno entonando el Aleluya, él se torturaba interiormente con pensamientos del tipo “por qué esta voz, Señor, y no como la de Silvio Rodríguez”.

Pero cuando se decidió a grabar sus propios temas, se sorprendió al comprobar que a la gente le daba igual esa voz tan discapacitada. Las canciones contaban historias humanas, y los acordes melancólicos realzaban el efecto. Muchos jóvenes borrachos de aquella época remataban sus trancas canturreando “al alba, al alba”. Su éxito fue monumental. Las parejas alimentaban y acrecían su amor con los libretos de Aute (¿no eras tú aquella insolencia de latidos que encendía mis deseos más prohibidos?).

En mi caso, la canción que me marcó fue “No te desnudes todavía”. En los años 70 la única Televisión Española tenía un programa de teatro, Estudio Uno, o algo así. En una de las obras, un hombre maduro, solitario y sediento de sexo, se veía perturbado por la aparición de una adolescente alocada (una jovencísima Enma Suárez) que se comporta de una manera desvergonzada y provocadora (más o menos como afirma el Obispo de Tenerife que es la costumbre en algunos menores…). En un momento dado, ella se mete en la ducha, se desnuda, y a través de la mampara, el hombre maduro y sediento observa atónito, y se relame, y el espectador asimismo observa y se relame a través de la pantalla de televisión a la borrosa Enma Suárez acariciándose el cuerpo espumoso. De fondo, suena el famoso himno erótico de Luis Eduardo:

Cuando el deseo estalle
como rompe una flor
te quitaré el vestido,
te cubriré de amor
y en la espera te pediría:
No te desnudes todavía, no te desnudes todavía, no te desnudes todavía: ¡NO!

¡Y qué razón tenía el Sr. Aute! ¡Qué gran maestro de educación sentimental! Detesto a las mujeres que no bien han cruzado el umbral de la puerta ya se han despojado de las prendas mayores. ¡Y qué soberana decepción cuando bajo el vestido ni siquiera llevan bragas! Llámenme autista, llámenme antiguo, pero esa manía de desnudarse sin esperar a que el deseo estalle como rompe una flor, no me gusta nada pero nada.

Lo peor de Aute es que se nos puso viejuno de un día para otro y ahora está que espanta. Esta noche me lo encontré en El País Digital. El cabrón se parece todo a Luis Aragonés. Si se cuidara un poco. Pero no. No le basta torturarnos con sus arrugas naturales: es que no se esfuerza en afeitarse un poquito, o en cortarse el pelo, teñírselo. Uno espera algo más de un artista. Al natural al natural no se puede ir así, hombre, que espanta.

Decidí dedicarle este post para agradecerle la educación sentimental que me ha dado, pero también para pedirle un poquito de por favor, que lo que dice en la entrevista lo deja a la altura de los que padecen el síndrome X frágil: o sea, medio tonto del nabo. Afirma el cantautor, sin sonrojarse, que no usa ordenador, porque hace diez años lo intentó, estaba escribiendo un guión de película pero se le borró por accidente y entonces decidió que nunca más. Que si tiene que buscar algo se lo pide a las personas que le rodean, pero que a él, el ordenador, LE ASUSTA, dice que teme apretar una tecla equivocada y… Y lo mismo le pasa con el móvil, que tuvo tres pero que los perdió y que ahora prefiere que le llamen a los móviles de las personas que siempre le rodean, pero que LE ASUSTAN, porque siempre que suenan piensa que le van a dar una mala noticia.

Muy asustadizo le veo al viejo cantautor. Igual lo de ir tan peludo es porque LE ASUSTAN las tijeras (“siempre pienso que me van a corta una oreja”), y lo de ir tan barbudo es porque LE ASUSTAN las maquinillas de afeitar (“siempre pienso que me van a cortar un ojo, como a la vaca de la película de Buñuel”).
Lo dicho: síndrome X frágil.

Y por favor, que alguien le informe a Luis Eduardo que es más fácil encontrar rosas en el mar que perder un archivo en el ordenador: siempre, claro está, que se cumpla el protocolo de las copias de seguridad (tontín).

17 diciembre 2007

The love boat




Hay una cosa en mí que no entiendo muy bien: tengo muy poca habilidad para ligar y es poco frecuente que arrastre a una dama hasta el tálamo. Sin embargo, hay una excepción: los barcos sí se me dan bien. Será porque aquella serie de televisión que ponían cuando era pequeño, “The love boat”, me dejó inspirado y predispuesto para el amor en alta mar.

Llevo más de veinte años haciendo el trayecto en ferry de Tenerife a La Palma y viceversa. La servidumbre del coche así lo impone. Los barcos de antes no fomentaban precisamente las relaciones sociales. Como el viaje era nocturno y duraba siete horas, tomaba un camarote y procuraba dormir para no enterarme. Pero luego llegaron los Fast Ferry o catamaranes de Fred Olsen, que hacen el trayecto en dos o tres horas y uno viaja en una especie de auditorio gigante, con capacidad para más de mil pasajeros en butaca, pero casi todas vacías. Ahí no hay lugar para la claustrofobia, y lo difícil es elegir un asiento para acomodarte rodeado de soledad: ¿es mejor la proa o la popa?

Mi sentido común me inclina a pensar que el centro del barco es lo mejor, para evitar los meneos si hay olas fuertes. Como buen animal de costumbres, siempre me voy directo a “mi butaca”. En el antiguo Benchijigua Exprés esa butaca quedaba justo al lado de la tienda de souvenirs, una burbuja de cristal bien iluminada donde se pueden comprar chocolatinas, revistas y miniaturas hinchables de la propia embarcación (que se pueden usar, en casos de justificada necesidad, como juguete sexual, ya que los propulsores dejan unos huecos que parecen practicables…).

En la tienda de souvenirs hay siempre una azafata rubia, perfectamente uniformada con falda midi azul, medias de seda y tacones de aguja. El Sr. Fred Olsen tiene una política de selección de personal muy acertada, ya que contrata sus azafatas no por el principio de mérito y capacidad (que se sigue, por ejemplo, en la Administración pública), sino por el principio de “cuanto más rubia y cuanto más buenorra, mejor pal cliente”.

Y ¡qué razón tiene el Sr. Fred Olsen! De ordinario el trayecto de tres horas se me convierte en un suspiro. Mirando extasiado, y con disimulo, las piernas de la azafata, sus rodillas puntiagudas y armoniosas, el tiempo pasa volando. Normalmente me basta con eso. No hay que ser pretenciosos. Tener una fantasía bien armada da mucho juego, y puede durar años. En cambio, si intentas abordar a una mujer de esta categoría, las posiblidades de perder son muchas. Reconozco que a menudo estoy más interesado en el fetichismo que en la posibilidad real de llevar una mujer a la cama.

Pero en una ocasión tenía interés en que me explicaran qué diferencia existe entre viajar en Clase Normal o en Clase Oro. Sabía que a los de Clase Oro los meten por una puerta especial, pero no se ve desde afuera qué es lo que hay dentro. Si la única distinción de esa sala Vip es tener que ir sentado al lado de un político, ¡menuda mierda de clase oro! Pero la azafata, cuyos ojitos me parecieron sartenes hirvientes mientras me miraba, me explicó que allí servían bebidas y había revistas y periódicos a disposición de los clientes, y que todo eso estaba incluido en el precio adicional de 6 Euros.

-¿Y eso es todo? Respondí yo, con cierta decepción.

-Bueno, si usted tiene alguna sugerencia estaremos encantados de comunicarla a la gerencia.

Y entonces tuve un momento de inspiración:

-La verdad es que sí, que estaba pensando en algo muy específico. Verá, señorita, llevo más de una década viajando con ustedes, y veo una razón muy clara de por qué la ubican a usted, y a las otras como usted, en esta burbujita de cristal en el centro del barco: es porque usted es hermosa como una fuente, y a una fuente se la coloca siempre en el centro de la plaza, para que pueda ser admirada. Cuando más la admiro, más se incrementa mi sed. Créame, señorita, que llevo muchos años con esta sequedad. ¿Puede ver mis labios? Sinceramente, si yo pago seis Euros de más por entrar en esa sala Vip, quisiera encontrarme con algo más que un zumo de naranja. Lo que yo quisiera es refrescarme con las aguas de la hermosa fuente que es usted.

Todo este truco, como ustedes comprenderán, produjo el efecto esperado (siempre, siempre produce el efecto). La rubia azafata de Fred Olsen se puso roja y reía como un acordeón despendolado. Por supuesto estaba encantada con un piropo tan rebuscado y tan petulante. No era lo habitual. Ella, después de todo, era una chica sencilla a la que los fines de semana media docena de hombres le decía folla conmigo antes de las doce de la noche (el límite de las guapas).

¿Y cómo termina esta historia? Pues bien, Gaudencia del Carmen, que así se llamaba la azafata de Fred Olsen, me dio su número y yo lo anoté en el móvil. Ese fin de semana, y varios siguientes, yo refresqué mi sed en la voluptuosa agua de su fuente imaginaria. Luego hubo otros viajes, y mil historias que sería pesado contar. Cuando el barco del amor suelta las amarras, todo puede suceder.


09 diciembre 2007

Salvemos las vaquitas hediondas




Los científicos no se resignan a perder sus casas de verano en la playa, y se han puesto a trabajar a destajo para luchar contra el cambio climático. Ayer saltó al fin una noticia esperanzadora. Parece que han encontrado un remedio increíblemente eficaz para evitar el calentón global.

Lo que han descubierto es que los canguros albergan en sus intestinos unas bacterias que son hachas haciendo la digestión. Lo aprovechan todo (como hacemos nosotros con los cerdos). Al contrario que sus hermanas las vacas, los canguros no expelen metano como producto residual de la digestión. Esto viene a ser más o menos como las compresas Ausonia: ¿A qué huelen las cosas que no huelen?

Las vacas y las ovejas, sin embargo, al parecer son tan hediondas que sus flatulencias de metano nos van a llevar por el camino de la amargura. Los coches son ángeles comparados con las vacas, afirman los científicos. Hay que acabar con las vacas y las ovejas, han propugnado algunos. Nooooo. No puede ser. Necesitamos leche, queso, yogur. Lana para nuestros jerseys.

En una empresa de biotecnología de Sudáfrica el investigador jefe tuvo esta semana una ardorosa gastroenteritis que le mantenía postrado. El médico le recetó Ultra Levura. ¿Y qué es eso? Pues son microorganismos que reemplazarán a la flora bacteriana que has perdido con la cagantina. Al investigador se le encendió una bombillita:

-¡Eureka! ¡Lo encontré!

Y lo que propuso para salvar a la humanidad del efecto invernadero es insuflar en las tripas de las vacas bacterias digestivas de los canguros, con un doble resultado: las vacas necesitarán menos pienso y menos yerba, lo que abaratará los costes de producción, y serán unas vacas limpias, sin flatulencias. Dejarán de verter metano a la atmósfera. Y la humanidad se salvará.

Me quedé de una pieza. El invento es de un ingenio insuperable. Sencillo pero eficaz. Aunque me quedo con una duda: ¿No sería más operativo prescindir de las vacas y ordeñar a los canguros? Leche de canguro. Yogur de canguro. Queso de canguro. No suena mal.

La técnica me gusta, pero yo dejaría en paz a las vacas. Lo del efecto invernadero no lo veo nada claro, y mucho menos que sean estos amorosos aunque hediondos animales los responsables. Las vacas han estado en la tierra desde los albores de la humanidad. Sus flatulencias no molestan a nadie, ya que son dadas a vivir en aireadas praderas o establos.

En cambio, el metano de los hombres sí que representa un problema de orden público. Recientemente se publicó una estadística de los divorcios en Atlanta (EEUU). El 37 por 100 de las mujeres demandantes de separación alegan como causa el meteorismo de los maridos, y el 24 por 100 la halitosis, muy por encima de otras circunstancias como la infidelidad, el alcoholismo o la ludopatía. Los hombres, en cambio, suelen alegar otros motivos como la inapetencia sexual de la pareja, la obesidad o una desagradable forma de estornudar parecida a la de los gatos.

Y no es de extrañar, ya que mientras las vacas rumian al aire libre o en ventilados establos, los matrimonios duermen en habitaciones de 12 metros cuadrados, donde en una noche es fácil que se acumule metano en valores superiores al 25 por 100, concentración que se considera intolerable. En algunos estados americanos las autoridades exigen en los dormitorios rejillas de ventilación para los gases.

Imaginen lo que supondría incorporar la flora bacteriana del canguro a los hombres. Esto salvaría a muchas parejas de la debacle del divorcio, y los obispos dormirían felices por partida doble: por aquello de la indisolubilidad del matrimonio y porque ellos mismos se verían libres de los incómodos apretones de vientre.

No sé qué efectos secundarios tendría para los humanos la flora digestiva de los canguros. Tal vez de repente nos sorprenderíamos dando saltitos, tímidos al principio, poderosos más tarde. Los padres irían a buscar a sus hijos al colegio sin coches, solamente dando brincos. Y los niños se meterían en unas bolsas de plástico atadas las barrigas, para viajar con papá canguro.


Pero pensándolo mejor, da un poco de miedo esto de empezar a mezclar. Cualquier borracho sabe que no es bueno. A mí me gustaría no tener que preocuparme de comprar zapatos y de limpiarlos y atarlos y ponerme calcetines. Me sería mucho más cómodo tener pezuñas como las cabras. Pero por muy útil que nos sean las pezuñas, resultaría grosero que los humanos nos apropiáramos de ese rasgo anatómico, pidiéndoles prestados algunos genes a las cabras.

Dios se lo advirtió a Adán y Eva cuando los colocó en el Paraíso: podéis comer de todos los árboles, pero el árbol de la vida os estará prohibido y no deberéis tocarlo. Creo que está claro que se refería a la puridad genética de las especies. Hay que atenerse a lo que la evolución ha ido decantando. No se puede enmendar la plana a los de Madrid, como quien dice. Si las vaquitas llevan millones de años tirando pedos, algún sentido tendrá eso. ¿Y si las vacas fueran las estufas naturales del planeta? ¿Y si su misión fuera precisamente calentar la atmósfera?

En 1991 la erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, produjo un enfriamiento global de la temperatura de 0,5 grados. Y es solo un ejemplo. ¿Qué pasaría si dentro de diez años ocurre alguna explosión volcánica de gran magnitud y nos pilla de sorpresa, con las vacas totalmente descargadas de metano? ¿Cómo sobreviviríamos a al crudo invierno volcánico?

Es preciso salvar las vaquitas hediondas. Dejémoslas con sus gases. Tal vez nos hagan falta.

02 diciembre 2007

Cambio climático lunático


Tengo que hacer una confesión pública. Si fuera político no podría: me rajarían vivo como rajaron a Rajoy, al que casi le dan por toda la raja. Mi confesión es:

-Hola, me llamo Sr. Ingle y me patea el culo el cambio climático.

No soy partidario del cambio climático. Al menos no del cambio climático que vivimos, que es inventado. Una moda pasajera. Y tengo ganas de decirlo:

-Al Gore, ahí te pudras, embustero.

Y otra confesión que quiero hacer:

-Hola, me llamo Sr. Ingle y adoro el CO2. Es parte de mi vida, lo llevo dentro.

Aquí no hay ningún cambio climático. Llueve y hace calor, como siempre ha sido. Unas veces estamos calientes, otras inapetentes. El único que está cambiando es Al Gore, que está pasando de pobre solemne a desvergonzado millonario, gracias a los ingresos de su película. Y como los periodistas se han dado cuenta de los pingües beneficios que acarrea ser acólito del cambio climático, ahí están, mareándonos y amenazándonos 24 horas al día siete días a la semana.

Señores idiotas: una playa que se ha formado en millones de años no puede desaparecer en cincuenta años, ni aunque se deshiele el Ártico ni aunque mi vecina descongele su frigorífico Kelvinator. ¿Qué problema hay en que se derritan los casquetes polares? Está demostrado empíricamente que una persona puede vivir sin casquetes, porque hay alternativas al alcance de la mano.

Estamos llegando a extremos ridículos, esto es el cuento del vestido nuevo del rey, y nadie se atreve a decir que el rey va desnudo. Esta semana afirmaban en un informativo regional que los atunes habían desaparecido de las aguas de El Hierro por el cambio climático: y digo yo, ¿no será más bien que los esquilmaron los pescadores con sus redes? Porque si hace más calor, un atún se podrá aliviar con un ventilador comprado en Alcampo, como todo el mundo, digo yo, aunque sea pez podrá hacerlo. Sólo nos queda que las inexplicables lluvias de ranas las achaquen ahora al cambio climático. No me jodan: lluvias de ranas ha habido desde que el hombre es hombre y la rana croaba en una charca.

Se han vuelto locos a comercializar aparatos que miden nuestra emisión de CO2. Y la gente ya no sabe qué medir para ser más original. Un tonto del nabo ha dicho por ahí que por leer una página web lanzamos a la atmósfera la espeluznante cantidad de 1 gramo de este gas demoníaco. Es horrible, qué culpable me siento. Voy a cancelar el blog para contribuir a la salud del planeta.

Esta mañana me desperté inquietado por la noticia de que en la ciudad estadounidense de Milwaukee (Winconsin) una persona murió aplastada por una tonelada de CO2. Se trata de un sujeto de raza negra que cruzaba desprevenido una calle y en ese instante se le vino encima la tonelada. Por ahora se desconoce la identidad del responsable de la emisión. La policía está tras la pista de una señora que usa mucho el horno porque le gustan los kekes.

Al paso que vamos van a acabar como los curas: nos harán creer que emitir CO2 produce ceguera, como la masturbación. Bueno, un amigo mío se quedó ciego maturbándose, esto es verdad. Claro que él iba conduciendo en ese instante a más de 120 por hora.

¿Por qué les ha entrado esta perreta contra el CO2? Antes se hablaba de la contaminación en las ciudades. La contaminación es un enemigo lógico. Pero ¿el CO2? Por dios, ¡si ni siquiera huele mal! Si algo apesta, es malo. Pero si no apesta yo al menos le daría el beneficio de la duda.

De todas formas me alegro de que se estén poniendo las pilas. Lo que sí me interesa es que se cambie el modelo energético. No tiene que existir la amenaza de un cambio climático para que enterremos de una jodida vez la costumbre bárbara de quemar el muslo podrido de un dinosaurio para que funcione nuestro coche y nuestras bombillas. Pero si a ellos lo que les mueve es esa mentira del CO2, por mí vale. Me alegro. ZP ha dicho que adoptará medidas legislativas. La ley lo puede todo, incluso cambiar un hombre y mujer. ZP ya lo hizo al legislar para que un hombre se case con otro hombre y se homologuen los agujeros de todos los tipos. Ahora toca obligar a que se cambie el modelo energético.

Yo deseo conducir un coche eléctrico antes de morirme. Creo que es mi única gran meta. Lo demás no me importa. Pero no quiero abandonar este mundo sin saber lo que es una ciudad llena de tráfico sin ruido y sin gases contaminantes. Una ciudad en silencio. Un transporte suave, sin brincos, sin vibraciones. Escuchando la música en silencio dentro de cápsulas que se deslizan como botones en un charco de aceite. Quiero conducir un coche como el de la foto.

Ocurrirá como con los televisores planos. De un año para otro desaparecieron de los escaparates aquellos trastos con panza de los que nadie se acuerda. Los coches eléctricos están al alcance de la mano, y la energía limpia también. El hidrógeno.

Dicen que un coche que funcione con hidrógeno sólo produce emisiones de vapor de agua. Qué guay, dirán algunos. Pero no tan guay. ¿Alguien ha pensado en una autopista de cuatro carriles en hora punta llena de coches que expulsan vapor de agua ardiente? Sería como pasar por un túnel de lavado. La visibilidad estaría comprometida. Supongo que tendrían que hacer como en las secadoras: los coches llevarían un depósito para recoger el agua residual, una vez condensado el vapor.

Esto quiere decir que los coches del futuro mearán como los perros. En algún momento se llenará el depósito de agua y tendrán que arrimarse a algún árbol, levantar una de las ruedas traseras y mear a gusto. Ahora entiendo por qué se han ido plantando árboles al borde de las carreteras: pensando en los futuros coches de hidrógeno.