07 junio 2008

La chica de la leche de arroz


Personas insociables y salvajes como yo habrá pocas en el mundo. Podría excusar mi comportamiento achacándolo a un criterio estético: el minimalismo. Pero no se trata de eso. Lo hago de puro cabrón y egoísta que soy. Jamás acepto quedar con nadie que prometa llevar gente desconocida, y en general evito cualquier evento que sea propicio a las nuevas amistades. Yo no podría gestionar toda una cartera de amigos. Me parece muy cansado. Las únicas amistades que acepto de buen grado son las que están en su contexto: en la universidad, en el servicio militar, en el trabajo, en la familia (en los blogs). Si he tenido amigos fuera de eso ámbitos los he ido perdiendo, porque a mí me molesta mucho llamar por teléfono. Los que quedan es porque se lo han currado ellos.

Mi palabra favorita durante mucho tiempo fue "misántropo". ¿Seré un tipo raro?

A una persona normal no le importaría ir a diario a la boutique del pan a comprar una barra. Para mí es insuperable. Durante una época lo hacía, pero una vez a la semana. Compraba siete panes y los metía en la nevera. De esa manera resultaba más o menos tolerable. Pero el asunto se puso feo cuando de repente la panadera decidió que ya nos conocíamos lo suficiente y entabló un pequeño diálogo. Me resultó tan desagradable que no aparecí más. Desde entonces compro el pan en cantidades industriales en el hipermercado.

Los comercios de autoservicio son los únicos en los que compro con comodidad. Y gracias a eso sobrevivo. Compro todos mis suministros en Alcampo. Pero hay un artículo que no consigo y tengo que acudir a una pequeña tienda naturista que hay el propio centro comercial. Se trata de leche de arroz, el sucedáneo perfecto para quienes no toleran la lactosa. De estómago soy tan delicado que me desayuno únicamente con tres rebanadas de pan seco y un vasito de leche de arroz. Nada de zumos, nada de bollería, nada de mermeladas, nada de mantequillas: todo eso para mí es veneno.

Pero claro: ir a esa tienda naturista cada quince días ya es un problema, porque la dependienta es siempre la misma y el roce a veces hace el cariño y a veces la inquina. Les pongo como ejemplo que esta semana había una cola muy larga y tuve que esperar un buen rato en aquel cubículo de 8 metros cuadrados, lo que me azoró bastante. Cuando se fueron las cotorras que tenía delante, la empleada de la tienda me dio conversación:

-Mira tú a esas: ¡pues no se marcharon diciendo que soy sevillana!

-Será porque son peninsulares y les resulta extraño el acento canario… -musité yo con vergüenza.

-Qué va, si eran ellas de aquí también.

-Pues entonces será por los aros –añadí acalorado, ya al borde del colapso.

A decir de algunos, ponerse colorado delante de una persona es síntoma de que te atrae. No sé si esta chica me atrae. No está mal pero no creo estar interesado porque es lo que el Sr. Mantel calificaría como "chica del barranco", o sea, de barrio, o sea, un poco bruta. Si me la imagino en actitud sexual la visualizo con medio litro de ron en el culo y con las patas abiertas en el asiento trasero de un Panda, a las cuatro de la madrugada de un viernes o un sábado. De modo que no es mi tipo. ¿O sí?

En realidad creo que la vergüenza me viene porque un día la sorprendí detrás del mostrador un poco escondida tomándose un cortado. Esa situación es muy violenta: para los dos. Y hubo otra ocasión muy bochornosa: ella me dio como cambio un billete de cinco euros hecho una piltrafa, y lo cogí pero luego, según me iba, me fui indignando y volví para detrás. Le pedí que me lo cambiara por otro más nuevo y ella se molestó un poco, refunfuñó, que si billetes como ese ya quisiera ella tener un centenar, y que si en el banco me lo canjeaban. Y yo que la que tenía que cambiarlo en el banco era ella. Me fui con el billete nuevo y satisfecho por mi coraje… Pero rojo como un pimiento. Y enfadado, porque esto no lo entiendo: yo trabajo en una oficina pública y despacho con políticos y a menudo a los ciudadanos insolentes los trato con una arrogancia digna de las personas de sangre azul.

Por poner un ejemplo: hace algunos meses teníamos un problema con un señor de buena familia que estaba muy enfadado por un asunto del que según él venía quejándose 14 años y no se lo resolvían. Y venía de parte del Presidente, del que afirmaba ser amigo. Y me amenazó con que también era amigo del entonces Ministro de Justicia y que lo iba a hablar con él. Y el arrogante Sr. Ingle le advirtió que el Sr. Ingle no se caga por la pata por que le llame el mismísimo Ministro: Y lo dije de verdad, literalmente con esas palabras: que no me cagaba por la pata. Porque cuando uno sabe que tiene razón…

Lo que no entiendo es que si soy capaz de esas gestas por qué me amilano y sufro de rubor ante la empleada de la tienda naturista: una simple chica del barranco, una bruta de barrio, una mocosa 20 años menor que yo?

Espero que tenga que ver con alguna reacción sexual inconsciente y del todo involuntaria. Esta noche vi en un documental un experimento con una mujer a la que le ponían un video erótico. Parece ser que, independientemente de que le agrade o no el contenido del video, las imágenes sexuales le provocan de inmediato, y de forma inconsciente, una mayor afluencia de sangre a los genitales. Puede que a mí me pase algo similar: aunque la sangre se me suba a la cara y no a la entrepierna.

En fin, esto es peligroso. Supongo que ha llegado el momento de no volver nunca más a la tienda de la leche de arroz (y ayunar).

La otra opción es comprar una botella de ron y conseguir un SEAT Panda prestado…

24 mayo 2008

Acoso goloso en el trabajo


Hace unas semanas era noticia en la prensa el juicio por acoso sexual de un capitán de la armada a una teniente-coronel. Era un titular llamativo que me hizo disparar la imaginación: ¡A saber qué salvajada había cometido el capitán contra su superiora! Pero el relato de los hechos resultó decepcionante. Al parecer, el capitán no más le había dicho a la teniente-coronel que vaya perfume más fresquito, que viniera a su despacho más a menudo porque le ambientaba el aire. Como ella se iba los fines de semana a Las Palmas donde tenía el novio le comentó algo así como que se pasarían todo el rato chingando como conejos. Además de eso, mientras estaban sentados a la barra del bar, él le tocó un poco la pierna. Y esos eran, según la prensa, los hechos que motivaban la incriminación por acoso sexual.

Jah, me dije yo, pues entonces a mí también me pueden meter entre rejas, porque barbaridades mayores he dicho yo a las mujeres de mi oficina. Por dios, qué poquita cosa para estar molestando a tantos jueces togados que tendrán sus cosas que hacer importantes con asesinos en serie, terroristas en dibujos animados y narcotraficantes de película (además de violadores cabrones).

No voy a frivolizar con el acoso sexual, que existirá y habrá mujeres pasándolo mal (hombres lo dudo, y Michael Douglas no es un buen ejemplo). Pero el caso de la teniente-coronel (visto desde afuera) me parece una chorrada. Y me da que ahí había algún otro problema. Cuando estudiaba Derecho Penal, hace de esto 25 años, el profesor, que era Fiscal en activo, nos dijo que el 90 por 100 de las violaciones que se denunciaban eran falsas y por venganza, y que normalmente la presunta violada lo que quería era que el violador se casara con ella.

Mi opinión es que las mujeres tienen herramientas de sobra para repeler un acoso sexual en el trabajo. Con lo listas que son pueden dejar en ridículo a cualquier machote que se ponga un poco grosero. Pero esto de llegar a los tribunales porque les toquen un poquito la pierna… Un exceso me parece. Y si quieren conquistar la igualdad, hagan como nosotros.

Por mi parte, he de confesar que compañeras de trabajo furtivamente me han tocado el culo por encima y por debajo… Quiero decir, me lo han tocado mujeres superiores jerárquicas y mujeres inferiores jerárquicas. Y aguanté el tipo, quiero decir, no se me ocurrió irme directo a la comisaría, me lo tomé deportivamente: hala, disfruta si te hace ilusión. Pero estoy completamente seguro de que si a mí se ocurriera hacer lo mismo con alguna de ellas recibiría, como poco, un sonoro bofetón, y es posible que llegara a conocer el crucifijo de algún Juez togado.

También he recibido comentarios teóricamente mucho más groseros que el del capitán a su teniente-coronel: el de que se pasaría con el novio chingando como conejos. En estos casos, uno se pone colorado y se defiende como puede. No creo que con palabras se pueda violar la libertad sexual de nadie. Sra. Coronela: responda usted con otra barbaridad, ríase un poco, y verá como se diluye cualquier amago de pulsión sexual de su calenturiento capitán de fragata.

Un ejemplo reciente de autodefensa es el de la turista israelita de vacaciones en Nueva Zelanda, la cual, harta de las piropos de los albañiles de una obra, se desnudó ante ellos y les mostró todo lo que escondía bajo la ropa y que al parecer tanta inquietud les provocaba. Y los dejó de piedra, nunca mejor dicho….

Yo soy todo lo contrario que un acosador sexual en el trabajo. Tan cartujo que en su tiempo me tildaron de misógino. Es que ni siquiera digo piropos, oiga. Y me los reclaman. Las mujeres son como son, y ellas buscan el piropo con tanta ansiedad como la noche mira al día que tarda en nacer. Hoy mismo una compañera de la oficina me reclamó piropos de vez en cuando. Pero no valgo para eso. Es que no me parece justo alabar a una mujer por pura charlatanería. Como mucho, si me doy cuenta de que alguna viene de la peluquería, le digo: "Qué repeinada". Un poco tosco, pero basta. Porque las mujeres valoran mucho que les noten el cambio en el peinado.

También excepcionalmente, he puesto en práctica la técnica del piropo indirecto e imperceptible que a la postre resulta muy elegante. Consiste en decirle a la dama que se parece mucho a alguna actriz conocida. Cuando la dama se da cuenta de que esa actriz es un bombón, empieza a ponerse roja de contento. Más tarde se puede rematar la faena poniendo en el ordenador un salvapantallas con fotos de la actriz, lo que hará temblar a la dama. Ese día es posible que su vanidad la haga tropezarse con los dinteles de las puertas.

Sería injusto, a pesar de lo dicho, no confesar que alguna vez he sido autor de finuras muy afortunadas. Como la dedicada a la chica tímida y esbelta que bailaba en la esquina de la pista, a la cual le dije que su sitio era en el centro, porque ella era como una elegante fuente y que nadie pone las fuentes en la esquina de una plaza, sino en el centro, para ser admiradas y para que luzcan todo su esplendor.

En fin, que reconozco que el piropo no es lo mío, que soy poco galante, nada picaflor, y es posible que misógino. Poeta y romántico. Si me gusta alguna mujer de verdad, y aunque la conozca poco, de inmediato le envío dos docenas de rosas. Como podrá adivinarse, la excusa perfecta para que ella me mande a la mierda.

PD: Que viva el vino, y las mujeres. Y que muera el monstruo de Hamtetten.

18 mayo 2008

Como una estufa y con los dientes azules



Hace unos cinco años estaba en un bar tomando una copa con unos amigos y se me acercó una chica despampanante:

-¿Tienes bluetooth? Me pregunto.

-¿Que si tengo los dientes azules?

No le hice caso. ¿Qué demonios decía aquella loca sobre los dientes azules. Unos años más tarde me compré un ordenador con bluetooth, y un teléfono con bluetooth, y con gran esfuerzo aprendí a utilizar esta tecnología. Mi conclusión fue la siguiente: El bluetooth es una mierda que no vale para nada.

Pero por lo visto sí que vale. Ahora me entero por un amigo que se ha puesto de modo ligar con el bluetooth. En el mundo de la noche, la gente entra en los bares con el oscuro propósito de follar, pone el bluetooth abierto y así ya no hay que estar averiguando ni preguntando estudias o trabajas o en tu casa o en la mía. Con cinco años de retraso comprendí que aquella chica despampanante no estaba loca: sólo cachonda. Y yo, pobre diablo sin móvil…

En realidad esto de entrar a saco a por el folleteo no es tan nuevo. Ya en tiempos de nuestros padres y abuelos se usaba una fórmula similar. Lógicamente no había teléfonos móviles. Pero sí había una manera de proclamar mediante una clave la predisposición a ponerse mirando para Cuenca. Más o menos la cosa funcionaba así:

-Tengo queso, insinuaba el varón.

-¡Pues yo tengo pan! Contestaba la hembra, llena de alborozo.

Y luego se iban detrás del matorral a poner el queso dentro del pan.

Podía darse una variante. A veces, la mujer respondía: "Pues yo tengo pan… con tomate". Esto quería decir que la señora estaba con la regla. De esta manera el galán, según la tolerancia que tuviera hacia el tomate, podía elegir entre retirarse o aceptar el reto.

Me hizo ilusión esta idea de ligar con los dientes azules y le propuse a mi amigo que fuéramos alguna noche al cuadrilátero (la zona de los bares) para probar este cachondeo tecnológico. Limpié a conciencia la pantalla de mi Samsung SGH U600, puse en activo la función bluetooth y me dirigí a la zona del oprobio.

La primera noche no pasó nada. Mucha gente estaba pendiente de sus teléfonos, pero eso no significaba nada. Es normal recibir y escribir mensajes. De repente me entraron las dudas: ¿Y si era mentira eso de que la gente liga con el bluetooth?

La segunda noche me vestí para salir de nuevo y cuando iba a coger el teléfono para meterlo en el bolsillo me arrepentí y me fui a la cama. Ya no soy precisamente un chaval y trasnochar me cansa mucho. Prefiero dormirme con mi nueva televisión blanca. Al diablo lo de ligar. Es que vamos a ver, tampoco estoy como para decir que tenga fiebre o algo así. Todo esto es por obligación o por curiosidad. Y reconozco que hacer bricolaje me da muchas más satisfacciones. Quien haya traspasado una pared de lado a lado con una broca del 12 sabrá de lo que hablo.

Quise intentarlo de nuevo, no obstante. Y cuando estaba a punto de confesarle a mi amigo que no tenía putas ganas de ir de bares se me ocurrió una idea genial (un truco de bricolaje) compatible con mi pereza y con mi provecta edad: como mi dormitorio está casi pegado a la calle, me metí en la cama y dejé el movil encendido con el bluetooth abierto al mejor postor (postora). Al principio no me podía dormir, esperando la llegada de un mensaje prometedor. Me puse una película de La Dos y me quedé sopa. Eran ya las cinco de la madrugada cuando el móvil me despertó con unos bip psicodélicos, muy al estilo de Samsung. Joder, qué pocas ganas tenía. Y acto seguido el timbre de la puerta (que suena como el avisador de un aeropuerto).

Me puse al albornoz, bajé dando tumbos la escalera y así mismo, con el pelo revuelto y sin mear, recibí a mi pretendienta. Era la hija de unos vecinos de la urbanización. No debe de tener más de 22 años, y la conozco porque casi todos los días, cuando salgo en el coche para ir a trabajar, ella me interrumpe el paso porque sale de su garaje a la misma hora que yo. Es azafata de aviación. Le conozco las piernas. Un poco torcidas y no tan elegantes. Pero es una chica joven, y bien arreglada resulta guapa.

-¿Qué quieres? Le pregunté con desgana.

-Que me folles, dijo ella seca y desesperadamente, señalando su móvil que era fucsia.

Yo suspiré y la miré a la frente (o a los ojos: o a las pestañas con demasiado rímel).

-Mira, le dije en tono protector: si nos damos placer esta noche, mañana no tendremos nada, y continuaremos igual de aburridos. En cambio, si nos casamos y tenemos dos hijos, estaremos entretenidos por un tiempo más largo.

Pero ella no quiso escuchar, no ese plan absurdo. "Un trato es un trato". Y me arrastró al dormitorio donde yo le abrí las piernas y la tomé por obligación.

Lo único bueno de todo el asunto es que al menos esa mañana no me interrumpió con su coche, saliendo del garaje.

18 abril 2008

El inquilino ideal




Meses atrás una tía solterona había fallecido, dejándolo a él como heredero de su única posesión: un céntrico apartamento que necesitaba algunas reformas. El piso olía a vieja por todas partes. Ragebundo Pantriel hizo cambiar el suelo y los alicatados. Sustituyó puertas y ventanas, la instalación eléctrica y de fontanería. Pintó las paredes de un bonito color y alhajó las habitaciones con muebles sencillos y baratos. ¿Y ahora qué?

No lo necesitaba como vivienda, él ya tenía casa. Se planteó venderlo y obtener una ganancia pero rápido se dio cuenta de que no sabría en qué gastar el dinero. Pantriel llevaba una vida de soltero que sobrepasaba la austeridad para rayar el aburrimiento. Detestaba dejar el piso arreglado y vacío, pagando impuestos sin ninguna utilidad. Sus compañeros de oficina opinaron que debía alquilarlo, proposición que él desterró prefigurándose los impagos, pleitos, desperfectos, etc.
Un par de semanas más tarde cambió de opinión y se lanzó a la aventura. Su asesor fiscal le aconsejó que buscara un inquilino menor de 35 años, ya que así se ahorraba muchos impuestos.

-Y si es mujer mucho mejor –añadió: los hombres son más sucios y lo dejan todo perdido de pelos.

Ragebundo hizo caso y publicó el siguiente anuncio: "ALQUILO PISO A MUJER JOVEN Y GUAPA. FUNCIONARIA Y SIN PERRO". ¿En qué estaría pensando? Se dio cuenta cuando lo vio publicado: lo de guapa no venía a cuento. Pero ya estaba hecho.

La primera candidata le pareció perfecta. No buscó más. Ella también se mostró deslumbrada al cruzar el vestíbulo del apartamento: tan limpio, renovado y luminoso. Era guapa. A Ragebundo le temblaba la voz mientras le mostraba las habitaciones. Él nunca imaginó… Y tanto se distrajo con la belleza de la joven que pasó por alto las instrucciones del asesor: que debía exigir un fiador o un aval bancario. También se olvidó de explicarle que los gastos de comunidad y servicios eran aparte. Aceptó que todo estaba incluido en esos 500 Euros que eran una miseria para como estaba el mercado.

Gaudencia del Carmen prometió regresar diez días más tarde con la mudanza y para firmar el contrato. Durante ese lapso Regebundo se dedicó con entusiasmo a completar los detalles y enseres de la vivienda. Sartenes y cuencos. Cambió los tenedores por otros más caros. Añadió toallas. Un aparato de música. Un despertador. Un ventilador para el sofoco. Un cepillo de dientes con su vasito. Estropajos para lavar los platos. Jabón para la lavadora. Cuando se dio cuenta estaba metiendo en la cómoda media docena de bragas de finos encajes. ¿Sería un exceso? Se ruborizó un rato pero una nueva sonrisa asomó a su boca.

El contrato que tenía preparado acordaba que la renta se pagaría por transferencia a su cuenta corriente en los primeros cinco días de cada mes. De esa manera no tendría que estar pendiente de venir al piso a cobrar. Pero no. Eso lo entristeció de repente. Así que se sentó frente al ordenador y redactó de nuevo la cláusula: la renta sería cobrada en el domicilio de la inquilina, exactamente el día cinco de cada mes.

-Es cierto que me queda un poco lejos –reconoció Ragebundo mientras le entregaba las llaves a la muchacha-, pero será todo un placer…

La primera vez ella lo hizo pasar al salón y le preparó café mientras él contaba los billetes. ¿Está todo bien?, preguntó Pantriel tímidamente mientras se limpiaba con la servilleta. Un poco pequeñas las bragas, respondió ella insolente, con una pícara sonrisa, mientras se acariciaba las caderas. Y era verdad: había errado Ragebundo sobremanera, porque Gaudencia del Carmen cargaba un culo imponente. Era delicioso.

El segundo mes, después de contar el dinero, Ragebundo invitó a cenar a su inquilina, que se había portado tan bien y cuidaba tanto el piso. Será como un premio, le dijo. Y ella aceptó. La comida fue cara, costó justo la mitad del alquiler. ¡Pero qué importaba!

El tercer mes se repitió la invitación. Comenzaba a parecer una costumbre. Pero luego hubo además unas copas.

El cuarto mes regresaron al apartamento después de la cena y se amaron con precipitación. Ragebundo estaba tan alterado y tan feliz…

El quinto mes ya no hubo cena. Hicieron el amor y el enamorado Pantriel regresó a su casa a media noche sin cumplir el cometido de cobrar la renta: se había olvidado por completo. Y así transcurrieron las siguientes mensualidades. No en todas hubo sexo, porque a veces Gaudencia del Carmen se sentía cansada, o le dolía la cabeza. Pero ya a Pantriel le daba apuro mencionar siquiera el recibo del alquiler.

Qué curioso. Siempre lo habían hecho en el sofá. Ella nunca lo invitó a pasar al dormitorio. Y ahora que se acordaba: nunca respondía al timbre otro día que no fuera el cinco de cada mes. La seguía deseando, pero ella raramente le daba pie. Lo conformaba con unos besos y su conversación para luego despedirse alegando prisa.

Al cumplirse un año del contrato Gaudencia le comunicó que dejaba el piso y él, que la había imaginado para siempre, se llevó una sorpresa. Ni siquiera se quedó para la devolución de las llaves. Le avisó con un mensaje que estaban en el buzón y no volvió a verla. El cabizbajo Pantriel entró en el departamento, lo inspeccionó todo: el sofá que había sido su nido de amor, el cuarto de baño, donde continuaba el cepillo de dientes sin estrenar. Las esquinas del dormitorio estaban llenas de pelos: parecían de hombre. Todo muy sucio. Estiró las mantas y encontró un colchón lleno de manchas amarillas y otras más oscuras. Se agachó y miró debajo de la cama: el suelo estaba lleno de preservativos usados y pelos, muchos pelos.

-De macho: Hay que joderse-, se lamentó Pantriel, y pensó con aburrimiento en vender el piso.

25 marzo 2008

Pecados Vista Home Premium Edition



Las empresas necesitan renovar sus productos para seguir vendiendo. Los diseñadores de moda nos manejan como borregos: un año nos imponen las maxifaldas, al siguiente miniminifaldas; una temporada pantalones de pitillo, la siguiente patas de elefante. Y los de coches igual: ya no les bastan los faros redondos o cuadrados, y se desquician por la búsqueda de extrañas formas. Las compañías de software rayan la histeria con las sucesivas versiones de sus programas. Aplicaciones como iTunes, eMule o Second Life resultan extenuantes: cada vez que intentas utilizarlas te invitan a descargar la "nueva" versión disponible. Si aceptas, el proceso puede durar media hora. La coña es que justo el día anterior habías actualizado. Y luego los supuestos cambios no se ven por ningún lado.

Pero una cosa es ofrecer a diario nuevas versiones del producto, y otra dormirse en los laureles durante un milenio: Es lo que le ha ocurrido a la Iglesia de Roma con su producto estelar "Pack-Duo Pecados + Culpa". Al final se han percatado de que estaban perdiendo negocio y que personas que antaño dedicaban la mañana de los domingos a confesar culpas ahora se la pasan jugando al tenis con la Wii.

Los inventores de culpas han desempolvado sus herramientas y, por fin, ha visto la luz la última versión de Pecados Vista Home Premium Edition. Mucho mejor, dónde va a parar. El viejo "Pecados" no estaba en armonía con el correr de los tiempos. A estas alturas, por ejemplo, ya nadie fornica. La fornicación exige recato y culpa, mucha culpa. Pero la gente de ahora es más propensa a follar que a fornicar. Y follar se hace con descaro, y si se puede se cuenta a los amigos en el bar. Ahí tenemos ese ejemplo de los doscientos adolescentes de un Instituto en Inglaterra, chicos y chicas, que borrachos como piojos se entregaron a una orgía con total impudicia y falta de prevención. Volvemos a la cultura clásica de los griegos, está claro.

No puede ser que la gente esté por ahí tan despreocupada, disfrutando de la vida sin el menor atisbo de culpa. Así no se progresa. Hay que estorbar un poquitín las conciencias para que resplandezcan las almas. Es preciso joder la fiesta a los que piensan que vivir es el gozo sin las sombras. En este sentido, alabo el acierto de tipificar nuevas conductas pecaminosas: drogarse, enriquecerse más de la cuenta o perjudicar al medio ambiente.

Hombre, se han quedado cortos, quizás. Si uno se pone a meditar, se podría haber hecho un poco más por la sanidad moral del planeta. Lo de enriquecerse demasiado, por ejemplo: ¿cuánto es "demasiado"? El dinero nunca es mucho, uno lo ve así, y entonces empieza la inseguridad moral: ¿estoy pecando o tengo una economía saneada?

Si la Iglesia fuera congruente tendría que extender el ámbito de lo pecaminoso. La misma Iglesia que condena el uso del condón para prevenir contagios tendría que recriminar a las amas de casa que se protegen las manos con guantes de látex para lavar los platos. Y con la misma vara que se reprueba toda ingerencia en el curso natural de la vida una vez se ha producido el engendro, tendría que recriminarse el uso de artilugios como los airbags o los cinturones de seguridad, que sin duda interrumpen de manera antinatural el curso ordinario de la muerte accidental.

La conducta perjudicial para el medio ambiente resulta un concepto demasiado difuso, y si no se detallan casos más concretos se corre el riesgo de que mucha gente incurra en pecado mortal por pura ignorancia. Está claro, por ejemplo, que las mujeres que se depilan pecan gravemente contra el medio ambiente, por el gasto excesivo de energía de los artilugios que eliminan el vello. Una mujer bigotuda sería, a ojos del pueblo, una mujer virtuosa. Esto supone una gran ventaja, ya que si la honra va escondida y es un misterio, los bigotes no pueden ocultarse.

Está bien esto de ampliar los pecados. Es moderno. Pero la Iglesia tendría que ser más ambiciosa, si quiere estar a la altura de otras instituciones como la Hacienda Pública. Es normal, en efecto, que la Administración compense deudas con créditos. De este modo, el Estado se cobra una multa a cuenta de la devolución del IRPF. Las culpas deberían ser también compensables. Por ejemplo, una persona que folla poco o que no folla nunca tendría una cuota negativa en la casilla de culpas venéreas, lo que le permitiría enriquecerse unos puntitos más que aquellos otros que disfrutan del sexo al menos los sábados por la noche.

Otro caso: si un hombre cumple religiosamente con el mandamiento de reciclar las botellas de vidrio, y baja a la calle a depositar sus cascos en el contenedor verde, de regreso a casa puede tocar en la puerta de la vecina y tirársela sin recibir por ello reprobación moral, ya que cumplir con el medio ambiente le otorga un saldo positivo que puede compensar con sexo pecaminoso.

Y se me ocurre más: la Iglesia tiene en sus manos una solución para el grave problema de la piratería. Si la Justicia se ve impotente para abarcarlo, la religión lo tiene fácil: basta con tipificar como pecado digital la descarga de archivos con eMule. Sería asimilable a la orgía: yo te doy, tú me das, todos a disfrutar de lo que tienen los demás. Al mismo tiempo, si en la casilla de la Declaración de la Renta se asigna un canon moral por descargas de Internet, el sujeto pasivo se beneficiaría de una bula que le permitiría bajarse hasta un Gb al mes en canciones o películas (salvo las de contenido porno, que no se admitirían a no ser que las actrices hagan las escenas sin depilarse la entrepierna, en cuyo caso actuaría la compensación de pecados por beneficiar al medio ambiente).

En fin. Lo dejo. Me siguen viniendo ideas a la mente, pero ahora voy a estar ocupado: acabo de escuchar el ruido de botellas de vidrio en el contenedor verde de la calle, y ahora mi vecina está tocando a la puerta porque quiere compensar pecados esta noche.

11 marzo 2008

Sin tetas no hay paraíso



Hay motivos y formas para disgustarse a la medida de cada uno. Mi madre había sentenciado que si Zapatero ganaba las elecciones no podría seguir viviendo. Esta noche me llamó y sigue viva, pero muy jodida. Me preguntó que cómo puede la gente votar a Zapatero con este "desastre" que ha hecho en España. El desastre, al parecer, está compuesto por los matrimonios gay, la exhumación de muertos de la Guerra Civil y la negociación con ETA. Yo le expliqué que a lo mejor es que para la gente que votó a Zapatero esas cuestiones no suponen ningún desastre. Pero ella no se consuela. Le hago ver que lo importante es que tiene una casa sin hipoteca, una pensión de viudedad, médicos y pastillas gratis, un loro y dos gatos. También le recuerdo que es la única del pueblo con televisión plana (que yo le regalé estas Navidades), que mira por dónde en tiempos de Franco fuimos los últimos en antenizarnos, y que para eso tuvo que bordar mucha mantelería y criar muchos cerdos…

Pero me confesó que no tiene ganas ni de ver la televisión, y que ahora incluso le da rabia, porque esa tele tan bonita que le regalé sólo sirve para que en el recuadro salgan Zapatero y los suyos celebrando una victoria que a ella es como si le hubiera robado la vida.

Sin embargo tengo una tía, hermana de mi madre, que también es del PP pero de otra forma. Mi tía dice que la victoria de ZP no le quita el sueño, y que contra un buen chuletón de buey para el almuerzo no hay pena que valga. Mi tía, con 90 años, no se pierde un partido del Real Madrid y los escucha todos por la radio. Mi madre detesta el fútbol, aunque usa unas medias blancas del equipo merengue, que algún nieto dejó abandonadas tiempo ha.

A mí me apasiona el Real Madrid, y esta semana fue eliminado de la Champions Ligue. Estas cosas suelen deprimir. Pero reconozco que me importó un bledo (y un cojón, por si no queda claro). Y es que para lo mal que juegan, los cabrones, y para lo inútil que es Raúl… bien está que hagan las maletas y se marchen a su casa. Algunas mujeres dicen que un hombre que no las hace disfrutar no les sirve para nada: Es justo lo que me pasa con los jugadores del Real Madrid.

Respecto a las elecciones… cualquiera que hubiese sido el resultado no me habría afectado gran cosa: ya que sigo cobrando el mismo salario y comiendo de los mismos manjares.

Sin embargo, fíjense ustedes por dónde, me llegó mi ración de disgusto: fue el sábado por la noche. Qué terrible golpe, santo cielo. La gala para elegir al representante español en Eurovisión. La infamia, el oprobio, la vergüenza a espuertas. Yo decía como mi madre: si gana Rodolfo Chikilicuatre no quiero seguir viviendo. O como Sánchez Dragó (también respecto a Zapatero): si gana Rodolfo yo me marcho de España.

Porque sí. ¿Quién puede soportar quedarse en este país en el que a tanta cantidad de gente no le importa embadurnarse de mierda y presentarse así a los ojos del resto de los europeos con la graciosa disculpa de que "tenemos sentido del humor"?

Pues na de na. Lo del Chiki Chiki ni es humor friki ni es humor casposo. Eso es horterismo y mal gusto y da asco. No soy euro fan y el festival lo veo cuando me parece si tengo ganas. No es cierto que esté en declive, ni que no tenga audiencia, ni que se haya convertido en un amaño de los países del Este. Hace dos daños, cuando España presentó a las abominables Ketchup, hubo un nivelazo en el festival. Fue un espectáculo visual, moderno, con canciones muy meritorias que tengo incorporadas a mi iPod, y los primeros puestos fueron para Noruega, Rusia, Suecia, Irlanda. Los denostados países del Este nos daban ocho vueltas con sus coreografías, cuerpos de baile, sus vestuarios y puestas en escena.

Por eso creo que España y los españoles podrían tomarse más en serio el festival. Dejar de lloriquear y de protestar porque siempre acabamos los últimos porque llevamos una flamencada o la Rosa de turno (y no nos vota ni dios). El festival debe ser una pasión, como el fútbol. Pero a nadie que no tenga un equipo favorito le apasiona el fútbol. Si tenemos una buena canción y un buen artista, Eurovisión se salvaría por sí sola.

Yo apoyé a INNATA, y no sólo porque es abogada. Había estado escuchando su canción a lo largo de la semana. "Me encanta bailar", ese es el título. Un tema con muchas curvas de melodía (no machacón), mitad en inglés y mitad en español. Una de esas canciones que me vuelven loco. Me gasté dos euros, dos votos. Voté con conocimiento de causa y seriamente. A esa señora sí me la imagino ganando el festival. Sí, vale, es cierto que en la gala televisiva salió algo pobre, se le notaba poca voz por la ansiedad, y el arreglo musical para el directo mató los coros y ensombreció el sintetizador cañero. Y sí, es cierto que la abogada se soltó la melena más de la cuenta y representó una coreografía un poco pendón, y el corpiño disparaba la fantasía (pero es pecadora venial si la comparamos con la sueca Carola, que hace dos años se trajinó al director del casting en el asiento trasero de un coche para salir elegida: eso sí, la chica vale).

Bah. Pasó desapercibida. Pero no en mi corazón. Le acabo de dejar un mensaje en su blog. Quiero que sepa que estoy loco por su música y que lo de Rodolfo es una infamia. Innata tiene otros temas emblemáticos como "Ama lo que mamas" y "Sin tetas no hay paraíso", lo que dice mucho de su lirismo y su quehacer poético.

Nunca he pensado en las tetas como parte del paraíso, pero el domingo tuve una prueba en contrario. Estaba en mi casa, en el piso alto, mirando por la ventana, y se paró un coche en la vivienda de al lado. Salió una mujer joven, con un vestido blanco muy escotado. Para dejarle su perrito a cuidar a los vecinos. Desde mi altura, puede observar las tetas de esta mujer: un auténtico milagro nunca visto. Sin llegar al concepto de "senos supranasales", eran como dos melones verdes colocados en su sitio, tan firmes, tan blancos. Y desde arriba daba gloria verlos. Tuve la convicción de que si esa mujer hubiese estado a medio metro de mí le hubiese entregado lo que me pidiera. Le habría donado por completo mi voluntad. Mi voto, si lo quiere, señora, es todo suyo. Elija sobre blanco y sobre sepia. Cuatrocientos euros no compran un voto, pero dos tetas hermosas desde luego. Mirando sus tetas, señora, estoy en el paraíso:

Come on and dance with me, ven y baila conmigo,
dance, que a mí me encanta bailar y
bailaremos con la música toda la noche… Etc.

03 marzo 2008

Cierra los ojos, abre el culo y...




Cierra los ojos, abre el culo y verás el mundo oscuro. Cuando era pequeño se usaba mucho esta gran sentencia, que encierra una gran sabiduría. Bucay nos recuerda que para amar hay que tener los ojos bien abiertos. Los pobres miopes son los que lo tienen crudo: por mucho que abran los ojos, seguirán viendo un mundo tan oscuro como el que puede contemplarse a través del culo.

Afortunadamente tengo sólo una dioptría, y uso gafas únicamente para ver el ordenador y la tele, leer o conducir. Pero una amiga de siete dioptrías lo estaba pasando fatal y ha tomado la decisión de operarse. Le era un suplicio despertarse en mitad de la noche y tener que ponerse las gafas para poder ver la hora en el despertador. Una putada, sí señor. Qué diferente es guiñar un poco el párpado y seguir durmiendo plácidamente. Pero esto tiene remedio: Se podría fabricar un reloj especial para miopes con un sensor que capte el movimiento de la cabeza incorporándose para mirar la hora. Una voz cibernética se encargaría de anunciar: "Son las cuatro y media, aún no es hora de levantarse. Puede seguir durmiendo".

Esto es sólo un ejemplo de la adversidad que debe soportar un miope. Pero hay más. Las playas, sin ir más lejos, son lugares de una crueldad sin límite. El bañista miope tarde o temprano tendrá que guardar las gafas en su funda y tirar para la orilla, en busca del agua. Mi amiga me ha contado que en este corto trayecto lo normal es darse de bruces con otras personas medio desnudas que reaccionan con ira ante el incomprensible encontronazo. Muchos la llaman "antipática", porque piensan simplemente que "no se esfuerza". Y claro, no es cuestión de ponerse a dar explicaciones sobre el problema de la visión defectuosa.

Los miopes, cuando caminan sin gafas o lentillas, se orientan por los bultos. Y esto resulta especialmente peligroso en una playa atestada de hombres tomando el sol. En cierta ocasión, mi amiga no sólo se tropezó con un señor que estaba tendido en la arena, sino que le pisó con contundencia justo ahí: en el bulto de la entrepierna. El alarido fue monumental. Tuvieron que llamar a los socorristas y al final no hizo falta una ambulancia. Pero por los pelos… Y nunca mejor dicho.

Ahora mi amiga ya está operada y le ha perdido el miedo a la playa y a los bultos de los bañistas. Está contenta de poder ver la hora en el despertador sin ponerse las gafas, y se siente aliviada de no tener que andar con el engorro de las lentillas. Pero le daba un poco de pena tirar unas gafas con montura de pasta que se había comprado hace poco, y que le daban un agradable aspecto "intelectual". Lo que ha hecho es desmontar los cristales y ahora se pone algunas veces las monturas vacías, como hacen los actores cuando tienen que interpretar a un personaje gafudo.

A mí me gustaría poder operarme mi única dioptría. Pero la operación con láser no está indicada para casos tan leves. Hace un par de años anunciaron que se había desarrollado una nueva técnica aplicable a cualquier graduación y a cualquier defecto (no sólo a la miopía). Al parecer, se trataba de corregir la curva de la córnea con magnetismo. De este invento maravilloso nadie ha vuelto a rechistar. Es posible que sólo se tratase de un cantamañanas con ganas de salir en los telediarios.

Los avances en las técnicas quirúrgicas no cesan y a veces resultan chocantes y folclóricos. En el Hospital St. George de Alabama están experimentando con una novedosa operación con láser. De esto, que yo sepa, todavía no se habla en las televisiones. A mí me lo ha contado un amigo que está haciendo un postgrado en EEUU. Con esta operación no tratan de corregir la disfunción ocular, sino que exploran las posibilidades de orientación por medio de otros órganos sensoriales. Lo que hacen con el láser es aguzar o afilar las cuerdas vocales del miope. Tras la operación, el paciente puede emitir ultrasonidos, cuya señal de rebote le informa de la presencia de objetos en el entorno y le permite evitarlos.

Fue fácil encontrar esta solución. El médico responsable del hallazgo es aficionado a la espeleología, y se inspiró en los gráciles movimientos de los cegatos murciélagos dentro de una caverna oscura.

Dicen que hay un efecto secundario, que según a quien le podrá o no importar. Ojo, que puede ser desagradable. Mi amigo de EEUU estuvo aquí en Carnavales y se trajo a una chica americana (una medio novia, para entendernos), que se había hecho la operación con láser en las cuerdas vocales. A mí no me parecía gran cosa, con la piel tan blanca y rosada y con tantas pecas… Pero él estaba entusiasmado, que si es muy cariñosa, que si me da unos besitos… unos mordisquitos aquí… en el cuello.

Parece ser que las personas que se orientan por ultrasonidos desarrollan un ansia mórbida de chupar sangre de animales vivos. Por si acaso, yo le he aconsejado a mi amigo que no practique sexo oral con su chica americana…

21 febrero 2008

Elixir de la eterna senectud


En el Diario 20 Minutos de hoy se comentan posibles acciones del Ministerio de Sanidad contra Sánchez Dragó por recomendar el consumo de melatonina, sustancia clasificada como medicamento y cuyo uso sólo pueden prescribir los facultativos. Sánchez Dragó declara que la toma desde hace años y que para él constituye un elixir de eterna juventud.

Me parece mal que se persiga a Sánchez por este motivo. Si realmente es una droga que pueda acabar matándolo, es lo mejor que podría ocurrirle a la humanidad. Dragó afirma que es inocua, pero está claro que, como mínimo, produce confusión mental: si no, ¿a qué viene eso de afirmar que es el elixir de su eterna juventud? ¡Pero por dios! ¿Se habrá visto la cara en algún espejo? ¡Si tiene más arrugas que la entrepierna de un taxista!

Ciertamente es un hombre de una cierta edad. Pero aún cuando era joven ya tenía la misma cara de papa arrugada. Es el eterno viejo. De modo que si su secreto es que consume melatonina a espuertas, lo que esto demuestra es que la tal sustancia no rejuvenece, sino que directamente le lleva a uno a la Residencia Geriátrica a la velocidad de un Ave Madrid-Barcelona o viceversa.

Sánchez Dragó, sin embargo, está convencido: la ingesta de esta droga le permite desarrollar una actividad frenética, que se traduce en tres libros en diez meses, programas de televisión, conferencias, columnas en periódicos, entrevistas, viajes cañeros, juergas (que yo creo que se refiere a irse de putas), etc. Si estos efectos fueran atribuibles a la melatonina, habría que sancionarlo o meterlo en un centro de desintoxicación: porque los pobres españoles no nos merecemos tres libros de Sánchez Dragó en diez meses. Es demasiado castigo para nuestros pecados.

Confieso que sólo me he leído un libro de este señor: "La prueba del laberinto". Creo que fue Premio Planeta, si no recuerdo mal. Pero qué asco de novela, oiga. Una mierda de pájaro es más literatura que lo que escribe este individuo, que infringe brutalmente lo más sagrado de la escritura creativa. El libro no es más que una recopilación de refranes, aforismos y frases hechas: lo cortés no quita lo valiente, los que las dan las toman y a otra cosa mariposa. Así es como habla el narrador de "La prueba del laberinto". En cualquier taller de escritura le hubieran dicho a este espantajo arrugado que usar frases hechas, manidas y sobadas, es un pecado de órdago, y que el arte de crear escribiendo consiste en eso: en el hallazgo de lo insólito y lo inesperado. Por lo demás, la acción de la novela se resume en una sucesión de majaderías incomprensibles sólo pausadas para que el escritor-narrador consuma su ración de hachís (la melatonina se entiende implícita). Pretenciosamente llama a su hija ficticia Samarcanda, cuando es posible que su hija real se llame Merche o Almudena, como cualquier madrileña (no voy a investigar si tiene hijas, que no me interesa).

Si escribiendo libros es un caga-tulipanes, deberían proscribirlo en las televisiones, ya que, por muy bonitos atriles que use para apoyar su guión, resulta intolerable para el telespectador tener delante el rostro arrugado de este drogata durante una hora con sus minutos. No es un secreto que a los niños les espantan los viejos. Si sacamos a Sánchez de la caja tonta protegeremos nuestros infantes, en particular, a la Infanta Leonor de Borbón, a la que debemos resguardar de experiencias desagradables para que en un futuro nos represente con dignidad y no se dedique a enseñar las bragas a la prensa y atropellar peatones, como hace Britney Spears.

Además de promocionar la melatonina, Sánchez Dragó es también un notable mentor del sexo tántrico: otra de las recetas que, según él, le permiten sostener su frenética actividad mediática. La doctrina tántrica arguye que la eyaculación del hombre le supone un esfuerzo ciclópeo y le repercute un agotamiento extremo. Literalmente: el hombre se queda "mamado". Por eso recomienda que de cada diez veces que se haga el amor, se eyacule sólo una. En el resto de los episodios el macho debería contenerse y volver al relax sin consumar.

Parece una barbaridad. De todas formas lo del agotamiento no puede haber quién lo niegue. Si uno no se duerme, las cuatro o cinco horas siguientes a la explosión blanca son muy grises, de ánimo y de fuerzas físicas. El macho se vuelve pesimista y la sensación corporal es como si hubiese donado medio litro de sangre. Así de inválido es el post coitum.

Sin embargo, peor que el agotamiento es eso de "reservarse" y guardar "el asunto" para otro día que pinte mejor. Creo que va contra la naturaleza. En el fondo, el hombre es como cualquier animal de ubre (vaca o cabra), que si no se ordeña a diario se pone inquieto y de mal carácter.

A mí me cuesta creer que Sánchez Dragó practique el sexo tántrico, como también me cuesta creer que practique cualquier otra variante del sexo (incluida la ordinaria). No sé qué clase de persona (hombre o mujer) podría tener tanto estómago como para consentir, aún a cambio de dinero, tener de frente la cara arrugada de este yonqui de la melatonina (si tiene así la cara, no quiero imaginarme su escroto).

En fin. No puedo escribir más: He de reconocer que esta tarde me siento bastante débil…


PS: Por si alguien está más dotado que yo para la caridad, Sánchez Dragó regenta su propio blog. Él agradecerá sus jugosos comentarios. En su página hay links para comprar melatonina: por si usted gusta de ser eternamente joven.

07 febrero 2008

En tiempo de sequía no hagas tiramisú


Cuando pasan meses sin llover se sufre mucho. La desconfianza se apodera de uno: ¿Y si el cielo se hubiera cerrado para siempre? Me imagino una primavera sin pájaros, pero no una ciudad deshidratada. En el desierto se sobrevive con medio litro, pero eso es porque la arena está cerca y la arena lo admite todo y lo cubre todo (me refiero a la inmundicia).

¿Qué haría una ciudad con millones de habitantes sin poder tirar de la cadena? Siempre queda el recurso de comprar en los hipermercados arena para gatos y hacerlo en una esquina del salón. Claro que este comportamiento deshumaniza: por más que la arena sea perfumada…

Afortunadamente esta noche estoy excitado porque hay pronóstico de que mañana lloverá en Canarias, después de dos meses de estío. Esta pequeña felicidad se verá ensombrecida por la pertinaz sequedad de las tierras catalanas. Y es que yo lo paso mal también por solidaridad española. Reconozco que más arriba de los Pirineos el problema acuático ya no me conmueve. Y esto es así no por xenofobia, sino porque son los telediarios los que me inculcan la solidaridad y me provocan la angustia. El nivel de los embalses en Cataluña está al 23 por 100 y sigue bajando. Hoy mismo se anuncian multas de 3000 Euros para los catalanes que se atrevan a lavar el coche: pienso en la Sra. Akroon enfilando el Juzgado con su vehículo luciendo infames chorretones y se me saltan las lágrimas.

Depender de los embalses es muy estresante porque puedes hacer un cálculo de lo que te queda de vida. Sin agua no hay vida, y ahora mismo en Cataluña están a menos de un 25 por 100 del límite de supervivencia. En Canarias, como el agua se obtiene de pozos y galerías (y desaladoras) este problema no es visible: y ojos que no ven, corazón que no siente. Podemos jugar a que el agua que está dentro de la tierra es infinita y nunca se acabará, aunque a los niños se les pudran los dientes con el exceso de flúor.

De modo que he estado meditando estos días y se me han ocurrido muchas ideas para mitigar la escasez de agua, estirando en lo posible nuestra expectativa vital. Los remedios de siempre están demasiado manidos, y así no vamos muy lejos: dúchate en lugar de bañarte, no dejes correr el grifo mientras te cepillas los dientes, no pongas la lavadora hasta que no esté hasta la bandera de ropa hedionda, etc. Poca imaginación.

Para empezar, mientras no llueva deberíamos abstenernos de hacer tiramisú. A mí me apeteció después de muchos meses y ya ni me acordaba de la receta y sus problemas. El Minipimer estaba muerto de risa en el cajón, diciendo hay que ver cómo eres, que nunca me sacas a dar unas vueltas… Y tan olvidado lo tenía que pulsé el botón del turbo creyendo que era el de batir lento y al primer contacto del aspa con el Mascarpone las cristaleras recibieron una lluvia blanca parecida al gotelé. En fin: que el postre me quedó rico y ha sido una semana de gula total, pero la ejecución resultó tan pringosa que me cagué en mis muerto y me prometí que en adelante consumiría exclusivamente flanes Reina de huevo con bizcocho, y natillas Reina con galleta: todo prefabricado y limpio. Me pasé media hora lavando cacharros y útiles. Gasté más agua de la que seguramente consume una familia media catalana en todo un día de mear y lavarse los dientes.

Así, pues, en época de sequía nada de tiramisú. En general, consuma alimentos precocinados y use cubiertos y platos de plástico. No sea tan limpio: lavarse los dientes sólo es absolutamente imprescindible si tiene perspectivas de recibir un beso con lengua antes de dormirse. Olvídese de los jardines verdes: un parterre de grava y unos mojones de piedra causarán el mismo efecto. Deje la fregona para las fregonas. Limpie el suelo con trapos húmedos del mismo modo que los azulejos. El coche también se puede abrillantar con paños húmedos.

Recicle el contenido del cesto de la ropa sucia. Pruebe a extraer una camiseta usada y húelala: si no pierde la consciencia es prueba de que puede volver a ponérsela sin peligro. Los calcetines, que nadie los ve, no necesitan estar limpios. De la ropa interior se puede prescindir sin que pase nada. En general, haga el ejercicio de recuperar costumbres ancestrales y adquiera tolerancia al típico olor de zorro. La humanidad ha sobrevivido millones de años oliendo de esa guisa. Nada nuevo bajo el cielo. Si los pantanos van al 23 por 100, hay que ir pensando en perder los escrúpulos y reivindicar el olor a zorro. Si usted es mujer, también puede oler a zorra y nadie la recriminará.

Todos estos trucos se pueden ir aplicando progresivamente, dejando los más graves para cuando el porcentaje esté próximo al uno. Piense que se puede sobrevivir con medio litro de líquido al día para beber. El agua no es tan necesaria.

Pero si usted es ambicioso y quiere alcanzar la perfección de la sostenibilidad total, valore la posibilidad de sacar del desván la vieja escopeta de caza de su abuelo, cargue un cartucho y dispárese a la sien. En cuanto retiren el cuerpo y limpien la humedad del suelo, usted habrá alcanzado el grado óptimo de consumo de agua: Ahora puede reírse de la sequía y dejar de consultar en Internet la página del Meteosat.


PS: Fotografía del Meteosat al tiempo de firmar este post: cómo puede apreciarse, un enorme rabo de nubes dispuestas a chingar está a punto de entrar en contacto con las islas. En algunas casas, la gente ya ha comenzado a batir los huevos (para el tiramisú).

28 enero 2008

Historia de la medicina moderna



Debo confesar que no tenía la menor intención de escribir esta tarde. El que conozca un poco a la Sra. Akroon sabe que no es posible eludir del todo la obligación de postear. Ella regresa más pronto que tarde con su fusta justiciera y uno a preparar el culo y a ponerse a escribir. Jo, pero la pereza es la pereza, y la falta de imaginación a veces se asoma a una ventana y grita con pavor a los transeúntes.

Windows estaba apagándose y en el último momento me arrepentí y visité el blog de la Sra. Zafferano, principal suministrador de energía eléctrica para la isla de Tenerife después de la Central Térmica de Granadilla. Leí su disertación sobre la hipertensión y comencé a escribirle un comentario que se me fue alargando tanto… alargando tanto, que al final exclamé: ¡estoy entonao! Lo que he hecho es robar mi comentario de allá, de su blog, y traerlo aquí. Que me perdonen los puristas, pero es que su blog y sus comentarios se emiten bajo licencia "Creative Commons", y eso quedaría en agua de borrajas si uno no se dedica a piratear y piratear como buen español.

Aquí está, pues, la HISTORIA DE LA MEDICINA MODERNA, según el comentario a la hipertensión de la Sra. Zafferano:

"Hasta hace apenas un par de siglos la gente no tenía corazón. Los mendigos se quejaban porque no recibían caridad, y los médicos también se morían de hambre, ya que guardaban en sus bolsos de visita estupendísimos fonendoscopios a los que no lograban sacar partido: por más que palpaban, ni un mísero chucuchú. Hartos de esta situación, los galenos realizaron un descubrimiento a la medida de su bolsillo, y a partir de entonces los humanos tuvimos corazón que ellos podían escuchar y palpar.

De esta forma también se pudieron dar de baja en el padrón municipal a muchas personas que fueron acusadas de estar completamente muertas porque en su interior no latía nada de nada.

Sin embargo no acabó ahí la progresión de la ciencia médica, porque los primeros corazones latían a ritmo continuo y no había parámetros que medir. Fue así como se realizó un segundo descubrimiento crucial para la historia de los médicos: la tensión. A partir de entonces, si vamos al médico, este nos puede clasificar en dos grupos: hipertensos e hipotensos (que son los que tienen tensión parecida a los hipopótamos). Tanto unos como otros se consideran anómalos, o sea, enfermos, por lo que recetar una pastillita o una batería de ejercicios es obligado.

Claro que algunos se saltan a la torera (brincando por encima de una vaca) la prescripción facultativa, y usan la batería de ejercicios para cocinar.

Si se cocina con una batería de ejercicios, lo más probable es que a uno le suba el colesterol. Se considera alimentación insana, por lo que se hace preciso recurrir otra vez al médico. El facultativo opinará que el colesterol está provocado por una excesiva ingesta de coles, que además provocan gases, y para esto lo mejor es una copita de anís.

El que empieza tomando una copita de anís después de las comidas acaba borracho como una pipa en una calle y ahí ya llega un señor con un Audi A8 a toda leche y lo atropella. Viene el médico forense y pone en el informe: "causa de la muerte desconocida", porque los médicos, desgraciadamente, no entienden nada de coches.

Y esta es la historia de la medicina moderna, cuyo relato dedico a la ínclita Sra. Nush M.D., que estudia el primer curso de medicina en una provincia especializada en la producción de peras y manzanas, gracias a lo cual ya es capaz de distinguir entre un hipertenso bailando en una discoteca y un hipopótamo revolcándose en un charco de fango.

¿O no?

21 enero 2008

Paquetitos y paquetones



Hoy ha sido un lunes negro para la bolsa, que baja y baja. Esto se predica de la bolsa del común de los mortales, no así de la bolsa de Beckham, que sube y sube y no para de subir. Estos días salen al mercado los condones bautizados con su ilustre apellido, pero la presión mediática ha sido soberbia semanas atrás, cuando se conocieron las fotos publicitarias para calzoncillos Armani: y ríase de su paquetito.

Tiene la versión calzoncillos negros y la versión calzoncillos blancos (no podía ser menos que un iPod). Pero ha sido la versión blanca la que y ha causado revuelo, polémica encendida, y más de un orgasmo en alguna dama sensible. Es la foto de arriba. Se la mostré a una amiga para ver qué opinaba y ella no me dijo nada, se le puso un nudo gordiano en la garganta y huyó a toda prisa, caliente como una locomotora de las que transportaban a los forajidos al Lejano Oeste.

El debate, como siembre, se celebró en la red, y los maledicientes foreros proclamaron que aquí había tongo, que dónde va ese tío con ese paquetón de elefante, que eso no es real como la vida misma (que es mucho más triste) y que Photoshop debió de tener alguna responsabilidad en ese bulto.

La amantísima esposa salió en defensa del calzonudo marido, que ella sabe de lo que se habla, que nada de Photoshop, que quién lo necesita. Que su David la tiene así de grande y más, que la tiene, para mayores señas, como el tubo de escape de un camión, y que además la usa, y que todas las noches, sin pausas ni barbechos, ella se arrima a su serrano cuerpo tatuado y él la premia con un glorioso embate de su mástil de tubo de escape.

Como pueden ver, el asunto es de calado, y de interés nacional. Sin no aclaramos bien la polémica sobre el tamaño de las bolsas de Beckham, corremos el riesgo de votar equivocadamente en las próximas elecciones, o invertir a destiempo en el sector inmobiliario. Nuestros escolares no necesitan ser bilingües, como propuso hoy no sé quién: lo que necesitan de verdad saber es lo que vale un peine y lo que mide el pene de Beckham.

Lo más curioso es que, a pesar de que esta polémica te la encuentras en todas las sopas de Internet, nadie se moja más de lo necesario. Ni el menor análisis de la cuestión, pruebas empíricas, etc. Para eso estoy aquí: para aportar nuevas luces a la oscuridad del paquete. Veamos:

A mí ese paquete no me parece un gran paquete. Yo miro y (sin ponerme verraco, como Victoria) lo que veo es un paquete de toda la vida, como quien dice. No creo que haga falta ningún Photoshop para inflarle los cataplines o la churra de este señor. Lo que ves es lo que hay (wysiwig). Es posible que hayan retocado los abdominales con sombras, porque yo le he visto la barriga al futbolista al acabar los partidos y no la tiene tan conformada. Pero lo otro no. Creo que lo que se produce es un efecto óptico, por un pliegue de las sábanas o de la camisa, que puede inducir a creer que lo que hasta aquel extremo opuesto llega es el bulto viril, y no las sagradas formas de la seda.

Para no quedarme en teorías, he realizado un experimento. Si usted desea repetirlo en su casa hágase con unos calzoncillos blancos de marca genérica y media docena de huevos de codorniz. También con una sandía de tamaño mediano. Vista la sandía con los calzoncillos y meta dentro dos de los huevines de codorniz. A continuación corte diez centímetros de la manguera del butano e insértela entre los dos huevos. Tome su cámara digital y dispare una foto: usted ya tiene su paquetón de Beckham particular. Si le apetece, es legítimo acariciarlo.

Victoria Beckham es una mentirosa compulsiva y una acomplejada. Y lo suyo no son las metáforas. ¿Qué es eso de que la tiene como el tubo de escape de un camión? ¿Sucia y tiznada? ¿De qué tipo de camión hablamos? ¿De un camión isotermo de Campofrío o del camioncito del repartidor de leche?

¡Y quién se va a creer eso de que todas las noches copulan con puntualidad inglesa! Por favor, vaya mentira podrida. Que por ser ricos y famosos no van a tener más libido que la del mísero pueblo llano. Estar salidos como conejos no es tan fácil. Y a estas alturas la parejita debe de estar más que aburrida de restregarse los tatuajes el uno contra el otro. Victoria ya debió de quedar más que servida de sexo en su época de chica picante. Y el futbolista también estará más que saciado de tirarle las pelotas a todo bicho viviente (modelito por aquí, modelito por allá). Llevan diez años de casados: les pasará como a aquel rey al que le gustaba mucho la perdiz, pero ¡es que perdiz todos los días! Y pienso yo, por otra parte, que estar por ahí, todo el día comprando ropa de marca, yendo a las peluquerías, uno llega a casa agotado, y luego que si bañar a los niños, hacerles de comer, poner dos o tres lavadoras, leer todas las revistas del corazón y toda Internet para ver lo que dicen de uno. Jolín, eso sí que debe de ser agotador.

Anda hombre. Y que me vengan a decir que después de todo eso Victoria todavía sigue pensando en un buen tubo de escape caliente…

Lo dicho. Todo es una farsa. Y ese paquete es real y normal. Dos huevines de codorniz y un trozo de manguera de butano de diez centímetros.

Si alguien pregunta por qué hacen falta media docena de huevos para el experimento, la respuesta es la siguiente: a mí, después de los procesos empíricos, me entra un hambre voraz, y la tortilla de huevos de codorniz no deja de ser un delicioso manjar.



14 enero 2008

El bricolador compulsivo




Cuando el hombre vivía en las cavernas poco se imaginaba que el progreso le iba a ocasionar un descomunal dolor… de espalda. Se me saltan las lágrimas con la estampa bucólica de aquellos poco más que monos peludos brincando entre peñascos, persiguiendo alimañas para llevarse a la boca, librando feroces batalles, gastándose la pulpa de los pies en sus interminables caminatas de nómadas. Eso sí: nada de lumbago. La espalda siempre en forma.

¿Y qué le queda a uno, hombre del siglo XXI? La oportunidad de correr detrás de bichos hediondos para luego comérselos crudos ya pasó a la historia. Ahora uno se gana el pan sentado en un sillón con ruedas y el único sudor es el que desprenden las yemas de los dedos en su inapetente teclear.

Algunos se desquitarán con los deportes. Pero los deportes son peligrosos y tarde o temprano se acaba con una pierna escayolada. Para cambiar una dolencia por la otra, me quedo con el lumbago, que al menos nadie tendrá la graciosa ocurrencia de echarme una firma en la rabadilla.

El peligro es el multisedentarismo. Si uno trabaja en oficina y no hace deportes, parece que ya está sentenciado. Pero no. El sedentarismo laboral y el deportivo no son tan peligrosos como el sedentarismo doméstico y bricolador. Porque hay tipos que no se dan cuenta de que su salvación está en las tareas domésticas y en el bricolaje. Ingenuamente contratan una chacha para que pase la fregona y limpie las cristaleras, mientras ellos se tumban en un sofá a incubar dolencias lumbares. La limpieza de los cristales es una actividad de lo más completa para mantener los músculos de la espalda en perfecta forma.

Los que hayan visto la serie House habrán visto como el sagaz doctor envía a su equipo al domicilio del enfermo para localizar posibles causas ambientales que ayuden al diagnóstico. Si yo fuera médico, antes que radiografías y carísimas resonancias magnéticas, me iría directo al domicilio del paciente y miraría los cristales del balcón: si están negros como el tubo de escape de un camión de Campofrío, entonces es bien seguro que el enfermo padece el llamado “mal del vago”, o sea, lumbago. Cuando uno limpia los cristales, la espalda se estira y se mueve en varias direcciones, y los brazos actúan vigorosamente en movimientos circulares (ya saben: dar cera, frotar cera).

Hace poco fui a colgarle unas lámparas a una compañera de trabajo y la cristalera estaba tan turbia que no pasaba la luz del sol. Se lo dije y comentó ingenuamente: “Es que yo creo que nunca la he limpiado”. “Y se nota”, le repliqué yo.

Pero es que hay gente a la que la limpieza del hogar no le nace. Mi madre, por ejemplo. A ella le encanta trabajar en las huertas, pero no dentro de casa. Si usted padece este llamado “síndrome de la mala ama de casa”, aún puede salvarse si se es aficionado a los juegos de cama: no de sábanas, debe entenderme. Me refiero a lo otro. Y es que follar vigorosamente también mantiene en forma el grupo de músculos de la espalda. Esto lo sabe perfectamente cualquiera que tenga el hábito (monjes incluídos). En cambio, si usted es de aquellos en los que el dicho de “el polvo del siglo” ha de interpretarse en su pura literalidad… entonces corre serios peligros de tener en baja forma su espalda.

Hay quien opina que follar da asco y es caro. Para quienes son de este parecer, la última baza a la que pueden agarrarse es el bricolaje compulsivo. Esto los salvará. Se puede ser sedentario laboral, sedentario deportivo, sedentario doméstico e incluso sedentario sexual: a condición de que se tenga una buena caja de herramientas… y se usen.

Esto del bricolaje es un mundo. Uno empieza y no tiene límite. La realidad supera la fantasía. Les puedo poner un ejemplo: Mi actual casa la llevo habitando diez años. La superficie útil de la vivienda propiamente dicha era, cuando la compré, de 90 metros cuadrados. Hoy en día me quedan apenas 70 metros, pues tantas capas de pintura le he aplicado que las paredes se me van acercando. He calculado que dentro de 30 años será inhabitable: ¡pero qué coño! Se compara otra nueva, que siempre hay más cosas que hacer.

Lo digo en serio: así como limpiar las cristaleras es la tarea doméstica que aporta un mayor beneficio para la espalda, pintar con rodillo es el ejercicio ideal para el lumbago. En una ocasión me vi obligado a pintar la azotea de mi madre, aún a pesar de mi agudo dolor de espalda. Sin embargo, cuando terminé dos horas después estaba completamente curado.

El bricolaje es así: uno empieza por un lado, y cuando termina por el otro ya se estropeó el primero. Las grietas son nuestras amigas. Los bajantes que se atascan. La puerta que chirría de nuevo, la muy bendita. ¿Y por qué no cambiar las lámparas para combatir el cambio climático? Unos horteras picaportes dorados invitan a la modernización. ¡Atrévase! Esa cocina no le dará la felicidad, Ikea tiene justo lo que usted necesita. Busque a un carpintero que le haga esos armarios, páguele un adelante y deje que se largue y lo estafe. Luego compre herramientas y fabríquelos usted mismo y siéntase orgulloso. ¿No le dan rabia esas manchas en el terrazo? Alquile un martillo electroneumático y arrase con él. Cuando coloque las nuevas baldosas déjelas torcidas para que dentro de cinco años le entren ganas de levantarlas de nuevo. ¡Y las juntas! Ay, amigo mío, qué buenas colegas son las juntas que siempre se estropean y te dan la oportunidad de tratarlas. Si compra una cama nueva, que sea de Bo Concept. Como tiene tantos tornillos seguro que varios de ellos crujen y chirrían: pasará meses intentando localizar la fuente del ruído, se volverá dulcemente loco con este entretenimiento. Ponga geranios en las barandillas, mátese a regarlos, compre jardineras, soportes, abonos, útiles de jardinero. Luego arrepiéntase. Tírelo todo a la basura. Lave las jardineras y regálelas a una compañera de trabajo para que ella ejercite su espalda por un tiempo.

En fin. Lo que quería decirles es que estos días estoy viviendo en una nube de felicidad porque, gracias a una publicidad de Internet, descubrí que Bosch ha inventado, por fin, una multiherramienta que lija, corta y tronza con total limpieza y seguridad. Ya la compré. Es lo que siempre había soñado en mi delirio bricolador. Es capaz de retirar las juntas de cemento de las baldosas sin levantar una nube de polvo. ¡Me voy a poner morado esta primavera! El movimiento de la máquina es vibratorio, no es peligrosa.

La multiherramienta de Bosch es la mejor amiga de un hombre… Bueno, si se decidieran a incluir un accesorio con forma de plátano quizás también pudiera llegar a ser la mejor amiga de una mujer...

06 enero 2008

Los enamoramientos de Ragebundo Pantriel


“Otro arrogante de mierda”, pensó el Dr. Quinteiros cuando Ragebundo Pantriel, nada más sentarse en la silla de su consulta psiquiátrica, comenzó a hablar:

-¿No adivina usted por qué he venido?- Esa fue la frase estúpida que tanto disgustó al doctor.

-Pues la verdad es que no. Pero usted dirá… Estamos para eso: para escucharle.

Entonces al desdichado Pantriel se le rayaron los ojos y comenzó a relatar su emotiva historia:

-¡Es que no tengo suerte con el amor! ¡Es que me he enamorado casi una docena de veces!

-¿Y cuál es el problema entonces? Replicó el doctor con impaciencia.

-¡Pues eso! Que… que… que… ¡Que aquí estoy!

Y ahí se bloqueó. No pudo expresarse. Parecía realmente abrumado. Se levantó y se fue contra la pared. Allí se quedó con el rostro congestionado hasta que el doctor lo invitó a tumbarse en el diván, y al rato pudo proseguir:

El drama era que ninguna chica le había correspondido en realidad. Ragebundo se quejaba de su propia ingenuidad y de su esperanza. Era muy tímido. La primera vez que se enamoró de una compañera de colegio ni siquiera se atrevió a decirle nada. Vivió el episodio con desesperación y lo asumió como una enfermedad, pero lo dejó pasar porque tanta emoción lo superaba. La segunda vez todo fue más normal. En una verbena del pueblo invitó a bailar a una chica que le gustaba. Y ella aceptó. Eso le sorprendió gratamente; pero el disgusto vino de nuevo cuando le propuso pasear otro día y ella no quiso. A pesar de ello, el bueno de Pantriel consideró el suceso un avance: “vamos entrenando”, se dijo ilusionado.

El siguiente amor significó otro avance. La chica aceptó salir con él. Fueron hasta tres citas las que tuvieron, y Ragebundo comenzaba a sentirse entusiasmado. Estaban en el cine y consideró que le correspondía besar a la muchacha. Pero ésta le atravesó el codo y le hizo una mueca que contrarió mucho a Pantriel: eso no era una señal de amor. Eso dolía mucho.

Pero Ragebundo era joven y, a pesar de su carácter melancólico, nadaba en vitalidad. Los tropezones le turbaban, pero emprendía la lucha con afán renovado. No había nada malo, pensaba para consolarse. Se trataba de la “educación sentimental”, como en la novela de Flaubert que tanto le entusiasmara. Y los hechos le iban a dar la razón, porque la siguiente chica de la que se enamoró sí le dejó que la besara. Eran unos besos un poco ñoños, pero para el principiante Pantriel tenían gran valor. Alimentaban su fe, aunque no bastaban para calmar las pasiones que ya comenzaban a despertársele en la parte recóndita de las vísceras. Una tarde, sentados en el banco de un parque, Ragebundo se atrevió a acariciarle el muslo de Ana Candelaria y le subió con nerviosismo el pliegue de la falda. Ya comenzaba a soñar con mullidas caricias cuando la joven, en una reacción casi automática, le propinó una bofetada.

Se ofendió mucho Ragebundo Pantriel, y se colmó de rabia y vergüenza por lo sucedido. No quiso saber más de aquella mojigata, que a pesar de todo pretendía continuar el noviazgo. Empezó a entender por qué sus amigos hablaban con frecuencia de lo raras que eran las chicas en general.

Pasados unos meses volvió a enamorarse, y se olvidó de todo lo que había sufrido y de los sinsabores porque esta vez parecía que el destino le abría los senderos y el amor se le ofrecía en bandeja. Se llamaba IC, era una joven con piel achocolatada y una nariz preciosa que aceptó bailar con él, salir con él, pasear de la mano con él. Y le permitió primero un beso tímido, y al poco muchos besos más atrevidos. Y la mano nerviosa de Ragebundo Pantriel pudo reptar pierna arriba, subir la falda, palpar el cojín mullido donde se escondía el secreto. Y tras varios intentos desastrosos y dolorosos, logró hacerle el amor de manera aceptable y ya se sentía brincando entre las nubles en un glorioso globo inflado dentro del cual estaba su gran amor que le estallaba dentro del pecho.

Cuando habían hecho el amor siete veces, Ragebundo consideró que era preciso dar un paso más. Se limitó a repetir los guiones de las películas hollywoodienses. Aquirió un anillo en una joyería y en una cena sorprendió a la muchacha y le pidió que se casara con él, ¡que la amaba! A la señorita IC le cambió el semblante: que cómo la podía querer si no la conocía lo bastante, que si era joven y el matrimonio… que vamos, que ni se le había pasado por la cabeza.

¡Jah! Ni se le había pasado por la cabeza. Al cabo de un año, IC se casó con un concejal del PP y al cabo de otro tuvieron un bebé apolítico. Por supuesto Ragebundo no volvió a verla desde aquella noche, que fue como la cima de la montaña y todo lo que vino a continuación fue un descenso a los infiernos. Perdió la fe en el amor el desdichado Pantriel. No entendía cómo en medio de la ilusión se pudo ir todo al traste, con el entusiasmo que había mostrado IC. Pero no sólo perdió la fe en el amor, también dejó de creer en los extraterrestres y en cualquier otra cosa que se relacionara con ellos: por ejemplo, la felicidad.

Fueron unos años muy duros. El episodio le pesaba como una losa de muerto, y la vida se le tornó a Ragebundo infumable. En medio de la desesperación y la desesperanza, intentó retomar sus procesos de enamoramiento, y a veces lo consiguió. Sin embargo, esas relaciones no llegaron muy lejos. Las muchachas terminaban ahuyentándose. Es probable que Pantriel no lograse disimular su rabia contenida y su trauma no superado.

La suerte de estos nuevos amoríos se tornaba decreciente. Al principio eran citas. Luego meras conversaciones y coqueteos que paraban ahí. Nada de sexo, nada de besos. Sin que Ragebundo se diera cuenta, llegó un momento en que las mujeres no le hacían el menor caso. No lo entendía, con el paso de los años él seguía deseando el amor, pero aquello ere curioso y bastante raro, pero es que ya hasta sonaba el portazo antes de que se aproximara siquiera al umbral.

Lo de Teresa Carrascosa fue la gota que colmó el vaso. Se la encontraba muchos días a la salida del instituto. Se enamoró perdidamente de ella. ¡Era tan bonita y tan sonriente! Le componía versos secretamente y no pasaba una noche sin que soñara con ella. Un día se decidió. Compró un ramo de rosas rojas y la esperó a la salida de clase. La abordó y pretendió hablarle, hacerle entrega de su presente. Pero a ella no le agradó el perfume de las rosas. Lo miró como si hubiera visto a la peste. Le tiró las flores al suelo, le dijo que se apartara, que estaba diciendo disparates. Balbuceó acongojado Pantriel, no daba crédito, aquello… aquello ¡era demasiado! Pero lo peor estaba por venir. Teresa Carrascosa marcó un número en su teléfono móvil y al cabo estaba allí la policía que apresó a Pantriel y se lo llevó a la Comisaría. El ramo de rosas lo requisaron como prueba. Lloraba Pantriel el desaire, el desamor, y la rabia de que la chica no sólo lo rechazara sino que además lo denunciara a la Policía. El juicio fue rápido y le impusieron una orden de alejamiento que obligó a Ragebundo a mudarse de casa, porque vivía cerca del colegio de Teresa Carrascosa.

-Y esto es lo que me pasa Doctor. Como puede ver, estoy al borde del colapso. A veces pienso que la cabeza va a estallarme. No lo soporto. Y es que no lo entiendo. ¡No entiendo por qué se me niega el amor! ¿Por qué me he enamorado tantas veces en balde? ¿Por qué le detiene a uno la policía por enamorarse? ¡Si yo no iba a hacerle daño? ¿Qué es lo que me ocurre, doctor? ¿Me va a recetar algo?

El Doctor Quinteiros se retrepó en su asiento y resopló como diciendo para su interior “hay que joderse”.

-Pues sí, le voy a recetar unas pildoritas. Tómese dos por la noche.

-¿Para qué son?

-¡Para dormir! Los viejos como usted es lo que deben hacer: dormir y dormir. No hay otra cosa.

-Pero… ¿Y qué es lo que me pasa? ¿Qué enfermedad tengo?

-Vamos a ver, señor Pantriel: ¿Dónde vive usted?

-En el Hogar de los Desamparados del Santísimo Cristo Redentor.

-MMM. Vale. ¿Y qué edad tiene?

-La misma que el Rey, doctor. Acabo de cumplir 70 años.

-Pues verá, señor Pantriel: ¿Se acuerda de aquel pasaje del Eclesiastés? Hay un tiempo para todo, y un momento para hacerlo bajo el cielo. Un tiempo para amar… y un tiempo para morir. Señor Pantriel, por el amor de dios, usted ya no tiene edad para amar. Usted tiene la edad para morir. Así que tómese las pastillas y duérmase. Pero no sueñe con muchachas, hombre, que la próxima vez lo van a meter en la cárcel.