Hace unas semanas era noticia en la prensa el juicio por acoso sexual de un capitán de la armada a una teniente-coronel. Era un titular llamativo que me hizo disparar la imaginación: ¡A saber qué salvajada había cometido el capitán contra su superiora! Pero el relato de los hechos resultó decepcionante. Al parecer, el capitán no más le había dicho a la teniente-coronel que vaya perfume más fresquito, que viniera a su despacho más a menudo porque le ambientaba el aire. Como ella se iba los fines de semana a Las Palmas donde tenía el novio le comentó algo así como que se pasarían todo el rato chingando como conejos. Además de eso, mientras estaban sentados a la barra del bar, él le tocó un poco la pierna. Y esos eran, según la prensa, los hechos que motivaban la incriminación por acoso sexual.
Jah, me dije yo, pues entonces a mí también me pueden meter entre rejas, porque barbaridades mayores he dicho yo a las mujeres de mi oficina. Por dios, qué poquita cosa para estar molestando a tantos jueces togados que tendrán sus cosas que hacer importantes con asesinos en serie, terroristas en dibujos animados y narcotraficantes de película (además de violadores cabrones).
No voy a frivolizar con el acoso sexual, que existirá y habrá mujeres pasándolo mal (hombres lo dudo, y Michael Douglas no es un buen ejemplo). Pero el caso de la teniente-coronel (visto desde afuera) me parece una chorrada. Y me da que ahí había algún otro problema. Cuando estudiaba Derecho Penal, hace de esto 25 años, el profesor, que era Fiscal en activo, nos dijo que el 90 por 100 de las violaciones que se denunciaban eran falsas y por venganza, y que normalmente la presunta violada lo que quería era que el violador se casara con ella.
Mi opinión es que las mujeres tienen herramientas de sobra para repeler un acoso sexual en el trabajo. Con lo listas que son pueden dejar en ridículo a cualquier machote que se ponga un poco grosero. Pero esto de llegar a los tribunales porque les toquen un poquito la pierna… Un exceso me parece. Y si quieren conquistar la igualdad, hagan como nosotros.
Por mi parte, he de confesar que compañeras de trabajo furtivamente me han tocado el culo por encima y por debajo… Quiero decir, me lo han tocado mujeres superiores jerárquicas y mujeres inferiores jerárquicas. Y aguanté el tipo, quiero decir, no se me ocurrió irme directo a la comisaría, me lo tomé deportivamente: hala, disfruta si te hace ilusión. Pero estoy completamente seguro de que si a mí se ocurriera hacer lo mismo con alguna de ellas recibiría, como poco, un sonoro bofetón, y es posible que llegara a conocer el crucifijo de algún Juez togado.
También he recibido comentarios teóricamente mucho más groseros que el del capitán a su teniente-coronel: el de que se pasaría con el novio chingando como conejos. En estos casos, uno se pone colorado y se defiende como puede. No creo que con palabras se pueda violar la libertad sexual de nadie. Sra. Coronela: responda usted con otra barbaridad, ríase un poco, y verá como se diluye cualquier amago de pulsión sexual de su calenturiento capitán de fragata.
Un ejemplo reciente de autodefensa es el de la turista israelita de vacaciones en Nueva Zelanda, la cual, harta de las piropos de los albañiles de una obra, se desnudó ante ellos y les mostró todo lo que escondía bajo la ropa y que al parecer tanta inquietud les provocaba. Y los dejó de piedra, nunca mejor dicho….
Yo soy todo lo contrario que un acosador sexual en el trabajo. Tan cartujo que en su tiempo me tildaron de misógino. Es que ni siquiera digo piropos, oiga. Y me los reclaman. Las mujeres son como son, y ellas buscan el piropo con tanta ansiedad como la noche mira al día que tarda en nacer. Hoy mismo una compañera de la oficina me reclamó piropos de vez en cuando. Pero no valgo para eso. Es que no me parece justo alabar a una mujer por pura charlatanería. Como mucho, si me doy cuenta de que alguna viene de la peluquería, le digo: "Qué repeinada". Un poco tosco, pero basta. Porque las mujeres valoran mucho que les noten el cambio en el peinado.
También excepcionalmente, he puesto en práctica la técnica del piropo indirecto e imperceptible que a la postre resulta muy elegante. Consiste en decirle a la dama que se parece mucho a alguna actriz conocida. Cuando la dama se da cuenta de que esa actriz es un bombón, empieza a ponerse roja de contento. Más tarde se puede rematar la faena poniendo en el ordenador un salvapantallas con fotos de la actriz, lo que hará temblar a la dama. Ese día es posible que su vanidad la haga tropezarse con los dinteles de las puertas.
Sería injusto, a pesar de lo dicho, no confesar que alguna vez he sido autor de finuras muy afortunadas. Como la dedicada a la chica tímida y esbelta que bailaba en la esquina de la pista, a la cual le dije que su sitio era en el centro, porque ella era como una elegante fuente y que nadie pone las fuentes en la esquina de una plaza, sino en el centro, para ser admiradas y para que luzcan todo su esplendor.
En fin, que reconozco que el piropo no es lo mío, que soy poco galante, nada picaflor, y es posible que misógino. Poeta y romántico. Si me gusta alguna mujer de verdad, y aunque la conozca poco, de inmediato le envío dos docenas de rosas. Como podrá adivinarse, la excusa perfecta para que ella me mande a la mierda.
PD: Que viva el vino, y las mujeres. Y que muera el monstruo de Hamtetten.