30 diciembre 2006

La Navidad es una señora de las tetas grandes


He de reconocer que guardo cierto rencor por la Navidad, entendiendo la Navidad como lo que es en estricto sentido: la conmemoración de la Natividad del Señor, también llamado Redentor o Salvador del Mundo y así una infinidad de títulos de nobleza la mar de llamativos. Yo no reconozco a ningún redentor. Por tanto, no tengo nada que celebrar.

No me molesta que otras personas crean, reconozcan y celebren y se alboroten (incluso que se agasajen con bolsos de Prada). Hasta les perdono que tengan ilusión y sean felices estos días. Lo que no tolero es que las Administraciones Públicas, se pasen por el forro de los cojones el principio constitucional de la aconfesionalidad. Ya está bien de armar belenes en los organismos públicos y de que los escolares sean obligados a venerar estos cuadros plásticos. No está bien que sistemáticamente se patrocine y se publicite a la Iglesia Católica cuando la Constitución obliga a que lo público, es decir, lo de todos, sea neutral, para que de este modo podamos respetar tanto a los que creen en el Redentor, o en el Buda o en el Mahoma, como a los que sinceramente, y de todo corazón, están convencidos de que toda esa parafernalia es para joder la marrana.

Aparte esa rebeldía trascendente, y esa reivindicación de principios, entiendo que las ganas de festejar la Navidad o la fiesta de turno depende del imponderable de LAS ILUSIONES. De pequeño yo sentía una ilusión tremebunda por las Navidades y otros jolgorios afines, como Los Carnavales.

Los Carnavales daban ilusión porque se comían unas viandas muy apetecibles, como el pan dulce de leche o las sopitas de miel, repostería típica de La Palma, isla de la que soy natural. A uno de pequeño se le conquista por el estómago. De niño uno está siempre hambriento y goloso. Y aparte de la ilusión gastronómica, el carnaval consistía en ponerse un gorro de papel bicolor y echarse polvos los unos a los otros (esto es también una tradición palmera). Parece poca cosa, pero les aseguro que yo reventaba de felicidad. Algunos idiotas entendían mal el principio, y se echaban los polvos a sí mismos, lo que resultaba ridículo.

La ilusión de la Navidad también era gastronómica. A mi padre, que trabajaba en la finca de plátanos de los notarios, le daban una cesta de viandas y bebidas y esa era la ocasión. Era un vivir sin dormir, pensando en el postre. Lo que no entiendo es por qué la empresa ponía a sus trabajadores media docena de bebidas alcohólicas fuertes: coñac, whisky, ginebra, ron, etc. A los niños nos dejaban probar de todas, no había restricción. Hoy en día por un comportamiento así le quitan a un padre la patria potestad, pero a nosotros nos dejaban consumir licores con total libertad. Incluso nos obligaban. Por ejemplo, si comías tortitas calientes mamá no nos permitía beber agua, decía que te pasmabas. Lo que nos dejaba era beber vino, y claro, uno estaba tan sediento que todo se volvía en ir y venir al garrafón: estamos hablando de niños de siete, ocho años. Otra ilusión de la Navidad era que en la misa actuaba esos días una rondalla, que tocaba primorosamente esos villancicos que encogían el corazón. Y el otro incentivo eran los regalos, aunque los regalos fueran tan simples como un par de bolígrafos Inoxcrome o una pelota de goma que se pinchaba a la menor que canta.

¿Pero qué me queda ahora de esas ilusiones? Pues la nada más oscura. Las viandas de Navidad las veo en el supermercado y me dan arcadas. ¿Los villancicos? Bah. Ahora prefiero escuchar a Mónica Naranjo. ¿Y los regalos? Miren: es inútil que nadie me regale. Hace unos años, por ejemplo, mi hermana se esforzó y me compró un juego de afeites de Loewe, colonias, desodorantes y eso. Estaba de moda esa marca, ya que era la que usaba Mario Conde, el yupi del momento. Total: que a mí me pareció una colonia jedionda y nunca la usé. Acabé por donarla a Cáritas, con pregunta: ¿ustedes saben si los pobres usan colonia Loewe? Afortunadamente puedo comprarme cualquier objeto material que desee (entre otras cosas, porque no deseo cosas muy muy muy caras, escandalosamente caras), y por tanto los regalos materiales no tienen sentido. Y los regalos inmateriales no existen. Eso son bobadas.

En resumen: la Navidad, aún como festejo aconfesional, no tiene sentido para mí porque carezco de ilusiones. ¿Comer junta la familia? La única familia natural que reconozco es la de los padres con sus hijos pequeños (que yo no poseo). Lo demás es juntar cuñados con suegros, tíos con sobrinos terroristas y otras perversiones, que lo que provoca es la guerra de langostinos que apuntan con sus cabezas, maravillosamente descrita por Mantel en sus diaporamas.

Que ustedes coman, canten y sean regalados al buen gusto. Siempre y en todo tiempo.

Por si no entienden el título, les aclaro que esa señora de la foto se llama Patricia Navidad, y que por lo visto es famosa, aunque yo nunca jamás hasta esta noche la había visto, a dios gracias.

Aviso: la semana que entra me esperan otros días de ausencia. Junto al mar, pero sin catarlo.


24 diciembre 2006

Mary's boy child



Mary ha tenido un niño. Dicho así suena muy humano. No sé si habrá valido la pena convertirlo en redentor, o en paradigma del amor y la caridad.

Iba a escribir un artículo explicando por qué me niego a celebrar la Natividad el Señor. Sin embargo, visto lo visto, y lo visto es que me entró el síndrome de las pequeñas vacaciones de la estación fría, y lo visto es que no tengo ganas, opto por dejar en paz a todos aquellos que, sinceramente, adoran el niño de Mary recién nacido.

Boney M se inspiró en este nacimiento para componer el villancico pop "Mary's boy child". Y como Boney M es uno de mis grupos de culto, aquí lo dejó. Para desearles paz y reposo en estos días en que estaré ausente y sin conexión (dicho así suena a muerte cerebral, pero no).

Hasta pronto. Abrazos.

17 diciembre 2006

Importaciones de pollos y putas, S.L



Les voy a poner al corriente de cómo nos están yendo las cosas por acá, en Tenerife. En 1950 esta isla canaria tenía una población de 200.000 habitantes. Al día de la fecha la población de derecho es de 840.000 almas, pero luego está la marabunta de turistas de sandalias con calcetines y los ilegales, rusos mafiosos y evangelizadores mormones. Estamos tan apretados, que yo el otro día abrí la ventana para que me refrescara el aire y lo que me entró fue la halitosis de ginebra de un turista inglés.

Por si alguno de ustedes, amigos foráneos, está interesado en sumarse a la colonización de la paradisíaca isla, les voy a explicar cómo deben manejarse para tener éxito.

Hasta hace poco teníamos sólo el record de lugar de España con más horas de sol al año. Ahora figuramos en los cuadros de honor de casi todas las estadísticas: Aquí hay la mayor densidad de habitantes por territorio y la mayor cantidad de vehículos por persona. Gastamos cuatro veces más cemento por habitante que el mayor consumidor de Europa, que es Alemania. También estamos a la cabeza de España en la construcción de viviendas ilegales (casi todas ellas residencias de fin de semana, es decir, lujos superfluos). Y parece que nuestras listas de espera en la sanidad son también las más largotas del país.

¡Qué bueno! ¡Ganamos por goleada!

La economía está muy pero que muy caliente. ¿Y en qué se basa nuestra economía? Pues en el turismo y en la construcción. Hasta hace poco vivíamos del plátano (la fruta amarilla que se come), pero eso va desapareciendo. Ahora es azaroso que alguien se resbale con una cáscara de plátano: es más fácil romperse la nariz contra la cabeza dura de un turista alemán.

¿Y cómo, si esto es así, conseguimos alimentar a tanta boca? Agricultura y ganadería para servir la mesa a un millón de personas es impensable. Las turistas nórdicas, esas rubias fornidas insaciables, vienen y se comen las zanahorias de los canarios. Por eso hemos tenido que recurrir a la importación. El año pasado Tenerife importó 30 millones de pollos de Brasil. Tocamos a dos pollos y medio al mes, y yo es lo que como. Las cifras cuadran. Lo que no sabía es que estaba mordisqueando muslitos brasileños.

Pero los pollos no llenan todas las carencias. Si hay fiebre en la construcción, los albañiles estarán calientes como estufas. Y de hecho lo están: tengo información fehaciente de que los albañiles y peones de la construcción (e incluso los propios constructores) cuando abandonan el tajo los viernes al mediodía se dirigen en tumulto hacia los lupanares, y allí se desfogan con putas. Cuentan los que han estado que las sábanas huelen a sudor viejo y a polvo de cemento…

¿Y de dónde sacamos tanta puta? Pues verán, curiosamente vienen juntas con los pollos: del Brasil. Las hay por miles. Vienen y van. No son la misma, el negocio fluye. En el sur de la isla está el mayor boom de la construcción, ya que es la tierra quemada del turismo de masas. Valdés Center es un edificio de apartamentos y oficinas situado en la encrucijada de la metrópolis turística. En realidad es un colmenar de putas brasileñas. Si nos ponemos en el hueco de las escaleras, cada treinta segundos más o menos se escucha el estertor orgásmico de un albañil: suena más o menos como un orangután descontrolado.

Por si alguien no conoce cómo manejarse con las putas brasileñas, esta es la forma: Compruebe que usted está caliente como una estufa. Deshágase de sus prejuicios morales y despiste a su esposa. En un quiosco, adquiera un ejemplar de cualquier periódico. Simule leer los deportes y váyase a las páginas de putas. Mire las fotos, no cometa el error de fiarse de los adjetivos. Llame por móvil y concierte una cita. Deje en casa la cartera y toda su documentación. Ponga en el bolsillo 60 Euros descambiados (la puta nunca tendrá cambio). Al llegar a Valdés Center llame de nuevo porque otro orangután puede estar ocupando aún a la dama. Suba. Siempre está al fondo de un pasillo, a la izquierda. Le recibirá la madame. La niña le abrirá la puerta en tanga y será cariñosa sin permitir que la bese. Si usted tiene conversación puede usarla: la puta le entiende lo suficiente.

Si usted es un romántico puede enamorarse de la puta. Puede imaginar por unas semanas que es su novia. Dígales a sus amigos que “ha conocido” a una chica, y manténgase en su postura aunque ellos le perjuren que en realidad “la ha contratado”. No se corte: cómprele bragas y perfumes. Puede invitarla a salir, ella aceptará. No tenga reparos si tiene que ir acompañada de la madame. Llévela un restaurante caro. Pasee con ella por el puerto. Permítase ser feliz con la mulata Fernanda: si los demás notan que es una puta, usted presumirá de ser muy macho.

Las putas brasileñas no son tan putas como parece. Son chicas normales en su país. Pero aquí pueden ganar en un mes meses lo que en Brasil en un año entero: y ni siquiera tienen que levantarse de la cama. Luego pueden estudiar su carrera y estar con su novio.

Las putas brasileñas son muy cariñosas y sumisas: nada de bravas, como las españolas. Por eso muchos canarios se enamoran de ellas y se casan con ellas, y les importa un bledo que cuatro mil albañiles hayan metido la cuchara.


En fin, así es como está el panorama de negocios en Tenerife. ¿A usted le apetece venirse? Si ha respondido que sí, le recomiendo que para establecerse lo mejor es montar una compañía de importaciones de pollos y putas. No se preocupe, es lo mismo que las tiendas de ultramarinos de la posguerra. En aquellos años hacían falta sardinas en aceite y mejillones en lata. Ahora necesitamos pollos y putas a granel, todo del brasil. Y si piensan que son dos productos demasiado diferentes, fíjense en la fotografía del encabezado. Visualicen un pollo desplumado patas arriba y una puta desnuda patas arriba: ¿encuentran alguna diferencia?

10 diciembre 2006

La poesía de Edmundo Mantel



Hace apenas unos días Edmundo Mantel cumplió años. Desde estas páginas queremos sumarnos a la conmemoración reivindicando su talento poético.

Conocí a Mantel en 1989, en el comedor del Ejército, ya que ambos cumplíamos el servicio militar. El menú del día era lentejas y muslo de pollo. Mantel daba cuenta de su ración y departía con otro sujeto cuya identidad me callaré. Me llamó la atención su forma de hablar, plagada de adjetivaciones inusuales para un joven de 22 años. Me acerqué a la mesa y pedí permiso para sentarme. Le pregunté si era pseudoescritor y me confirmó mis peores sospechas: Mantel le daba a la pluma.

El Sr. Ingle también escribía. Coherente con el contexto militar, se había especializado en el género “biografías de soldados”, siendo famosos sus títulos: “Las perezas de David”, “La vocación de Ernesto” y “Gesta y venturas de José Ramón Manjavacas”.

Por su parte, Mantel estaba estrenando el cargo de redactor de la Revista del Club del Parapente del Valle de Güímar. El presidente de este Club, sabedor su talento literario, le había ofrecido la tarea de componer los textos de esta revista, dedicada a divulgar el peligroso deporte del parapente. Mantel se entregó en cuerpo y alma al oficio, del que no percibía retribución alguna, salvo el orgullo del trabajo bien hecho. En la fotografía le auxiliaba su hermana, en aquella época también joven y enamorada, Doña Evangelina Mantel de Ulloa.

Los números aparecían con periodicidad mensual, y pronto el Sr. Mantel se dio cuenta de que no había mucho que contar. Cuando algún suceso fuera de lo común se presentaba, él le sacaba toda la punta, pero no era suficiente. Con gran valentía, inauguró una sección de sucesos, dedicada a este o aquel parapentista que, luctuosamente, se había roto unas costillas en el aterrizaje, o pinchado el culo al caer sobre un cardón. En fin, hasta de alguna muerte hubo que dar noticia, lo que le valió a Mantel una llamada de atención del presidente del Club: esas cosas, le dijo, mejor no airearlas…

El concurso de poesías fue una ocurrencia afortunada de Mantel, que ya no sabía cómo llenar las columnas de la publicación. Muchos poetas aficionados se inscribieron, y al final hubo dificultades para adjudicar el premio, que consistía en un vuelo en tándem de parapente.

Al finalizar el concurso, viendo las inquietudes que el género literario despertaba en los lectores de la revista, Edmundo abrió una sección permanente dedicada a publicar los trabajos que remitían los suscriptores y los propios miembros del club. Se trataba de poemas variopintos y pequeños relatos, que poco a poco fueron atestando el apartado de correos del Club. Edmundo tuvo que multiplicarse para leer y calificar todas estas obras noveles. No dejaba sin respuesta ningún envío, aunque fuera una mera nota de cortesía. Por ejemplo, a una piadosa señora que había escrito, con escasa fortuna, un soneto sobre el dolor de Cristo en la Cruz, le respondió: “Lamento decirle que, tras el análisis pertinente, no he logrado encontrar el suficiente valor literario en su composición, por lo no es posible publicarla en nuestra revista del Club del Parapente. Esto no quita que usted posea dotes artísticas aún ocultas, y que pueda desarrollarlas en otras ramas del arte. No sería mala cosa que intente pintar un cuadro al óleo de una pareja de ciervos en la campiña”. En otras ocasiones, el Sr. Mantel fue más áspero: “El dolor por la pérdida de su marido no justifica que usted pretenda torturar a nuestros lectores con su poesía negra. Búsquese una nueva compañía y déle una alegría a su entrepierna”.

El propio Sr. Ingle publicó muchos poemas en la Revista del Club del Parapente, amén de algún que otro relato, a veces en colaboración con el Sr. Mantel. Sin embargo, lo que poca gente sabe es que el mismísimo Sr. Mantel se atrevió con una poesía. Esto es importante destacarlo, porque así como es vox populi el talento narrativo de Mantel, su vocación poética es un tesoro no descubierto. Mi opinión es que él mismo ha censurado esta vertiente de su valía artística. ¿Por qué? Voy a ser audaz al afirmar que quizás sea por timidez. La poesía pone al descubierto la sensibilidad más deplorable de una persona, y el Sr. Mantel no está interesado en que se le descubra esa debilidad.

Sin embargo es justicia que la humanidad sepa. Sería imperdonable que nos hubiéramos privado de las elegías de Machado a su mujer fallecida, Leonor. Pocas veces en la historia de la poesía se llegó tan a lo íntimo como lo hizo Machado cuando le faltó el gran amor y faro de su vida. Pues bien: a mi modesto entendimiento, Edmundo Mantel ha sobrepasado los logros de Antonio Machado. Este poema, que aquí les presento en primicia, pero que hace ya dos décadas vio la luz en la Revista del Parapente, es una obra de arte que sorprende. Mantel habla también del dolor por la pérdida de la amada (siquiera en sentido figurado). Su hipersensibilidad nos sobrecoge, y a su vez nos hiende el alma. No digo más. Les dejo con la poesía de Edmundo Mantel.

ATARDECER (por Edmundo Mantel)

En el atardecer opaco
El grillo dejó su canto
Y yo esperaba envuelto
En una lágrima.

El regreso de tus manos
A este campo
Estéril que es mi alma
Sin un paso.

Ni lamento
Ni un suspiro
Que me llevara
Al insano juicio

De adorarte
Delicada perla
Muda requerida
Marchóse para siempre

Tu ánima encendida
Y yo te llamo
Y te exijo en esta
Atmósfera

Do´los gajos de
Mi espíritu
vagan por
El mar inmenso

De la nada
Donde un día
Me dijeron que los muertos
Se reúnen

Mas yo no veo
a nadie
Ni a una luz
Ni a oscuras hadas.

Vaya mierda
Querida mía
Que hasta
Muerta

Seas tan puta.

03 diciembre 2006

Y la flor comenzó a arder


Cuando Edmundo le robó las cuerdas de la guitarra a un mendigo para hacerse espaguetis, su madre comenzó a preocuparse. Al muchacho se le estaba yendo la olla a ojos vista, ella observaba con sufrimiento que los perros en la calle le corrían detrás y le mordisqueaban el culo sin que a él le importara un pimiento. El médico lo hizo desnudarse y lo observó de cabeza a rabo sin hallar anormalidades de bulto. Le preguntó si le había ocurrido algo extraordinario últimamente:

-Lo único es cuando dormía la siesta debajo de un árbol y me golpeó en la cabeza un meteorito, justo aquí.

El doctor auscultó la nuca del muchacho y le diagnosticó que había sido una castaña, y no un meteorito. A la madre le dijo simplemente que el chico era algo idiota.

-Lo que tienes es que buscarte una mujer, que ya te blanquea la sien y no sabes de la misa la mitad.

Y como Edmundo le preguntara dónde buscaba una mujer, la madre le señaló el ordenador y dijo en el Chat. Él obedeció sin ganas y se puso a entablar conversaciones. Con Ragebunda parlamentó una noche hasta el amanecer. Al principio le hizo gracia que la chica no parase de sacar al trapo el dichoso tema: Que si iban a follar en la primera o en la segunda cita. Él le envió una poesía que había escrito de adolescente que trataba sobre el amor y ella le respondió que para qué le mandaba “eso”, que lo que le gustaba era que le dieran con una fusta en las nalgas. Quedaron para una cita y cuando Edmundo caminaba por la calle rumbo a la cafetería del encuentro sintió tanto asco y repelo que dio media vuelta y bufó: Putas, son unas putas.

Se lo explicó a su madre, y esta comprendió la queja del muchacho, que le gustaban como antes, con la cosa de la inocencia. Pues tendrás que ir al pueblo, donde vivían los yayos. Tal vez allá… Y se puso en camino. Como un peregrino anduvo vagando por las cañadas de ovejas, día y noche. Llevaba un atillo con alimentos, pero cuando se le agotaron tuvo que acercarse a los labriegos para que le dieran zanahorias (un labrador siempre necesita alguien que le coma la zanahoria, si no, no se podría considerar labrador).

La casa de los yayos estaba medio en ruinas. Edmundo se instaló y estuvo varios días limpiando las huertas. Una mañana observó en la azotea de los vecinos una muchacha con vestido blanco de vuelo tendiendo sábanas. Contoneaba las caderas al ritmo de una canción de Juan Luis Guerra, y parecía muy alegre. La saludó con el brazo y ella le contestó: “¡Hola! ¡Hola! ¡Pijaaamas! ¿Qué payasada era esa? Edmundo se pasó el día melancólico y se le quitaron las ganas de comer y de trabajar.

Al día siguiente subió la muchacha a visitarlo y le trajo medio queso blanco de cabra. ¿Te gusta? Edmundo lo tomó y le dijo que sí y la sentó a la mesa. Ella le contó que se llamaba Marcela, y por lo que averiguaron, tenían un lejano parentesco.

-Pero a mí no me importa, le espetó Marcela: ¿Tú te casarías conmigo?

A Edmundo se le encogió el corazón. Balbuceó bueno bueno bueno, ejem, hasta que articuló:

-¿Pero tú tienes la flor?

¿El qué?, contestó Marcela. Que si eres virgen, aclaró Edmundo. Ah, eso:

-Un pastor me quiso forzar en una ocasión, pero yo me defendí, le mordí los codos y sólo consiguió sacarme los calcetines. Así que estoy bien.

Edmundo se dio prisa en restaurar la vivienda y se casaron en tres meses. En el pueblo no había luz eléctrica. La noche de bodas ambos se vistieron sus camisones y se metieron en la cama con sábanas nuevas muy limpias. Edmundo se levantó de repente, cogió el candil y le preguntó a Marcela:

-¿Me lo dejas ver?

Como quieras, le contestó ella, remangándose el camisón y abriendo los muslos. Edmundo acercó la llama de la vela y observó:

-¡Uy, uy! Esto parece una selva… Tanta manigua, madre de dios, tendré que regalarte también a ti un treamer.

-¿Qué es un treamer y por qué dices que a mí TAMBIÉN? ¿Cuántas hubo antes que yo?

Edmundo le aclaró que él llamaba al aparato “pela conejos”, que era la mejor traducción al castellano. Y que lo otro se lo callaba por discreción de caballero. De modo que siguió observando, abriéndose paso entre la maraña: ¡Pero no está!

-¿Él que? Preguntó Marcela.

-¡Pues la flor!

-Anda, anda, mira más adentro.

Edmundo acercó más la llama de la vela y al fin encontró algo. ¡Pero madre de dios! ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Se apuró Marcelita.

-¡¡Es que hay una inscripción!! A ver que leo… Dice: “Firestone 135 R13” ¿Qué coño es esto?

Pero se había acercado demasiado con la vela a la maraña selvática. Y la flor comenzó a arder. Las llamas se extendieron en menos que canta gallo.

Cuando los bomberos echaron abajo la puerta sólo encontraron un viejo de pelo blanco moribundo, abrazado al esqueleto de un somier de metal.

Ahora escucho la sequedad del tiempo,
su amplitud contenida.
Escucho la emoción de quien muere,
su inmortalidad.
Antídoto contra el amor: te escucho.