Las empresas necesitan renovar sus productos para seguir vendiendo. Los diseñadores de moda nos manejan como borregos: un año nos imponen las maxifaldas, al siguiente miniminifaldas; una temporada pantalones de pitillo, la siguiente patas de elefante. Y los de coches igual: ya no les bastan los faros redondos o cuadrados, y se desquician por la búsqueda de extrañas formas. Las compañías de software rayan la histeria con las sucesivas versiones de sus programas. Aplicaciones como iTunes, eMule o Second Life resultan extenuantes: cada vez que intentas utilizarlas te invitan a descargar la "nueva" versión disponible. Si aceptas, el proceso puede durar media hora. La coña es que justo el día anterior habías actualizado. Y luego los supuestos cambios no se ven por ningún lado.
Pero una cosa es ofrecer a diario nuevas versiones del producto, y otra dormirse en los laureles durante un milenio: Es lo que le ha ocurrido a la Iglesia de Roma con su producto estelar "Pack-Duo Pecados + Culpa". Al final se han percatado de que estaban perdiendo negocio y que personas que antaño dedicaban la mañana de los domingos a confesar culpas ahora se la pasan jugando al tenis con la Wii.
Los inventores de culpas han desempolvado sus herramientas y, por fin, ha visto la luz la última versión de Pecados Vista Home Premium Edition. Mucho mejor, dónde va a parar. El viejo "Pecados" no estaba en armonía con el correr de los tiempos. A estas alturas, por ejemplo, ya nadie fornica. La fornicación exige recato y culpa, mucha culpa. Pero la gente de ahora es más propensa a follar que a fornicar. Y follar se hace con descaro, y si se puede se cuenta a los amigos en el bar. Ahí tenemos ese ejemplo de los doscientos adolescentes de un Instituto en Inglaterra, chicos y chicas, que borrachos como piojos se entregaron a una orgía con total impudicia y falta de prevención. Volvemos a la cultura clásica de los griegos, está claro.
No puede ser que la gente esté por ahí tan despreocupada, disfrutando de la vida sin el menor atisbo de culpa. Así no se progresa. Hay que estorbar un poquitín las conciencias para que resplandezcan las almas. Es preciso joder la fiesta a los que piensan que vivir es el gozo sin las sombras. En este sentido, alabo el acierto de tipificar nuevas conductas pecaminosas: drogarse, enriquecerse más de la cuenta o perjudicar al medio ambiente.
Hombre, se han quedado cortos, quizás. Si uno se pone a meditar, se podría haber hecho un poco más por la sanidad moral del planeta. Lo de enriquecerse demasiado, por ejemplo: ¿cuánto es "demasiado"? El dinero nunca es mucho, uno lo ve así, y entonces empieza la inseguridad moral: ¿estoy pecando o tengo una economía saneada?
Si la Iglesia fuera congruente tendría que extender el ámbito de lo pecaminoso. La misma Iglesia que condena el uso del condón para prevenir contagios tendría que recriminar a las amas de casa que se protegen las manos con guantes de látex para lavar los platos. Y con la misma vara que se reprueba toda ingerencia en el curso natural de la vida una vez se ha producido el engendro, tendría que recriminarse el uso de artilugios como los airbags o los cinturones de seguridad, que sin duda interrumpen de manera antinatural el curso ordinario de la muerte accidental.
La conducta perjudicial para el medio ambiente resulta un concepto demasiado difuso, y si no se detallan casos más concretos se corre el riesgo de que mucha gente incurra en pecado mortal por pura ignorancia. Está claro, por ejemplo, que las mujeres que se depilan pecan gravemente contra el medio ambiente, por el gasto excesivo de energía de los artilugios que eliminan el vello. Una mujer bigotuda sería, a ojos del pueblo, una mujer virtuosa. Esto supone una gran ventaja, ya que si la honra va escondida y es un misterio, los bigotes no pueden ocultarse.
Está bien esto de ampliar los pecados. Es moderno. Pero la Iglesia tendría que ser más ambiciosa, si quiere estar a la altura de otras instituciones como la Hacienda Pública. Es normal, en efecto, que la Administración compense deudas con créditos. De este modo, el Estado se cobra una multa a cuenta de la devolución del IRPF. Las culpas deberían ser también compensables. Por ejemplo, una persona que folla poco o que no folla nunca tendría una cuota negativa en la casilla de culpas venéreas, lo que le permitiría enriquecerse unos puntitos más que aquellos otros que disfrutan del sexo al menos los sábados por la noche.
Otro caso: si un hombre cumple religiosamente con el mandamiento de reciclar las botellas de vidrio, y baja a la calle a depositar sus cascos en el contenedor verde, de regreso a casa puede tocar en la puerta de la vecina y tirársela sin recibir por ello reprobación moral, ya que cumplir con el medio ambiente le otorga un saldo positivo que puede compensar con sexo pecaminoso.
Y se me ocurre más: la Iglesia tiene en sus manos una solución para el grave problema de la piratería. Si la Justicia se ve impotente para abarcarlo, la religión lo tiene fácil: basta con tipificar como pecado digital la descarga de archivos con eMule. Sería asimilable a la orgía: yo te doy, tú me das, todos a disfrutar de lo que tienen los demás. Al mismo tiempo, si en la casilla de la Declaración de la Renta se asigna un canon moral por descargas de Internet, el sujeto pasivo se beneficiaría de una bula que le permitiría bajarse hasta un Gb al mes en canciones o películas (salvo las de contenido porno, que no se admitirían a no ser que las actrices hagan las escenas sin depilarse la entrepierna, en cuyo caso actuaría la compensación de pecados por beneficiar al medio ambiente).
En fin. Lo dejo. Me siguen viniendo ideas a la mente, pero ahora voy a estar ocupado: acabo de escuchar el ruido de botellas de vidrio en el contenedor verde de la calle, y ahora mi vecina está tocando a la puerta porque quiere compensar pecados esta noche.