07 junio 2008

La chica de la leche de arroz


Personas insociables y salvajes como yo habrá pocas en el mundo. Podría excusar mi comportamiento achacándolo a un criterio estético: el minimalismo. Pero no se trata de eso. Lo hago de puro cabrón y egoísta que soy. Jamás acepto quedar con nadie que prometa llevar gente desconocida, y en general evito cualquier evento que sea propicio a las nuevas amistades. Yo no podría gestionar toda una cartera de amigos. Me parece muy cansado. Las únicas amistades que acepto de buen grado son las que están en su contexto: en la universidad, en el servicio militar, en el trabajo, en la familia (en los blogs). Si he tenido amigos fuera de eso ámbitos los he ido perdiendo, porque a mí me molesta mucho llamar por teléfono. Los que quedan es porque se lo han currado ellos.

Mi palabra favorita durante mucho tiempo fue "misántropo". ¿Seré un tipo raro?

A una persona normal no le importaría ir a diario a la boutique del pan a comprar una barra. Para mí es insuperable. Durante una época lo hacía, pero una vez a la semana. Compraba siete panes y los metía en la nevera. De esa manera resultaba más o menos tolerable. Pero el asunto se puso feo cuando de repente la panadera decidió que ya nos conocíamos lo suficiente y entabló un pequeño diálogo. Me resultó tan desagradable que no aparecí más. Desde entonces compro el pan en cantidades industriales en el hipermercado.

Los comercios de autoservicio son los únicos en los que compro con comodidad. Y gracias a eso sobrevivo. Compro todos mis suministros en Alcampo. Pero hay un artículo que no consigo y tengo que acudir a una pequeña tienda naturista que hay el propio centro comercial. Se trata de leche de arroz, el sucedáneo perfecto para quienes no toleran la lactosa. De estómago soy tan delicado que me desayuno únicamente con tres rebanadas de pan seco y un vasito de leche de arroz. Nada de zumos, nada de bollería, nada de mermeladas, nada de mantequillas: todo eso para mí es veneno.

Pero claro: ir a esa tienda naturista cada quince días ya es un problema, porque la dependienta es siempre la misma y el roce a veces hace el cariño y a veces la inquina. Les pongo como ejemplo que esta semana había una cola muy larga y tuve que esperar un buen rato en aquel cubículo de 8 metros cuadrados, lo que me azoró bastante. Cuando se fueron las cotorras que tenía delante, la empleada de la tienda me dio conversación:

-Mira tú a esas: ¡pues no se marcharon diciendo que soy sevillana!

-Será porque son peninsulares y les resulta extraño el acento canario… -musité yo con vergüenza.

-Qué va, si eran ellas de aquí también.

-Pues entonces será por los aros –añadí acalorado, ya al borde del colapso.

A decir de algunos, ponerse colorado delante de una persona es síntoma de que te atrae. No sé si esta chica me atrae. No está mal pero no creo estar interesado porque es lo que el Sr. Mantel calificaría como "chica del barranco", o sea, de barrio, o sea, un poco bruta. Si me la imagino en actitud sexual la visualizo con medio litro de ron en el culo y con las patas abiertas en el asiento trasero de un Panda, a las cuatro de la madrugada de un viernes o un sábado. De modo que no es mi tipo. ¿O sí?

En realidad creo que la vergüenza me viene porque un día la sorprendí detrás del mostrador un poco escondida tomándose un cortado. Esa situación es muy violenta: para los dos. Y hubo otra ocasión muy bochornosa: ella me dio como cambio un billete de cinco euros hecho una piltrafa, y lo cogí pero luego, según me iba, me fui indignando y volví para detrás. Le pedí que me lo cambiara por otro más nuevo y ella se molestó un poco, refunfuñó, que si billetes como ese ya quisiera ella tener un centenar, y que si en el banco me lo canjeaban. Y yo que la que tenía que cambiarlo en el banco era ella. Me fui con el billete nuevo y satisfecho por mi coraje… Pero rojo como un pimiento. Y enfadado, porque esto no lo entiendo: yo trabajo en una oficina pública y despacho con políticos y a menudo a los ciudadanos insolentes los trato con una arrogancia digna de las personas de sangre azul.

Por poner un ejemplo: hace algunos meses teníamos un problema con un señor de buena familia que estaba muy enfadado por un asunto del que según él venía quejándose 14 años y no se lo resolvían. Y venía de parte del Presidente, del que afirmaba ser amigo. Y me amenazó con que también era amigo del entonces Ministro de Justicia y que lo iba a hablar con él. Y el arrogante Sr. Ingle le advirtió que el Sr. Ingle no se caga por la pata por que le llame el mismísimo Ministro: Y lo dije de verdad, literalmente con esas palabras: que no me cagaba por la pata. Porque cuando uno sabe que tiene razón…

Lo que no entiendo es que si soy capaz de esas gestas por qué me amilano y sufro de rubor ante la empleada de la tienda naturista: una simple chica del barranco, una bruta de barrio, una mocosa 20 años menor que yo?

Espero que tenga que ver con alguna reacción sexual inconsciente y del todo involuntaria. Esta noche vi en un documental un experimento con una mujer a la que le ponían un video erótico. Parece ser que, independientemente de que le agrade o no el contenido del video, las imágenes sexuales le provocan de inmediato, y de forma inconsciente, una mayor afluencia de sangre a los genitales. Puede que a mí me pase algo similar: aunque la sangre se me suba a la cara y no a la entrepierna.

En fin, esto es peligroso. Supongo que ha llegado el momento de no volver nunca más a la tienda de la leche de arroz (y ayunar).

La otra opción es comprar una botella de ron y conseguir un SEAT Panda prestado…