Follar está de moda… Bueno, quiero decir, el verbo “follar”. Por lo que se refiere a la acción de follar, en realidad estuvo de moda desde el principio de los tiempos. Desde que Doraemon creó al hombre con una protuberancia, y luego creó a la mujer con un agujero en el centro, la acción de follar se ha representado sin interrupciones. Lo que ha variado a lo largo de la historia es el verbo para nombrar el asunto. La expresión que más nos duró fue la de “fornicar”. Millones de seres humanos han fornicado a placer durante siglos, y parecía que ese verbo era suficiente y que no hacían falta más palabras para nombrar un acto en el que predominan los gruñidos…
En un determinado momento, supongo que por los años 60, a los franceses les pareció que lo de “fornicar” tenía demasiadas connotaciones pecaminosas. Fue entonces cuando proclamaron el “haz el amor y no la guerra”, y realmente acuñaron una nueva expresión que nos cogió a todos por sorpresa (sí, sí, he dicho coger). Hacer el amor era políticamente correcto. Era una expresión que no avergonzaba y la asumimos sin rechistar. El acto de hacer el amor se practicaba en la postura del misionero, los besos eran el plato fuerte, y el ardor espiritual la salsa nutritiva.
En los años 70 y 80 el verbo “follar” todavía se consideraba tabú. Sólo se usaba en conversaciones privadas, seguramente entre sujetos masculinos, y también en el cine porno. Pero era políticamente incorrecto usar esa expresión en conversaciones normales. La palabra en sí es ruborizante. El problema es que para pronunciar “follar” tenemos que encadenar una elle (que nos obliga a expandir lateralmente la mandíbula) y una “a” abierta: es decir, la boca se nos queda como preparada para recibir un objeto alargado de cuatro o cinco centímetros de diámetro (ustedes piensen, a mí no se me ocurre nada). Por este motivo la gente, durante muchos años, ha evitado hablar abiertamente de “follar”, y se ha continuado con el eufemismo de “hacer el amor” que inventaron los franceses.
Actualmente, sin embargo, podemos afirmar que ya nadie se avergüenza de usar el verbo follar. El vocablo se emplea con profusión en el lenguaje cotidiano. Y este dominio es tan apabullante, que el otro día me di cuenta de que la expresión “hacer el amor” ha quedado fuera de uso y suena ridículo y cursi quien la emplea. Definitivamente, la gente ya no hace el amor, con besitos, con ardores espirituales y en la postura del misionero. Ahora se folla abiertamente, a cuatro patas, sin el menor cariño ni evocaciones bucólicas: justamente como hace miles de años lo hacía el hombre de Cromañón. Hemos vuelto al principio. Los mexicanos son un caso aparte. Para ellos la cosa se reduce a chingar. Chingaban en los tiempos del Arca de la Alianza y siguen tan chingones en pleno siglo XXI.
¿Cómo se ha extendido el uso del verbo “follar”? Creo que el fenómeno se debe a la industria cinematográfica hollywoodiense. Recuerdo que en los años 80 en las películas americanas se permitían los besos con lengua, los desnudos y las escenas de sexo más o menos explícitas. Sin embargo cuidaban mucho los diálogos, no se usaba vocabulario soez, las palabras eran muy correctas. Ahora es al contrario: se censuran las imágenes abiertamente sexuales, y el vocabulario a pasado a ser lo más hediondo que uno pueda concebir. En cualquier película americana de acción, en los primeros treinta segundos ya has escuchado dos o tres mierdas, cuatro putas, cinco o seis jodidas, y folladas no te cuento. Para ellos todo es puto y jodido y todo es mierda: sólo de esta manera pueden configurar el carácter duro de un personaje de acción. En inglés existe una profusión del fuck you, fucking bastard, etc., etc. Para cuando tuvimos que traducir estas expresiones para el público español, no quedó más remedio que introducir el follar, porque el joder se nos quedaba muy corto, y joder a alguien no es exactamente lo mismo que follárselo. Del cine pasó a la televisión, sobre todo de la mano de los monólogos de los cómicos. Y de la televisión pasó a nuestras vidas. Ahora todos nos atrevemos a decir follar: lo podemos soltar en nuestra oficina, se lo podemos decir a nuestra abuela, podemos decirle a la novia “cariño, vamos a follar” (otra cosa es que se deje… hum). En resumen, nuestras bocas se han relajado. Ya podemos pronunciar follar: aunque se nos quede abierta con el agujero justo para que algún objeto alargado de más o menos cuatro centímetros de diámetro entre a raudales. Bah, que pase lo que tenga que pasar… Viva la libertad.
La relajación lingüística viene aparejada con una relajación de las costumbres. En el siglo XIX Mr. Darcy le hacía el amor a Elisabeth, es decir, la galanteaba y cortejaba para prometerse con ella. Más tarde, hacer el amor ya era pasar al terreno de los hechos, meterse en faena o, simplemente, meter (pero con cariño, como se ha dicho). En los 80 todavía quedaba eso de “tirarle los tejos” a alguien, en los 90 se habló de “insinuarse”, y a partir del 2000 ya los jóvenes habían sustituido todo eso por “pedirle de follar”. La expresión “pillar cacho”, lo dice todo. Al paso que vamos dentro de poco ya ni siquiera se le pedirá a alguien de follar: para los machos esto será más o menos como un obrero de la construcción al que le ponen un taladro en las manos y en pocos minutos le hace veinte agujeros a la pared sin preguntarle siquiera si le gusta o no. Tampoco nos sorprenderá este comportamiento: es lo mismo que hacía el Cromañón: carvernícola que se le cruzaba, guarrería cromañónica que le endosaba.
Jo! Y la cosa está tan caliente que ahora ya hasta los dibujos animados se ponen a follar. La Sexta nos ha sorprendido con unos dibujitos que (mejorando las prácticas bucólicas de Heidi con Pedro, ese amor tan puro de la montaña), a la menor que canta se desnudan y se ponen a follar con más arte incluso que los propios seres de carne y hueso.
Dicho lo cual, sólo me resta despedirme con los mejores deseos para todos: Como dijo una vez Mantel en una de sus cartas, QUE CADA CUAL FOLLE LO QUE PUEDA.