Los guanches eran los aborígenes de las Islas Canarias antes de la llegada de los españoles. Nos conquistaron, o nos rendimos o nos civilizaron. Da igual: los guanches nunca fuimos ángeles. Nuestra vestimenta era tosca, apenas unos harapos de cabra peluda y una enorme lanza para saltar barrancos. Eso era todo.
La mayoría de los que estamos aquí ahora puede que no tengamos demasiados genes guanches. En lo que a mí se refiere, sospecho que tengo más sangre gallega que de aborigen canario: una es porque mi madre se apellida Castro, y otra es porque me gustan más las camisas de Pedro del Hierro que las hediondas pieles de cabra. Así que no voy a hablar más en primera persona.
Los guanches eran seres bárbaros. Si les nacían bebés y andaban escasos de comida los mataban: vamos, que no se molestaban en ir a la farmacia a por leche. Bueno, algunos pájaros hacen lo mismo si no tienen suficientes gusanos o lagartijas para repartir entre la prole. Comportamiento natural lo es.
Otra costumbre pintoresca es que a las mujeres, un mes antes de la boda, las encerraban en una cueva y las sobrealimentaban con gofio y leche para que estuvieran hermosotas la noche de nupcias: se nota que les gustaba tener dónde agarrarse (Kate Moss no se hubiera comido un rosco con esta gente, está claro). Hoy en día, en Canarias la costumbre es muy distinta: a las chicas hay alejarlas durante un mes de la nevera para que al menos les entre el vestido de novia.
Creo que no sabían escribir. Y como artistas hicieron sus pinitos. Tenemos dibujos sobre piedra, algunos meritorios. Lo que más abunda es ese simbolito de la espiral. Al parecer, lo estampaban por todas partes. No se sabe muy bien qué significa esa espiral (Figura A de la foto): dicen que puede representar el infinito. Y lo que sí está claro es que es un elemento que está presente en todas las civilizaciones antiguas de todo el planeta. Es la forma del caracol, del remolino de agua, de las galaxias… Aunque a mí me parecen asuntos triviales para obsesionarse con ellos. ¿Qué les importaba a esos pobres monos vestidos con pieles de cabra el concepto de infinito? ¿Y el caracol?
Pensando en el asunto, hace un par de meses se me ocurrió una teoría que explicaría esta obsesión por la espiral. La bombilla se me encendió al recordar un suceso de mi infancia. Cuando empecé la escuela, tenía un compañero de pupitre que estaba muy salido. Éramos niños de siete u ocho años, pero allí no se hablaba de otra cosa que de sexo. Un día me contó que había soñado con Teresita y al despertarse se había encontrado un agujero en la sábana (mentiroso también era, ojo). Bien, pues este niño dibujaba en todas partes el símbolo del sexo femenino (Figura B de la foto): en la tabla del pupitre, en los libros, en los cuadernos, en la goma, en el anverso de la mano. Dibujaba el sexo y le clavaba luego la punta del lápiz en la rajita. En una ocasión mi madre me encontró en mi cuaderno una de esos “logotipos” y me echó un tremendo rapapolvo: que si me gustaba la concha, eh, te gusta la conchita, ¿verdad? Y yo: no, no, mamá, si no es una concha, es una vaquita de San Antonio… Pero no coló. Y yo, inocente de mí, me quedé tan traumatizado que…
Entonces pensé: ¿Y si la espiral de los guanches tuviera relación con el sexo?
Hoy en día asociamos con naturalidad los conceptos de matrimonio, amor y sexo. Sin embargo los griegos no mezclaban. Es decir, ellos lo que mezclaban era el vino con agua, pero no el matrimonio con los otros dos asuntos. Para los griegos el matrimonio era poco menos que un negocio. La palabra “matrimonio”, de hecho, viene de “patrimonio”. Se unían un hombre y una mujer para poner en común sus propiedades y adquirir así mayor fortuna (*). Con la esposa cohabitan para tener descendencia, pero no buscaban en ella ni placer sexual ni amor. Para el placer sexual acudían a las prostitutas (que para eso eran expertas), mientras que el amor romántico lo reservaban a los efebos, es decir, “jovencitos”. De ahí que a lo de dar por el culo lo denominemos “amor griego”. Los griegos eran una cultura muy avanzada, de modo que esto no era considerado vicio ni degradación, sino un comportamiento absolutamente arraigado y aceptado. Para los varones griegos antiguos, la obsesión no era la vulva que mi amigo de la escuela dibujaba en los cuadernos, sino el agujero redondo: el culo peludo de otro varón.
Y aquí está mi teoría: la espiral esa lo que me parece es el símbolo de un esfínter anal. Y si los guanches esculpían en las cuevas y las rocas de lugares apartados esas espirales, era como medio para señalizar los lugares de encuentro. Es decir, si uno se tropezaba con esas marcas, ya se podía esperar allí un ratito, que pronto aparecería otro guanche dispuesto a levantarse su hedionda piel de cabra y ponernos su culo en pompa.
Jah. A los guanches les iba el rollo griego. Seguro. No andaban preocupados por el infinito, qué chorrada. Les preocupaba el culo. Era eso.
(*) Por supuesto hoy en día no podríamos aplicar el modelo griego. Casarse con una mujer no es un medio para adquirir mayor fortuna, sino para perder la que tienes.