Demonio, es que no le dejan a uno morir en paz. Yo pensaba que regentar un blog provinciano daba derecho a una jubilación repentina, anónima e indolora. Pero justo cuando uno está ya con las babuchas de cuadritos rojos y negros, su batín y su periódico bajo el brazo, y su plan para visitar todas las obras los domingos (actividades propias de un jubilado) hete aquí que le tiran a uno de las orejas y le mandan escribir. Jolín. Tengo que mandar una protesta a Amnistía Internacional, para que tutele mejor los derechos de los blogueros que quieren jubilarse.
¿Qué pasa? Pues pasa que esto no puede durar toda la vida. ¿Es que cualquiera de ustedes que escribe un blog se imagina a sí mismo dentro de diez años todavía posteando con plenitud de humor y optimismo? Es duro. El que escribe en un periódico se aguanta porque de eso vive y por eso le pagan, lo que aguza su ingenio o su mala leche: en todo caso, le permite seguir escribiendo. Pero este deporte de postear, por amor al arte, un deporte de tan poco contacto… Está condenado a la hoguera.
En algún momento uno decide incorporarse a otras dimensiones de la vida. Sinceramente, no creo que Second Life le produzca emoción suficiente a nadie para pasarse ahí más de dos semanas. Yo, desde que conseguí mear en los baños de una cafetería de Puerto Banús, ya me he quedado sin incentivos: llegué a la cumbre, por así decirlo.
Y cierto que el avatar baila de puta madre, y que una noche casi se enamora de una neoyorkina en la discoteca del Black Heart’s Longue Café. Pero luego uno amanece teletransportado a su dormitorio de diario, sin ningún avatar de sinuosas curvas al lado, y un bostezo anuncia que es hora de dejar esa tontería de Second Life.
¿Hasta cuándo dura postear? Pues como en el chiste: lo que dura dura. Y yo estoy experimentando un vergonzoso gatillazo. El Sr. Mantel también, y otros muchos. La blogosfera se desinfla, pero es que la blogosfera es aire, y es natural. Yo desde el principio pronostiqué que el fenómeno de los blogs sería pasajero. Igual que los chats. Esas cosas tienen éxito cuando empiezan, y luego van decayendo. Surgirán nuevas plataformas de comunicación, pero… Es decir, volverán las oscuras golondrinas, pero aquellas que aprendieron nuestros nombres: esas no volverán.
Y es que bloguear es como enamorarse. El otro día estuve viendo un documental de japoneses sobre un estudio que hicieron para ver cuánto duraba el enamoramiento de las parejas. En un campus universitario solicitaron el concurso de parejas que llevasen 100 días de enamoradas, y las encuestaron. Todas ellas estaban coladitas. A los 300 días las volvieron a entrevistar, con el resultado de que el amor se las había reducido a la mitad a todas. En este punto, mientras algunas parejas decidían romper, desconcertados por la disminución de los sentimientos, otras continuaban la relación, pero adaptándose a la rutina de una convivencia basada no tanto en la pasión como en otras razones. Por último, a los 900 días, el 100 por 100 de las parejas con las que se había comenzado el estudio, declararon que de su amor no quedaba nada: cero patatero, cenizas de cigarrillo, gusanos de la carne, la nada tan blanca como la leche.
En resumen: que el amor no dura para siempre, ni los blogs tampoco.
Para no dejar este sabor amargo: yo no digo que este sea el último post, pero sí que estoy en crisis, y que hace ya unos cuantos días que intento escribir el artículo titulado “todos los animales son iguales”, y cada vez que empiezo me entra tanto asco que cierro el ordenador de un manotazo y me pongo a ordenar los armarios. Lo malo es que no hay nada que ordenar, hay que joderse, porque soy un ordenado compulsivo y todo está en su sitio y ya casi no queda nada dentro, porque todo lo viejo lo tiro.
No sé, no sé qué hacer. Igual me dedico a tener cybernovias (de nuevo). Esto es más divertido porque de vez en cuando alguna te premia con una foto desnuda junto a la chimenea, y uno se queda maravillado: ¡qué chimenea de mármol más bonita y elegante! Etc.
Y ahora permítanme que me ausente, que el antivirus me reclama para que suscriba la renovación. Esto significa que mi ordenador cumple un año: ¡Feliz aniversario, querido Inspiron 9400! (querido porque no te has colgado ni una sola vez).
Nota: el de la foto soy yo, frente a la pasarela de desfiles de Puerto Banús, en Second Life.