Cuando estudias Derecho, una de las primeras cosas que te enseñan es que la Ley lo puede todo, menos cambiar un hombre en mujer. Bien, pues en España, desde hace unas semanas, la ley también puede cambiar un hombre en mujer. Acaba de aprobarse una norma que permite que cualquier persona pueda cambiar el sexo con el que figura inscrita en el Registro Civil sin tener que operarse. Es decir, un individuo que nació con cuerpo de hombre ya no necesita inflarse las tetas, cortarse el rabo y cavarse un agujero para que el Registro Civil le otorgue el título de Real Hembra.
A mí estas cosas me gustan, que quieren que les diga. Los gobiernos insolentes que rajan contra las tradiciones y la moral rancia me suben el tono. Me encanta ver a los obispos o a los falangistas escamándose por los matrimonios hombre-hombre, mujer-mujer. Y ahora tenemos esto. Jah.
De todas formas el asunto no es tan fácil. La ley muy bien, pero ahora hay que aplicarla, y el Gobierno en esto nos ha dejado solos. A mí esta semana se me ha presentado un conflicto de cojones, y nunca mejor dicho. La cosa sucedió así:
Uno de mis empleados me cogió a primera hora de la mañana y… Bueno, no quiero decir que “me cogió”, quiero decir, que entró al despacho, se plantó en la silla y empezó a largar. Me dijo que iba a acogerse a la nueva Ley del Registro Civil, y que se inscribiría como mujer. ¿Y a mí qué me importa, Pedro Porta? ¿Por qué me lo cuentas? Jah, lo que pretendía es que, en cuanto le aprueben el cambio de identidad sexual, que le dejen usar el baño de mujeres.
Jeje, me reí. Qué gracia. Creí que estaba de broma. Pedro es de muchas ironías. Pero el cabrón me mostró la instancia y era verdad. Joder, joder, menudo papelón. ¿Y qué podía hacer yo? Lo primero es el diálogo. Consulté con algunas de las chicas de la oficina, con las que tengo más confianza. Y todas se quedaron amarillas, que ni de coñas, que menuda carota, el Pedro Porta.
Y tienen razón. Porque Pedro Porta no tiene, precisamente, aspecto de mujer. Es un tipo de unos cincuenta años, bastante gordo y peludo como un orangután. Lleva incluso bigotillo de facha. No es nada femenino. Es más: de todos los que trabajamos en la planta, es el que más paquete tiene, y lo muestra. Usa unos vaqueros muy ceñidos, y lo marca todo: es como un chorizo de cantimpalo y dos riñones de cerdo comprimidos. Lo único es que se da un poco de carmín en los labios, y se dobla las pestañas. Pero sigue siendo a ojos vistas un pedazo de animal macho.
Se lo expliqué, que las chicas no querían, que lo comprendiera. Pero él me replicó que lo entendiera a él, que llevaba mucho tiempo soportando la humillación. Que en su interior él se sentía “una señora” (me lo dijo con esas palabras, angelito), y que le resultaba muy violento entrar al baño de hombres y verlos todos allí contra la pared, sacudiendo sus venablos. Me amenazó con ir al sindicato.
Así que me cagué en la nueva Ley del Registro Civil, y por primera vez añoré los tiempos en que gobernaba la derechona. ¿Cómo se resuelve una papeleta así? A la mañana siguiente, al despertarme, se me encendió la bombilla: Ya está, que haga pis en el baño de discapacitados, que está muerto de risa (sólo lo usa la limpiadora para tomarse su bocadillo a media mañana). Fui contento a decírselo a Pedro pero fue como mentarle al diablo: Que qué me creía, que lo que estaba haciendo vulneraba su honor y le discriminaba sexualmente. Me argumentó que ser transexual no estaba considerado una discapacidad. Y yo patinando, mierda, rojo de ira. Pero al final lo rematé:
-¿Qué no es una discapacidad? Mira, Pedro Porta: ¿Qué clase de mujer eres tú? Por mucho que lo ponga tu DNI, no tienes un maldito agujero sin mierda para meterla dentro. Eso te discapacita como mujer.
Bueno, y me largué. No quise escuchar más. Ya no es suficiente con aguantar a los orangutanes y a los cazadores. Encima tengo que arreglar el problema de dónde mean las mujeres con rabo. Hay que joderse.
Los japoneses son más listos. En su país los baños son unisex. Miren la foto.