28 noviembre 2006

Qué mala es la envidia


La Agencia EFE difundió hace unos días la noticia de que Pete Best, el primer batería de The Beatles, antecesor de Ringo Starr, ha afirmado que le echaron de la banda de Liverpool porque "era el preferido de las chicas", cuestión que provocaba envidias entre los otros miembros. Best ha señalado que durante la etapa en que la formación trabajó para un club en Hamburgo él era "un amante de la juerga y las mujeres", circunstancia que le habría llevado a ser sustituido en múltiples ocasiones por Ringo Starr, quien fue finalmente el batería con el que los amantes de la música conocieron a The Beatles.

Me cae bien este Pete. O sea, que el muchacho se andaba corriendo tremendas juergas (nunca mejor dicho), no llegaba a los conciertos y tenían que sustituirle con el segundón de Ringo, y se queja de que lo echaron por envidia. MMM: pero qué malita es la envidia. Sí señor. Y pobre Pete, que para salir adelante tuvo que trabajar de panadero.

Esta noticia me hizo recordar que yo viví un caso parecido. Recién terminados los estudios, comencé mi experiencia laboral seria como becario en una fábrica de cigarrillos. Estaba destinado en el Departamento de Personal, pero me tenían más bien como pinche. Ni siquiera me dieron una mesa. Se supone que si lo hacía bien me podrían haber ofrecido un contrato al final de la beca. Pero no. Me enteré después que uno de los Jefes de Departamento andaba diciendo por ahí que yo “no tenía dotes de mando”.

Este jefe era en realidad un jefucho. Su Departamento eran dos personas y la secretaria compartida del Director (compartida porque podían tirársela por turnos, supongo, tenía modales rudos, mala leche y carita zorruna). Años más tarde, la multinacional americana decidió reducir su producción en Canarias y comenzó a despedir gente. Uno de los primeros que cayó fue este jefe. Cuando le dieron la noticia se le hundió tanto su esperanza de ganarse el pan, que le sobrevino un infarto y murió. Por lo visto él sí tenía dotes de mando, pero lo que no tenía era dotes de parado.

Sin embargo aquí estoy yo, al fin mandando sobre muchísimos súbditos y sin peligro de que me despidan. Y respecto a las dotes de mando, hum, me estoy volviendo tan cabrón que hasta obligo a mis vasallos a que escriban con letra verdana y les prohíbo celebrar cumpleaños. Joder, ¡esto sí que son cojones de mandar! Hace poco visité la tumba de aquel jefucho y le robé las flores que su familia le había puesto por el aniversario: “¡¿No he dicho yo que están prohibidos los cumpleaños?! ¡Que la norma también vale para los muertos!” Y me largué de allí, destronchado de risa.

Bueno, el caso que quería contarles es que en el Departamento de Personal de esa fábrica de cigarrillos había un Graduado Social que se creía el Richard Gere de turno. Andaba siempre peinándose, sacudiéndose las motas y olía a colonia Old Spice. Era un lígalotodo. Feas y guapas, le daba igual. A veces bajaba a la enfermería y se tiraba a la ATS en la camilla. Yo, como es natural y dada mi juventud, me impresionaba bastante con estas mañas de macho bien bravo.

Lo que tenía de malo es que era un fresco, y apenas paraba por la oficina. Era como el Pete Best de Los Beatles, un amante de la juerga y de las mujeres. Día sí, día no, llamaba a primera hora y su repertorio de disculpas era del estilo: hoy amanecí destemplado, tengo calentura, me duelen los riñones, estoy que me arrastro, tengo calambres en las tarlípedes o cojones, etc.…

Al final lo pusieron de patitas en la calle. Le ofrecieron una pequeña indemnización y todo, pero él se ofendió y alegó lo que Pete: que si le tenían envidia, que si todas las niñas de la oficina le adoraban. Reclamó ante la Magistratura y perdió la instancia. Apeló al Tribunal Superior de Justicia, donde se atrevió a recusar a un Juez llamándolo también envidioso. Pero tampoco se le dio la razón, y ya tenía tal perreta encima que se gastó un pastón en un abogado caro de Madrid y el caso llegó al Supremo.

Yo ya no estaba en la fábrica. Pero me enteré de la sentencia del Tribunal Supremo años después. Fue una anécdota que dio lugar a muchos chascarrillos y al final acabó el pitorreo en todos los bares de la provincia y se difundió por los periódicos. Hoy en día la conoce medio Tenerife. El caso es que el Presidente de la Sala que juzgó el caso no se quedó contento con dictar una sentencia desestimatoria y que condenaba en costas al galán de marras. Con la notificación le envió una especie de carta personal, en la que más o menos le decía: Por supuesto que le envidiamos, señor X. Todos le envidiamos sus dotes de entrepierna y sus sobradas conquistas. Le envidiaba su jefe en la fábrica, le envidiaban sus compañeros. Le envidiaba el Magistrado de instancia, el del Tribunal Superior y toda la cohorte de abogados que usted ha contratado. Yo mismo, no lo sabe bien, he dejado de dormir muchas noches por ataques de envidia. Una suerte como tiene usted con las mujeres es insoportable para un hombre que se considere normal. Así que sépalo: .
¡Claro que le envidiamos, FOLLADOR DE MIERDA! Pero métasele en la cabeza que de la fábrica le despidieron porque también es usted un soberano gandul.

PS. Aprovecho para expresar mi solidaridad por todos aquellos que siguen atrapados en la versión Beta de Blogger. Afortunadamente nuestro amigo George ha logrado salir a flote, y con algunos problemas no resueltos, EDMUNDO MANTEL, que al parecer estaba también atrapado en una pecera virtual Beta, acaba de resucitar. La muerte afecta a cada cual como le parece, y a nuestro eximio Sr. Mantel le ha dejado una cara algo rara, no hay más que ver la foto. Aprovecho para protestar por lo que cuenta de la CUCARACHA, que no es más que un delirio, que no hubo tal, y también protesto porque EL SOLTERO DE ORO haya tenido el mal gusto de robar el Diario Íntimo de su Prima y ahora lo esté ventilando. No es apto para menores, lo advierto, como tampoco lo que cuenta de la donación de sangre y… Es de mal gusto. Sencillamente. Ya hay una mujer que se ha expresado en este sentido en los comentarios, y creo que tiene razón. El semen es otra cosa, Sr. Soltero.

23 noviembre 2006

Heaven & Hell



Promotora Católica, S.A. está bajando enteros. El reajuste del nuevo Director Comercial Ratzinger genera incertidumbres en el mercado: y eso se paga. Ya bastante que jodieron a los accionistas con la supresión del Limbo. El Limbo era el cajón de sastre para acomodar a los tontos, que ahora no saben dónde meterse. No hay Ayuntamientos, Consejerías o Direcciones Generales suficientes para tanta morralla. La gente se los está encontrando botados en cualquier sitio: lo primero que se perciben son las babas del idiota. Luego ya tropiezas con el idiota mismo. Con lo fácil que era disponer de un Limbo: todo estaba muchísimo más limpio, y no costaba tanto.

Lo de acabar con el Purgatorio ya no se explica: una marranada con alevosía. Sí es cierto que las modernas tecnologías ayudan, y que con los Danone Activia irse pata abajo está al alcance del común. Pero sea como sea siempre quedará un grupo de estreñidos residuales para los que no quedaría más solución que el Purgatorio. Pero si este señor nos suprimió el Purgatorio, lo que les queda es reventar y punto.

El Limbo y el Purgatorio eran, sin embargo, residencias menores, y su eliminación no va a influir en el posicionamiento general del mercado. La verdadera reforma del negocio la ha planeado Ratzinger metiendo mano a los productos estrella de la Empresa: El Cielo y el Infierno. El nuevo Director Comercial ha dicho: A partir de ahora el Cielo y el Infierno serán únicamente estados de ánimo. Y aquí empieza el trabajo de la Wikipedia y de los blogueros, que deben explicar esto al pueblo llano (pueblo que, por cierto, está que se sube por las paredes). Algunos accionistas habían invertido años de austeridad, privándose de pecar, para que ahora les digan que el Hotelito de cinco estrellas La Gloria, lo tienen nomás en su imaginación. Veamos cómo funcionan los nuevos destinos del alma:

Llega un alma atribulada al Centro de Recepción St. Peter’s Hall y pregunta:

-¿A dónde voy yo, al Cielo o al Inferno?

-¿Usted cómo se siente?, le interroga el recepcionista.

-Pues fenómeno: ahora que me he muerto no tengo que pagar hipoteca, ni soportar las jaquecas de mi esposa, ni los berridos de los niños, ni los almuerzos de los domingos en casa de mi suegro, al que detesto.

-Ah, pues entonces usted SE SIENTE COMO EN LA GLORIA. Usted se ha salvado.

Y llega más tarde otro recién muerto y pregunta lo mismo:

-¿A mí dónde me manda, al Cielo al Infierno?

-¿Pero es que no se ha enterado? Ahora es según el estado de ánimo. ¿Cómo es el suyo?

-Pues verá, yo justo había terminado de pagar una hipoteca de 30 años, por fin tenía la casa en propiedad, dinero para gastar, mi mujer me dejó, a dios gracias, hace unos meses, y los chicos ya están cada uno por su lado. Justo el otro día conocí a una brasileña en un local… Y es entonces cuando me da el infarto. La verdad estoy jodidísimo por haber tenido que dejar todo eso, ahora que podía disfrutar…

-Ah, amigo: usted se siente muy jodido. ¿Verdad que le quema todo eso que me cuenta? Pues lamento comunicarle que a todos los efectos puede considerarse colocado en el Infierno. Tome este abanico para aliviarse de las llamas y a seguir jodiéndose.

Más de uno vamos a echar de menos el Cielo y el Infierno clásicos: El Cielo, esa llanura algodonosa, quizás salpicada con prados verdes con sus ríos donde jóvenes con sus barbas cantan a coro salmodias y jamty-jampty mezclado con jazz. Y el Infierno, vamos, el Infierno clásico es una delicia: lleno de cavernas coloradas, con la calefacción siempre a tope, y esas llamitas aquí y allí que te van quemando a trozos el culín.

Con este estado de cosas, mejor que el Islam lance una OPA. Mientras el catolicismo declina, el Islam se expande a ojos vista. Y es que las condiciones que ofrece en sus paquetes de viajes al paraíso son muy golosas. Si te presentas a terrorista suicida para matar niños de otra religión te prometen que nada más morir se te aparecen 72 ángeles femeninos para conducirte al paraíso. Y vamos a ver: ¿qué sucede luego con esos 72 ángeles? Porque si fueran para simplemente tocar el arpa la coña que hacía falta que fueran femeninos. Seguramente ese paraíso se parecerá a las escenas finales de cualquier película de Rocco Sifreddi, con el terrorista en un sofá mullido, y todas esas angelitas desvistiéndose de sus plumas para acariciarlo y darle gloria. Esperemos que el Gobierno no se oponga a la OPA: a mí se me está haciendo la boca agua.


19 noviembre 2006

Amores de cine

Semanas atrás nos sorprendimos al descubrir que Richard Gere no es en absoluto un galán del agrado de las mujeres de la blogosfera. Pero el tema desató una auténtica vorágine hormonal, y muchas voces se alzaron para reivindicar su particular modelo erótico cinematográfico. Por mi parte, prometí mostrar al mundo mis actrices preferidas. El trabajo de campo está culminado, he recopilado fotos y he actualizado la memoria emocional ligada al cine. Gracias a Internet, no sólo es posible recuperar el pasado, sino también interpretar el presente.

Hace muy poco nuestro amigo GEORGE publicó una colección de “torsos de infarto”, actores de cine que orgullosos muestran al mundo las excelencias de sus pectorales y abdómenes. Señores: ahora toca alegrar el ojo masculino. Al principio pensé hacer igual que George, una colección de torsos desnudos de actrices, pero la colección de glándulas mamarias quedaría grosera y, además, aquí no estamos en el Blog “EL MUNDO DEL BEBÉ”. Lo siento: para el que quiera contemplar ubres hay granjas vacunas que abren puertas los fines de semana. Mi colección se limitará a rostros angelicales. Y es que hablo de amores de cine, no de ponerse como una estufa: no se confundan.

Aquí está mi colección:
1982 Phoebe Cates (Paradise, Gremlins)


























1983 Jennifer Beals (Flash Dance)










1992 Jane March (El amante, El color de la noche)

























1994 Jennifer Aniston (Friends)





















2001 Kate Beckinsale (Pearl Harbour)





En la película “El color de la noche” el Dr. Bill Capa, psicólogo, en el preámbulo de una sesión de terapia de grupo, nos regala esta frase monumental:


“La relación romántica más importante de nuestra vida es a veces un síntoma de nuestra enfermedad. Hacemos las mismas elecciones neuróticas una y otra vez cuando escogemos una pareja”.


¡Cuánta razón tiene, Sr. Bruce Willis! Cuando una persona no nos gusta como pareja solemos achacarlo a que “no es nuestro tipo” o a que “no hay química”. Pero nadie sabe por qué tiene un “tipo” ni en qué consiste esa reacción “química”. Creo que el Dr. Capa lo ha explicado a la perfección. En el fondo es la teoría de la impronta. Somos como el patito que rompe el cascarón del huevo: lo primero que vea lo considerará su madre, y le da igual que sea una pata que una patata.

Nosotros estamos también condicionados por nuestra impronta romántica: en algún momento de la adolescencia o preadolescencia algún actor o actriz de cine nos impresiona, y sin saberlo ya hemos configurado nuestro “tipo” o nuestra fórmula “química”. A partir de ahí, quien no responda a esa impronta será repudiado: Yo te doy calabazas por el poder que Hollywood me ha dado.


Ahora lo tengo muy claro. Mi patata fue Phoebe Cates. Era 1982, yo tenía 18 años, recién llegado a la ciudad. Por primera vez iba al cine. Y apareció ella, en la película Paradise, esta jovencita de madre filipina y padre americano, de rostro y cuerpo casi perfectos, en la gran pantalla, en un escenario idílico de desiertos y oasis, bañándose desnuda bajo una cascada de aguas termales, retozando en bikini en los charcos. He vuelto a ver la película después de tanto tiempo y comprendo perfectamente mi neurosis subsiguiente. Phoebe es insuperable. Todas las actrices que me gustaron después, con raras excepciones, tenían los mismos rasgos. En esas fotos se puede comprobar, algunas de ellas parecen la misma. Y eso también ha pasado en la realidad. Me han gustado casi siempre las mujeres que respondían a ese patrón, a ese tipo y a esa química. A lo largo de tantos años he repetido una y otra vez la misma elección neurótica: con resultado imposible, ya que Phoebe Cates sólo hay una, y se casó con el actor Kevin Kline.


Los amores de cine son algo más que de cine. Mi fijación por FIBI me llevó hace años a ponerme en contacto con ella a través de su club de fans. Contaré lo que pasó en esa comunicación en un post posterior, ya que es mi propósito homenajearla publicando una colección de fotos de la película Paradise que yo mismo he tomado. En Internet hay muchas fotografías de Phoebe, pero no como las que yo he conseguido gracias a mi obsesión neurótica. Ella estará orgullosa de esas fotos. Así lo espero.

15 noviembre 2006

Y al tercer día resucitó


Érase uno como hijo de hombre que se encontró en la oscuridad lapidaria, lacerado en sus carnes y afligido en su espíritu. Respiraba el perfume de los óleos con que unas mujeres piadosas embalsamaran su cuerpo. Le llegaban de la lejanía exterior las plegarias y lamentos. Mas estaba muerto e insensible, atrapado en la opresión del sepulcro.

A los tres días sintió un picor en la entrepierna: ¿Acaso se me olvidó hacer pis antes de la muerte? Pero no. Era otra cosa porque al rato unas burbujitas de coca cola rebulleron en su corazón: Ajj: ¿A que va a ser que tengo ganas de resucitar? ¿Y si fuera eso?

Luego se convulsionó. Un torrente de dopamina desatrancó los vasos sanguíneos y expulsó a los primeros gusanos que habían acudido al festín. Se puso en pie, dejando rodar el sudario, y le gritó a las piedras: ¡Es preciso salvar a la humanidad! ¡Algunas almas claman por escuchar de nuevo la Palabra! Tomó impulso y, como si lanzara un penalti, chutó con la enorme bola de piedra que sellaba la tumba y salió al exterior:

-¿Pero dónde? ¿Dónde está la muchedumbre que me aclama? Joder: ¡vaya mierda de resurrección!

Vagó solitario por los campos de trigo y le pareció ridículo que se llamara mies a lo que simplemente era trigo, y del flaco. Al atardecer topó con una joven que trabajaba en un supermercado pesando la fruta. Al verlo medio desnudo, con ese tono de azul típico de los resurrectos, y con las carnes amoratadas por los latigazos creyó ver un fantasma e intentó huir. Él quiso retenerla:

-No temas, buena mujer. Que soy el Señor: el Señor Ingle, vamos, y acabo de resucitar de entre los bloggers.

-No me lo creo, tú eres un fantasma, es de lo que tienes pinta, y si de verdad eres de carne, déjame que te meta mano, para que así pueda creer.

Pero él le respondió quita, quita, que acababa de resucitar y ni siquiera sabía qué partes de su perfil funcionaban. Ni siquiera tengo películas favoritas, ni libros: ¡Pos bueno estoy yo ahora como para que me quieras folllar! Anda, anda: vete y cuéntales a todos que me has visto y que ya estoy de nuevo entre vosotros. Que me esperen en la montaña porque allí postearé de nuevo y podrán hacer comentarios.

-Eso sí, adviérteles que podrán comentar sólo los que tengan la señal del cordero, que es la identidad de Blogger, y que todo esto se hace para evitar a la Bestia.

Y la muchacha se fue entonces al pueblo, llena de gozo, y lo predicó como se lo habían mandado. Envió un SMS a su mejor amiga del instituto y ésta lo pasó a toda la peña. La amiga se llamaba Nüsh, que en escandinavo quiere decir “la nuez”, pero que en otras lenguas significa más bien “la anunciadora” o “la mensajera”.


NOTA DEL AUTOR: Tomé una decisión precipitada al dar por concluido el Blog. La muerte de Mantel me afectó demasiado (y también la de otros insignes espíritus como Rufus y Sulfur y Lola). Pero era preciso esperar a que pasara el duelo, y no lo hice. La reacción de todos ustedes, entrañables amigos, me colocó frente a un espejo distinto, que me reveló mi auténtica imagen: la de quien desea seguir pensando y compartiendo pensamientos. Estos últimos días me he sentido como un viejo con Altzheimer, como si el cerebro se hundiera en la inactividad. Definitivamente necesitamos comunicarnos. No basta con mirar al exterior y ver: es preciso explicar lo que sentimos. Los blogs personales son eso en definitiva: cada uno de nosotros se esfuerza por relatar a los otros su particular visión de la realidad. Cualquier suceso es posteable: a condición de que lo hagamos nuestro. No nos basta con lo que escriban los periodistas. Existen blogs profesionales a los que uno asiste como invitado de piedra: es inútil comentar, uno siente que a nadie le interesa lo que dejas escrito ahí, y mucho menos al blogger, que en este caso es pagado y lo único que espera es el sueldo a fin de mes. En los blogs personales existe un corazón detrás de cada perfil. También me he dado cuenta de que la identidad es imprescindible: no existe ningún placer en comentar anónimamente. Ha sido interesante morir y resucitar, porque ha servido para tomar consciencia de la relevancia de esta aparente inofensiva acción de bloguear.
No piensen que fue premeditado. No será este el primer blog que resucita. En mi caso era sincero el deseo de abandonar. Fue sincero el dolor de haberlo dejado. Y es sincero el deseo de volver: y este volver implica recuperar una suerte de felicidad de la que había disfrutado en seis largos meses. Les agradezco que me hayan mostrado la senda. ¡Hoy estamos de fiesta!

12 noviembre 2006

FINAL FELIZ DE ESTE BLOG


En este día, y en esta hora, el Blog de Johnny Ingle se da por concluido. Un blog no puede durar eternamente, y en esta semana se han dado las condiciones para el punto y final. Johnny Ingle nació en los mismos días que Edmundo Mantel, con vocación de camaradería y adulación: el perfecto alter ego. El blog del Sr. Mantel ha dado por terminadas sus publicaciones, y sin más ha demolido su estructura para dejar espacio a nuevas ideas. Amigos, la blogosfera debe ser dinámina. El Sr. Ingle echó tanto de menos al Sr. Mantel, que tras meditarlo en profundidad ha decidido que desea compartir lecho de muerte y vida eterna con el camarada Edmundo. Ha intentado volver a escribir, pero ha resultado imposible.

Se da por cerrado el blog y se extingue el avatar Johnny Ingle, que no volverá a postear ni a comentar con este nombre. Si en el futuro el autor tuviese ganas de regresar a la blogosfera, creará un nuevo personaje.

El autor desea darles las gracias a todos, queridos amigos, por los memorables momentos de felicidad, comentando y debatiendo con ustedes. Nunca antes había tenido la oportunidad de compartir ideas, opiniones y diversión con personas de tanta inteligencia y educación: y con tanta capacidad de afecto. No les olvidará, no obstante, y espera poder realizar visitas a sus espacios, aunque bajo otras formas y apariencias.

Johnny Ingle está satisfecho por todos aquellos que dijeron haber disfrutado con lo que leyeron, y pide perdón a todos aquellos que pudieran haberse sentido defraudados u ofendidos.

Hasta siempre, amiguitos (este sustantivo es muy de Falinda)! Recuerden las palabras de Freddy Mercury: BLOGS MUST GO ON!

EL AUTOR

08 noviembre 2006

Dignidad para la abuela



Cuando le llamaron se encontraba en el trabajo y le dieron el recado, era su padre, que viniese cuantos antes. Llegó todo amarillo, aparcó su viejo utilitario en una esquinita ridícula que alguien había dejado libre y subió a la segunda planta del edificio. Nunca había estado en el depósito, se perdió al principio, le pareció sucio, demasiado frío. Su padre y otros familiares aguardaban en la sala de espera. Se abrazaron. Sintió caer sobre la solapa de su chaqueta algunas lágrimas falsas. No comprendía muy bien cómo aquella anciana a la que durante su vida trataron peor que al gato (incluso le habían roto una cadera aposta), ahora, por el solo hecho de haber muerto, quedaba convertida en una santa cuyas virtudes no paraban de ensalzar.

Enseguida llegó el encargado y les dijo que podían pasar a reconocer el cadáver. No tenía malditas ganas de pasar por ese trámite, había desayunado media hora antes, su buen bocadillo de mortadela, lo soltaría todo, echaría las tripas, los muertos le daban asco, su abuela estaría arrugada y cubierta de escarcha, así la imaginaba, como la carne de congelador que su madre compraba para los domingos, carne de colita.

El espectáculo fue más crudo de lo que esperaba. El operario sacó el estante corredero y allí apareció, madre del cielo, aquella masa informe, sanguinolenta, un revuelto de sesos, qué asco, no era más que una tortilla, un sombrero aplastado, qué cosa, en el nombre de Dios, le había pasado a la abuela, parecía una hamburguesa, carne molida, picador Braun un dos tres, se le ocurrió. Tan sólo estaba entero el cráneo, agrietado pero indiviso, y lo más curioso... ¿qué diablos era aquello?, un agujero limpio, el hueso trepanado, un túnel de milimétrica precisión en la masa encefálica, aquel hueco de bala de gran calibre.

Cuando le explicaron cómo había ocurrido el accidente no se lo quiso creer, vaya muerte tan repugnante, él siempre había querido para su abuela un final digno, sin sufrimiento. Pobre abuela, pensó con rabia.

Sin dudarlo se desplazó al lugar del siniestro, reclamaría contra la empresa, la contrata que estaba haciendo las obras de la autopista, los fundiría a pleitos si hacía falta. Esos tenían dinero de sobra y les daría igual, pero él debía redimir el honor de la abuela.

Se paró sobre el arcén, las obras seguían en marcha, nada había pasado, él las veía todos los días mientras cruzaba el desesperante atasco del desvío que se habían inventado para poder excavar el túnel. Las palas y los camiones abrían pasadizos igual que topos, horadaban piedra muy dura. Entonces sufrió un espasmo, vio la enorme máquina amarilla, la retroexcavadora con su diente afilado, el agudo martillo para romper la piedra. ¿Por qué tendría la abuela la manía de salir a pasear por ese lugar tan peligroso? Pero no, ahora comprendía otra cosa, vio el letrero que destacaba en blanco sobre el fondo negro del brazo articulado de la máquina, la palabra VOLVO, en mayúscula, la palabra mágica, él siempre había sido un admirador de Volvo, un enamorado, había pasado horas y horas de su infancia contemplando los coches en el escaparate, y ahora comprendía que su abuela había tenido una muerte de lo más honrosa.

Se despidió de ella con el corazón en paz, la imaginó paseando por el carril de peatones, acercándose inocente al socavón. Vio elevarse el brazo articulado del martillo con la palabra Volvo en el lateral, vio la aguda punta de acero alzarse majestuosa en el aire, caer en picado sobre el moño recogido de su abuela, traspasar el cráneo limpiamente, dejarla hecha un orinal, un sombrero aplastado, con el agujero preciso de la herramienta. Una muerte de lo más digna, lloró emocionado.

04 noviembre 2006

Y los camellos nadaban debajo de las fuentes



En esa época yo trabajaba de camillero para una empresa de ambulancias. A tercer día recogíamos de su casa a un anciano que necesitaba diálisis. Era un viejo edificio habitado mayoritariamente por estudiantes. Fue así como Nerea y yo nos conocimos.

Después de tantos encuentros fortuitos en la estrechez de la escalera, las conversaciones fueron apareciendo con naturalidad. El hábito me hizo perder el miedo: ella era guapa y yo tímido, la perfecta correlación de fuerzas.

Supe que era de Lanzarote, como lo atestiguaba su abundante cabellera rizada, su tez oscura y los ojos imantados. Una diosa romana, la bauticé, y comencé a escribirle poemas que jamás me atreví a mostrarle. Fueron muchos meses de atrocidad, de amor incendiado y deseos sólo imaginarios. Porque, en mi ingenuidad juvenil, yo no encontraba la forma de poner remedio a ese tormento.

Se lo dije y me sonrojé hasta el remordimiento. Era terrible que me mirase de aquel modo: tan inexpresivo. ¿Qué quería decir? ¿Qué la olvidase para siempre? Que si quería ir al cine. Se trataba sólo del cine, algo tan fácil. Y regresé a casa con la cabeza minada de pájaros. Porque ella me dijo que vale y ya está.

Estuvimos saliendo tres o cuatro meses. Buenos amigos, tan sólo eso. A mí me era suficiente: para qué desear más si ella estaba conmigo, aunque fuera un par de veces a la semana, algunas horas. Ella disponía de coche y paseábamos. La fui conociendo y resultó una chica inesperada, bromista. No era dulce como la imaginaba, aunque en estos casos uno se niega a reconocer la realidad. Simplemente, estaba enamorado. En silencio, es verdad.

Era un Volkswagen desvencijado, las puertas no cerraban bien y no tenía luces intermitentes. Nerea llevaba siempre plátanos en la guantera. Cuando tenía que adelantar, abría la ventanilla y le lanzaba uno al conductor del otro vehículo: para avisarle de la maniobra. Tenía miedo de dejarlo en la calle, que le robaran o algo así. Se quedaba indecisa, sin querer abandonarlo del todo, y finalmente le quitaba los neumáticos y se los subía apartamento. Los guardaba en el congelador hasta la mañana siguiente. Era muy limpia, hasta la exageración. Solía desayunar dos tubitos de pasta dentífrica, y luego se cepillaba cuidadosamente los dientes con mermelada, para evitar las caries, decía. En una ocasión le pedí permiso para ir al baño y me asusté porque en la bañera había un enorme plátano amarillo que me miraba con ojos lascivos. Le pregunté qué significaba y me respondió que no me preocupase:

-Es el casero, está así enfadado porque le debo dos meses de renta.

En una ocasión se le averió el coche y tomamos un taxi. Nerea se enfadó mucho cuando el taxista, que era guapo, pretendió cobrarnos el trayecto. Ella dijo que jamás viajaba por dinero, que lo hacía por amistad, pero como el taxista no se bajaba del burro, le arrancó el freno de mano y se lo llevó a casa para atusar a las moscas.

Llegó un momento en que tuve necesidad de aclararle mis sentimientos a Nerea. Aproveché el día de los enamorados y le hice llegar un esplendoroso ramo de rosas. Eran mi declaración: la frase justa que no podía decirle a la cara.

- ¿Te gustaron?, le pregunté.

- Hubiera preferido una corona de ratones degollados, me atajó ella.

Tuve ganas de aplastar el ramo y marcharme. Pero lo pasé por alto porque salir con ella era mejor que nada. Una tarde me presentó a una amiga como si yo fuera su novio. Eso me dejó perplejo. Después de todo, pensé, las relaciones de pareja casi siempre son tácitas.

Y comencé a desearla con más fuerza. Un domingo, después del cine, ya en su habitación, le pregunté que para cuándo tenía pensado que hiciéramos el amor. Se le cerraron los ojos. Se le abrieron, miró las alas de un insecto que se había posado en la bombilla, y dijo:

-Cuando los camellos naden debajo de las fuentes.

Pero lo dijo sin rabia, y eso a mí me agitó más, y me predispuso al deseo, que arrastré durante años. Ella se fue de la isla, y no me dejó más señas que el rastro de una obsesión.

Siete años después, cuando ya trabajaba en la Administración, tuve que viajar a Lanzarote para asistir a un seminario. Lanzarote es un paraíso árido, un jardín de blancuras y asperezas de piedra volcánica, como muy bien supo entender el fallecido César Manrique. Me retraté en La Laguna de Janubio, un espejo de olivina que contrasta con la negrura basáltica de la arena. Ahí está la foto. Por aquella época acababan de abrirse al público, dos obras emblemáticas que Manrique dejó diseñadas antes de morir: el Jardín de Cactus y el Jardín de los Camélidos. Aproveché el fin de semana para visitarlas. El Jardín de los Camélidos es un parque acuático con espectáculos animados, no muy diferente de cualquiera de esos lugares donde delfines, focas y pingüinos son admirados por niños y grandes mientras nadan, pasan por el aro, o comen sardinas. La originalidad del Jardín de los Camélidos es que todo eso lo hacen con camellos y dromedarios, animales típicos de Lanzarote.

Y en efecto, allí estaban, unas frescas cataratas en medio de un roquedal de basaltos, entre palmerales, una larga piscina de un blanco muy puro, y…

-¡Y los camellos nadaban debajo de las fuentes!

Me estremecí al recordar la frase de Nerea, mi obsesión, al contemplar la inverosimilitud de aquel espectáculo animal. ¿Camellos nadando? Los turistas aplaudían a rabiar. Jaja. Era insólito. Una idea muy conejera. Había una guapa monitora que guiaba a los alemanes por entre las piscinas y palmerales y mis ojos se clavaron en ella. Era el destino. Cosa de brujería. Nerea, al fin Nerea: ¡Y los camellos nadando debajo de las fuentes!

-¡Johnny! Exclamó ella al reconocerme.

Dejó por un momento a los turistas y hablamos con entusiasmo que, ahora sí, ella compartía con sinceridad. Era otra mujer, más alegre, con más chispa: una mujer dulce. Algo la había cambiado. Sí. Y me invitó a tomar una cerveza. Nos acercamos al bar. Por el camino le recordé que ella me había dicho que haríamos el amor cuando los camellos nadasen debajo de las fuentes. Se destronchó de risa y coquetería, y me acompañó prometedoramente de la mano hasta las mesas. Allí había dos niñitas morenas preciosas y a una señal se acercó el camarero:

-Te presento a Teo, mi marido. Y estas dos lindezas son Minerva y Afrodita, mis hijas.

01 noviembre 2006

La mudanza (un cuento terrorífico, jaja)




Llevaban instalados casi un año en las nuevas oficinas y todos estaban contentos. Quizás por eso nadie se había percatado de que el contable, a lo largo de todo ese tiempo, jamás se había presentado para ocupar su mesa.También es cierto que el licenciado Mendoza se entregaba tanto a su tarea, tanta dedicación le profesaba a su computadora, que normalmente pasaba desapercibido. No perdía el tiempo hablando con nadie, y sólo a las cifras dedicaba alguna vez sus escuetos diálogos: esto no cuadra, dónde estará el gazapo, ahora la conciliación...


Lo raro es que los balances y los informes financieros seguían llegando puntualmente al ordenador del jefe; pero físicamente, ahora se daban cuenta, el contable no aparecía. ¿Dónde carajo se mete el licenciado Mendoza? Que lo llamaran a su casa, podría estar enfermo. Que se dieran una vueltecita por el gimnasio. Pero en casa sólo respondía el contestador, y los padres dijeron que de un día para otro esperaban que su hijo hiciera vida autónoma, que ya no apareciera más a la hora del almuerzo, con la ropa sucia bajo el brazo, como llevaba haciendo desde no se sabía cuándo. Ellos creían que por fin el muchacho había dejado de necesitarlos. En el gimnasio tampoco les dieron noticia, incluso habían roto su ficha porque ya no aparecía nunca.


Después de una semana de pesquisas lograron desvelar el misterio. Los días de mudanza el contable había bajado al archivo del sótano, a husmear en unos listados. Se pasó allí algunas mañanas enteras, porque descubrió un descuadre y quería subsanarlo. En realidad se encontraba muy bien en aquella oscuridad, sin que nadie le molestara. No se dio cuenta de que cerraron la puerta con llave cuando el último camión de la mudanza arrancó en el patio. Tampoco le preocupó esto, porque ya había decidido quedarse a dormir allí, para adelantar trabajo. Y cuando corrigió el descuadre decidió que se mudaba definitivamente, que en la lobreguez del sótano sus neuronas digerían mejor los dígitos, redondeaban decimales sin dificultad, detectaban duplicidades sin el menor esfuerzo.


La comida fue un problema al principio, hasta que descubrió que podía alimentarse con la celulosa del papel pijama que utilizaban para la vieja impresora matricial. Había auténticas torres de ese papel en los anaqueles del archivo. Los primeros días conservó el hábito de tomar desayuno, almuerzo y cena; luego encontró más cómodo ir masticando el papel poquito a poco, mientras trabajaba en sus asientos, de esa manera no lo encontraba tan reseco. A última hora de la tarde lo vencía el agarrotamiento. Entonces aprovechaba el ritmo del gimnasio que había justo al otro lado de la pared y se hacía él mismo un par de tablas dinámicas y levantaba pesas valiéndose de dos viejas sumadoras mecánicas que estaban apiladas entre los trastos.


Cuando al cabo de un año echaron abajo la puerta del sótano lo encontraron radiante: acababa de practicar un asiento en la cuenta de provisión para inversiones que le había costado muchos días. Sus compañeros se asustaron al verlo, porque con la oscuridad el azul de los ojos se le había vuelto fosforescente. Al jefe no le hizo gracia aquella extravagancia. Penetró en el viejo archivo y reprendió al contable, qué demonios estaba haciendo, todos preocupados, ¿no entendía? Era un irresponsable, aunque trabajaba como ninguno no había razón, caramba, que lo entendiera. "Licenciado Mendoza, haga el favor de venirse de una vez a las nuevas oficinas, y abandone la pendejada de vivir en esta cueva de ratas". El licenciado sólo se atrevió a protestar muy calladamente, que disculpara, don Fulgencio, pero que por favor, le dejara un último asiento nada más, es que le faltaba...


Al cabo de una semana de salir del encierro, el contable experimentó una crisis. No se acostumbrada a la borrachera de luz de su nuevo despacho, lo tenía desquiciado, apenas podía leer los dígitos en la pantalla de la computadora. Todo fue hartarse un mediodía y enviar a todos los compañeros un correo que decía: “Estoy hasta el gorro de hojas de cálculo; me voy a la calle a mirar yogurinas”. Fue como una sublevación. Se quitó la corbata y la ató a los tiradores del armario donde guardaba los balances. Salió a la rambla y empezó a pasear fijándose en los culos de las quinceañeras. En la acera de en frente había un instituto, y era justo la hora de la salida. Caminando así por la avenida, de espaldas al tráfico, ensimismado en la contemplación de las escolares, era un blanco perfecto. Iba tan absorto que no escuchó el zumbido sordo del autobús de línea que pasó a su lado con una ligera turbulencia. Era un autobús nuevo, con su reluciente luna del frontal y los enormes espejos retrovisores que le colgaban de los laterales como orejas de elefante: el arma perfecta para matar transeúntes. El licenciado Mendoza sintió el soplido del retrovisor contra su cráneo, pero cuando se vino a dar cuenta era ya incluso tarde para pronunciar unas últimas palabras de protesta. “Hay que joderse —dijo el jefe cuando se enteró del accidente—, ¿ahora quién coño se encarga del balance trimestral?” Los compañeros fueron algo más respetuosos. Estuvieron velando el cadáver hasta que se lo llevaron al cementerio, y como homenaje le colocaron dentro del cajón una calculadora. El jefe preguntó por su familia y cuando se enteró de que no estaba casado ni tenía hijos respiró aliviado: por lo menos se ahorraban el trámite de la pensión.