30 diciembre 2007

De joven fui autista




Una cosa que poca gente conoce de mí es que de joven fui autista. Apenas hablaba y mostraba escaso interés por relacionarme con otras personas. Un hombre del pueblo se refería a mí como “el mudo”. Autista, sí. Como buen adolescente en la década de los 80, yo estaba loco por Luis Eduardo Aute: autista por vocación y afición. El síndrome “cantautor” aún coleteaba.

La biografía musical de Luis Eduardo es muy peculiar. Durante muchos años se dedicó a componer para otros, porque se avergonzaba de sus escasas cualidades vocales. Mientras Massiel recogía los frutos del talento ajeno entonando el Aleluya, él se torturaba interiormente con pensamientos del tipo “por qué esta voz, Señor, y no como la de Silvio Rodríguez”.

Pero cuando se decidió a grabar sus propios temas, se sorprendió al comprobar que a la gente le daba igual esa voz tan discapacitada. Las canciones contaban historias humanas, y los acordes melancólicos realzaban el efecto. Muchos jóvenes borrachos de aquella época remataban sus trancas canturreando “al alba, al alba”. Su éxito fue monumental. Las parejas alimentaban y acrecían su amor con los libretos de Aute (¿no eras tú aquella insolencia de latidos que encendía mis deseos más prohibidos?).

En mi caso, la canción que me marcó fue “No te desnudes todavía”. En los años 70 la única Televisión Española tenía un programa de teatro, Estudio Uno, o algo así. En una de las obras, un hombre maduro, solitario y sediento de sexo, se veía perturbado por la aparición de una adolescente alocada (una jovencísima Enma Suárez) que se comporta de una manera desvergonzada y provocadora (más o menos como afirma el Obispo de Tenerife que es la costumbre en algunos menores…). En un momento dado, ella se mete en la ducha, se desnuda, y a través de la mampara, el hombre maduro y sediento observa atónito, y se relame, y el espectador asimismo observa y se relame a través de la pantalla de televisión a la borrosa Enma Suárez acariciándose el cuerpo espumoso. De fondo, suena el famoso himno erótico de Luis Eduardo:

Cuando el deseo estalle
como rompe una flor
te quitaré el vestido,
te cubriré de amor
y en la espera te pediría:
No te desnudes todavía, no te desnudes todavía, no te desnudes todavía: ¡NO!

¡Y qué razón tenía el Sr. Aute! ¡Qué gran maestro de educación sentimental! Detesto a las mujeres que no bien han cruzado el umbral de la puerta ya se han despojado de las prendas mayores. ¡Y qué soberana decepción cuando bajo el vestido ni siquiera llevan bragas! Llámenme autista, llámenme antiguo, pero esa manía de desnudarse sin esperar a que el deseo estalle como rompe una flor, no me gusta nada pero nada.

Lo peor de Aute es que se nos puso viejuno de un día para otro y ahora está que espanta. Esta noche me lo encontré en El País Digital. El cabrón se parece todo a Luis Aragonés. Si se cuidara un poco. Pero no. No le basta torturarnos con sus arrugas naturales: es que no se esfuerza en afeitarse un poquito, o en cortarse el pelo, teñírselo. Uno espera algo más de un artista. Al natural al natural no se puede ir así, hombre, que espanta.

Decidí dedicarle este post para agradecerle la educación sentimental que me ha dado, pero también para pedirle un poquito de por favor, que lo que dice en la entrevista lo deja a la altura de los que padecen el síndrome X frágil: o sea, medio tonto del nabo. Afirma el cantautor, sin sonrojarse, que no usa ordenador, porque hace diez años lo intentó, estaba escribiendo un guión de película pero se le borró por accidente y entonces decidió que nunca más. Que si tiene que buscar algo se lo pide a las personas que le rodean, pero que a él, el ordenador, LE ASUSTA, dice que teme apretar una tecla equivocada y… Y lo mismo le pasa con el móvil, que tuvo tres pero que los perdió y que ahora prefiere que le llamen a los móviles de las personas que siempre le rodean, pero que LE ASUSTAN, porque siempre que suenan piensa que le van a dar una mala noticia.

Muy asustadizo le veo al viejo cantautor. Igual lo de ir tan peludo es porque LE ASUSTAN las tijeras (“siempre pienso que me van a corta una oreja”), y lo de ir tan barbudo es porque LE ASUSTAN las maquinillas de afeitar (“siempre pienso que me van a cortar un ojo, como a la vaca de la película de Buñuel”).
Lo dicho: síndrome X frágil.

Y por favor, que alguien le informe a Luis Eduardo que es más fácil encontrar rosas en el mar que perder un archivo en el ordenador: siempre, claro está, que se cumpla el protocolo de las copias de seguridad (tontín).

17 diciembre 2007

The love boat




Hay una cosa en mí que no entiendo muy bien: tengo muy poca habilidad para ligar y es poco frecuente que arrastre a una dama hasta el tálamo. Sin embargo, hay una excepción: los barcos sí se me dan bien. Será porque aquella serie de televisión que ponían cuando era pequeño, “The love boat”, me dejó inspirado y predispuesto para el amor en alta mar.

Llevo más de veinte años haciendo el trayecto en ferry de Tenerife a La Palma y viceversa. La servidumbre del coche así lo impone. Los barcos de antes no fomentaban precisamente las relaciones sociales. Como el viaje era nocturno y duraba siete horas, tomaba un camarote y procuraba dormir para no enterarme. Pero luego llegaron los Fast Ferry o catamaranes de Fred Olsen, que hacen el trayecto en dos o tres horas y uno viaja en una especie de auditorio gigante, con capacidad para más de mil pasajeros en butaca, pero casi todas vacías. Ahí no hay lugar para la claustrofobia, y lo difícil es elegir un asiento para acomodarte rodeado de soledad: ¿es mejor la proa o la popa?

Mi sentido común me inclina a pensar que el centro del barco es lo mejor, para evitar los meneos si hay olas fuertes. Como buen animal de costumbres, siempre me voy directo a “mi butaca”. En el antiguo Benchijigua Exprés esa butaca quedaba justo al lado de la tienda de souvenirs, una burbuja de cristal bien iluminada donde se pueden comprar chocolatinas, revistas y miniaturas hinchables de la propia embarcación (que se pueden usar, en casos de justificada necesidad, como juguete sexual, ya que los propulsores dejan unos huecos que parecen practicables…).

En la tienda de souvenirs hay siempre una azafata rubia, perfectamente uniformada con falda midi azul, medias de seda y tacones de aguja. El Sr. Fred Olsen tiene una política de selección de personal muy acertada, ya que contrata sus azafatas no por el principio de mérito y capacidad (que se sigue, por ejemplo, en la Administración pública), sino por el principio de “cuanto más rubia y cuanto más buenorra, mejor pal cliente”.

Y ¡qué razón tiene el Sr. Fred Olsen! De ordinario el trayecto de tres horas se me convierte en un suspiro. Mirando extasiado, y con disimulo, las piernas de la azafata, sus rodillas puntiagudas y armoniosas, el tiempo pasa volando. Normalmente me basta con eso. No hay que ser pretenciosos. Tener una fantasía bien armada da mucho juego, y puede durar años. En cambio, si intentas abordar a una mujer de esta categoría, las posiblidades de perder son muchas. Reconozco que a menudo estoy más interesado en el fetichismo que en la posibilidad real de llevar una mujer a la cama.

Pero en una ocasión tenía interés en que me explicaran qué diferencia existe entre viajar en Clase Normal o en Clase Oro. Sabía que a los de Clase Oro los meten por una puerta especial, pero no se ve desde afuera qué es lo que hay dentro. Si la única distinción de esa sala Vip es tener que ir sentado al lado de un político, ¡menuda mierda de clase oro! Pero la azafata, cuyos ojitos me parecieron sartenes hirvientes mientras me miraba, me explicó que allí servían bebidas y había revistas y periódicos a disposición de los clientes, y que todo eso estaba incluido en el precio adicional de 6 Euros.

-¿Y eso es todo? Respondí yo, con cierta decepción.

-Bueno, si usted tiene alguna sugerencia estaremos encantados de comunicarla a la gerencia.

Y entonces tuve un momento de inspiración:

-La verdad es que sí, que estaba pensando en algo muy específico. Verá, señorita, llevo más de una década viajando con ustedes, y veo una razón muy clara de por qué la ubican a usted, y a las otras como usted, en esta burbujita de cristal en el centro del barco: es porque usted es hermosa como una fuente, y a una fuente se la coloca siempre en el centro de la plaza, para que pueda ser admirada. Cuando más la admiro, más se incrementa mi sed. Créame, señorita, que llevo muchos años con esta sequedad. ¿Puede ver mis labios? Sinceramente, si yo pago seis Euros de más por entrar en esa sala Vip, quisiera encontrarme con algo más que un zumo de naranja. Lo que yo quisiera es refrescarme con las aguas de la hermosa fuente que es usted.

Todo este truco, como ustedes comprenderán, produjo el efecto esperado (siempre, siempre produce el efecto). La rubia azafata de Fred Olsen se puso roja y reía como un acordeón despendolado. Por supuesto estaba encantada con un piropo tan rebuscado y tan petulante. No era lo habitual. Ella, después de todo, era una chica sencilla a la que los fines de semana media docena de hombres le decía folla conmigo antes de las doce de la noche (el límite de las guapas).

¿Y cómo termina esta historia? Pues bien, Gaudencia del Carmen, que así se llamaba la azafata de Fred Olsen, me dio su número y yo lo anoté en el móvil. Ese fin de semana, y varios siguientes, yo refresqué mi sed en la voluptuosa agua de su fuente imaginaria. Luego hubo otros viajes, y mil historias que sería pesado contar. Cuando el barco del amor suelta las amarras, todo puede suceder.


09 diciembre 2007

Salvemos las vaquitas hediondas




Los científicos no se resignan a perder sus casas de verano en la playa, y se han puesto a trabajar a destajo para luchar contra el cambio climático. Ayer saltó al fin una noticia esperanzadora. Parece que han encontrado un remedio increíblemente eficaz para evitar el calentón global.

Lo que han descubierto es que los canguros albergan en sus intestinos unas bacterias que son hachas haciendo la digestión. Lo aprovechan todo (como hacemos nosotros con los cerdos). Al contrario que sus hermanas las vacas, los canguros no expelen metano como producto residual de la digestión. Esto viene a ser más o menos como las compresas Ausonia: ¿A qué huelen las cosas que no huelen?

Las vacas y las ovejas, sin embargo, al parecer son tan hediondas que sus flatulencias de metano nos van a llevar por el camino de la amargura. Los coches son ángeles comparados con las vacas, afirman los científicos. Hay que acabar con las vacas y las ovejas, han propugnado algunos. Nooooo. No puede ser. Necesitamos leche, queso, yogur. Lana para nuestros jerseys.

En una empresa de biotecnología de Sudáfrica el investigador jefe tuvo esta semana una ardorosa gastroenteritis que le mantenía postrado. El médico le recetó Ultra Levura. ¿Y qué es eso? Pues son microorganismos que reemplazarán a la flora bacteriana que has perdido con la cagantina. Al investigador se le encendió una bombillita:

-¡Eureka! ¡Lo encontré!

Y lo que propuso para salvar a la humanidad del efecto invernadero es insuflar en las tripas de las vacas bacterias digestivas de los canguros, con un doble resultado: las vacas necesitarán menos pienso y menos yerba, lo que abaratará los costes de producción, y serán unas vacas limpias, sin flatulencias. Dejarán de verter metano a la atmósfera. Y la humanidad se salvará.

Me quedé de una pieza. El invento es de un ingenio insuperable. Sencillo pero eficaz. Aunque me quedo con una duda: ¿No sería más operativo prescindir de las vacas y ordeñar a los canguros? Leche de canguro. Yogur de canguro. Queso de canguro. No suena mal.

La técnica me gusta, pero yo dejaría en paz a las vacas. Lo del efecto invernadero no lo veo nada claro, y mucho menos que sean estos amorosos aunque hediondos animales los responsables. Las vacas han estado en la tierra desde los albores de la humanidad. Sus flatulencias no molestan a nadie, ya que son dadas a vivir en aireadas praderas o establos.

En cambio, el metano de los hombres sí que representa un problema de orden público. Recientemente se publicó una estadística de los divorcios en Atlanta (EEUU). El 37 por 100 de las mujeres demandantes de separación alegan como causa el meteorismo de los maridos, y el 24 por 100 la halitosis, muy por encima de otras circunstancias como la infidelidad, el alcoholismo o la ludopatía. Los hombres, en cambio, suelen alegar otros motivos como la inapetencia sexual de la pareja, la obesidad o una desagradable forma de estornudar parecida a la de los gatos.

Y no es de extrañar, ya que mientras las vacas rumian al aire libre o en ventilados establos, los matrimonios duermen en habitaciones de 12 metros cuadrados, donde en una noche es fácil que se acumule metano en valores superiores al 25 por 100, concentración que se considera intolerable. En algunos estados americanos las autoridades exigen en los dormitorios rejillas de ventilación para los gases.

Imaginen lo que supondría incorporar la flora bacteriana del canguro a los hombres. Esto salvaría a muchas parejas de la debacle del divorcio, y los obispos dormirían felices por partida doble: por aquello de la indisolubilidad del matrimonio y porque ellos mismos se verían libres de los incómodos apretones de vientre.

No sé qué efectos secundarios tendría para los humanos la flora digestiva de los canguros. Tal vez de repente nos sorprenderíamos dando saltitos, tímidos al principio, poderosos más tarde. Los padres irían a buscar a sus hijos al colegio sin coches, solamente dando brincos. Y los niños se meterían en unas bolsas de plástico atadas las barrigas, para viajar con papá canguro.


Pero pensándolo mejor, da un poco de miedo esto de empezar a mezclar. Cualquier borracho sabe que no es bueno. A mí me gustaría no tener que preocuparme de comprar zapatos y de limpiarlos y atarlos y ponerme calcetines. Me sería mucho más cómodo tener pezuñas como las cabras. Pero por muy útil que nos sean las pezuñas, resultaría grosero que los humanos nos apropiáramos de ese rasgo anatómico, pidiéndoles prestados algunos genes a las cabras.

Dios se lo advirtió a Adán y Eva cuando los colocó en el Paraíso: podéis comer de todos los árboles, pero el árbol de la vida os estará prohibido y no deberéis tocarlo. Creo que está claro que se refería a la puridad genética de las especies. Hay que atenerse a lo que la evolución ha ido decantando. No se puede enmendar la plana a los de Madrid, como quien dice. Si las vaquitas llevan millones de años tirando pedos, algún sentido tendrá eso. ¿Y si las vacas fueran las estufas naturales del planeta? ¿Y si su misión fuera precisamente calentar la atmósfera?

En 1991 la erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, produjo un enfriamiento global de la temperatura de 0,5 grados. Y es solo un ejemplo. ¿Qué pasaría si dentro de diez años ocurre alguna explosión volcánica de gran magnitud y nos pilla de sorpresa, con las vacas totalmente descargadas de metano? ¿Cómo sobreviviríamos a al crudo invierno volcánico?

Es preciso salvar las vaquitas hediondas. Dejémoslas con sus gases. Tal vez nos hagan falta.

02 diciembre 2007

Cambio climático lunático


Tengo que hacer una confesión pública. Si fuera político no podría: me rajarían vivo como rajaron a Rajoy, al que casi le dan por toda la raja. Mi confesión es:

-Hola, me llamo Sr. Ingle y me patea el culo el cambio climático.

No soy partidario del cambio climático. Al menos no del cambio climático que vivimos, que es inventado. Una moda pasajera. Y tengo ganas de decirlo:

-Al Gore, ahí te pudras, embustero.

Y otra confesión que quiero hacer:

-Hola, me llamo Sr. Ingle y adoro el CO2. Es parte de mi vida, lo llevo dentro.

Aquí no hay ningún cambio climático. Llueve y hace calor, como siempre ha sido. Unas veces estamos calientes, otras inapetentes. El único que está cambiando es Al Gore, que está pasando de pobre solemne a desvergonzado millonario, gracias a los ingresos de su película. Y como los periodistas se han dado cuenta de los pingües beneficios que acarrea ser acólito del cambio climático, ahí están, mareándonos y amenazándonos 24 horas al día siete días a la semana.

Señores idiotas: una playa que se ha formado en millones de años no puede desaparecer en cincuenta años, ni aunque se deshiele el Ártico ni aunque mi vecina descongele su frigorífico Kelvinator. ¿Qué problema hay en que se derritan los casquetes polares? Está demostrado empíricamente que una persona puede vivir sin casquetes, porque hay alternativas al alcance de la mano.

Estamos llegando a extremos ridículos, esto es el cuento del vestido nuevo del rey, y nadie se atreve a decir que el rey va desnudo. Esta semana afirmaban en un informativo regional que los atunes habían desaparecido de las aguas de El Hierro por el cambio climático: y digo yo, ¿no será más bien que los esquilmaron los pescadores con sus redes? Porque si hace más calor, un atún se podrá aliviar con un ventilador comprado en Alcampo, como todo el mundo, digo yo, aunque sea pez podrá hacerlo. Sólo nos queda que las inexplicables lluvias de ranas las achaquen ahora al cambio climático. No me jodan: lluvias de ranas ha habido desde que el hombre es hombre y la rana croaba en una charca.

Se han vuelto locos a comercializar aparatos que miden nuestra emisión de CO2. Y la gente ya no sabe qué medir para ser más original. Un tonto del nabo ha dicho por ahí que por leer una página web lanzamos a la atmósfera la espeluznante cantidad de 1 gramo de este gas demoníaco. Es horrible, qué culpable me siento. Voy a cancelar el blog para contribuir a la salud del planeta.

Esta mañana me desperté inquietado por la noticia de que en la ciudad estadounidense de Milwaukee (Winconsin) una persona murió aplastada por una tonelada de CO2. Se trata de un sujeto de raza negra que cruzaba desprevenido una calle y en ese instante se le vino encima la tonelada. Por ahora se desconoce la identidad del responsable de la emisión. La policía está tras la pista de una señora que usa mucho el horno porque le gustan los kekes.

Al paso que vamos van a acabar como los curas: nos harán creer que emitir CO2 produce ceguera, como la masturbación. Bueno, un amigo mío se quedó ciego maturbándose, esto es verdad. Claro que él iba conduciendo en ese instante a más de 120 por hora.

¿Por qué les ha entrado esta perreta contra el CO2? Antes se hablaba de la contaminación en las ciudades. La contaminación es un enemigo lógico. Pero ¿el CO2? Por dios, ¡si ni siquiera huele mal! Si algo apesta, es malo. Pero si no apesta yo al menos le daría el beneficio de la duda.

De todas formas me alegro de que se estén poniendo las pilas. Lo que sí me interesa es que se cambie el modelo energético. No tiene que existir la amenaza de un cambio climático para que enterremos de una jodida vez la costumbre bárbara de quemar el muslo podrido de un dinosaurio para que funcione nuestro coche y nuestras bombillas. Pero si a ellos lo que les mueve es esa mentira del CO2, por mí vale. Me alegro. ZP ha dicho que adoptará medidas legislativas. La ley lo puede todo, incluso cambiar un hombre y mujer. ZP ya lo hizo al legislar para que un hombre se case con otro hombre y se homologuen los agujeros de todos los tipos. Ahora toca obligar a que se cambie el modelo energético.

Yo deseo conducir un coche eléctrico antes de morirme. Creo que es mi única gran meta. Lo demás no me importa. Pero no quiero abandonar este mundo sin saber lo que es una ciudad llena de tráfico sin ruido y sin gases contaminantes. Una ciudad en silencio. Un transporte suave, sin brincos, sin vibraciones. Escuchando la música en silencio dentro de cápsulas que se deslizan como botones en un charco de aceite. Quiero conducir un coche como el de la foto.

Ocurrirá como con los televisores planos. De un año para otro desaparecieron de los escaparates aquellos trastos con panza de los que nadie se acuerda. Los coches eléctricos están al alcance de la mano, y la energía limpia también. El hidrógeno.

Dicen que un coche que funcione con hidrógeno sólo produce emisiones de vapor de agua. Qué guay, dirán algunos. Pero no tan guay. ¿Alguien ha pensado en una autopista de cuatro carriles en hora punta llena de coches que expulsan vapor de agua ardiente? Sería como pasar por un túnel de lavado. La visibilidad estaría comprometida. Supongo que tendrían que hacer como en las secadoras: los coches llevarían un depósito para recoger el agua residual, una vez condensado el vapor.

Esto quiere decir que los coches del futuro mearán como los perros. En algún momento se llenará el depósito de agua y tendrán que arrimarse a algún árbol, levantar una de las ruedas traseras y mear a gusto. Ahora entiendo por qué se han ido plantando árboles al borde de las carreteras: pensando en los futuros coches de hidrógeno.




25 noviembre 2007

Mujeres de culo en pompa




Una amiga mía, que siempre se había considerado “culona” (supongo que con orgullo), tuvo que hacerse un reconocimiento médico general. Se llevó una sorpresa cuando el traumatólogo, a la vista de la radiografía, le diagnosticó una lordosis, enfermedad que se caracteriza por una rotación anterior de la pelvis, que causa un aumento anómalo de la curvatura lumbar. La columna se incurva hacia delante y, como resultado, ¡oh, agradable sorpresa!, los glúteos se vuelven prominentes.

Los médicos la consideran una enfermedad, que puede ser de origen genético.

Los traumatólogos son así de cabrones. El de mi amiga, por ejemplo, en lugar de decirle que tenía un culo de lo más sexy, va y le espeta que padece una deformación, una anomalía, una enfermedad. Se ensañan con todo el mundo. Yo mismo he tenido la ocasión de sufrir la embestida de uno de estos House de pacotilla. Fui a un traumatólogo porque me dolía la espalda, me hizo una radiografía y no perdió tiempo en restregarme por la cara que mi coxis (o rabo) tiene ciertas deformidades congénitas. Mi hermana también salió bastante malparada de un traumatólogo, que le detectó una pierna más corta que otra: imaginen, uno paseándose por ahí con la cabeza alta (la de quien se sabe correcto y bien formado) y de repente pasa a engrosar las filas de los cojos o de los que tienen protuberancias extrañas en el rabo.

Deberían callarse estas chorradas. Ellos saben que esas anomalías las tiene casi todo el mundo, y que ni se notan ni tienen consecuencias apreciables para la salud.

No se si se habrán fijado pero hay una buena porción de mujeres con el culo en pompa, que son precisamente esas que padecen lordosis. En las africanas es norma. Por el contrario, jamás he visto una china que tenga un culo apreciable. Si voy a los restaurantes chinos es porque me gusta la comida, no por la esperanza de tropezarme con un bonito culo.

Y ojo. No se trata de tamaño, sino de prominencia. Una mujer muy delgada puede tener el culo en pompa y lucirlo con total solvencia. La de la foto puede ser un buen ejemplo de estas mujeres de culo llamativo. Si las miras por delante es como si pretendieran escamotearlo. Si las miras por detrás, es como si quisieran ofrecértelo. En algunas ocasiones da la impresión de que extienden el culo hacia atrás para que venga una mariposa y se pose justo ahí, en la comisura de las nalgas. ¡Jesús! Escribir estas cosas le pone a uno como una estufa. Qué desgracia.

Yo no calificaría la lordosis femenina como una enfermedad, sino como un rasgo evolutivo. En su origen, pudo ser una desviación, una anomalía genética causada por una mutación. Pero esa anomalía, sin duda, benefició a las hembras que la padecieron. La cosa pudo ocurrir así:

Podemos imaginar al hombre y a la mujer primitivos, en la noche de los tiempos. Eran poco más que animales peludos. El hombre se dedicaba a la cacería, y su visión era muy precaria. Reconocía las siluetas en la distancia, pero no los finos detalles. ¿Cómo tenían lugar los encuentros sexuales? El hombre andaba entre las zarzas, en busca de alguna alimaña que llevarse a la boca. De repente distingue a lo lejos la silueta de una mujer agachada, recolectando moras, el culo en pompa. Y claro, el macho se pone como una estufa ante ese cuadro, se le llena la boca de espuma, se dirige a la hembra, la aborda por detrás, la sujeta y la cubre. Treinta segundos y misión cumplida.

Es decir, con lo cegatos que eran los machos primitivos, el que las mujeres tuvieran un culo prominente ayudaba a ser localizadas y distinguidas como hembras. El culo indiferenciado sólo podía haber conducido a un resultado nefasto: a la cópula contra natura, macho contra macho.

Las mujeres lordóticas lograron una ventaja evolutiva. Los machos las reconocían con más facilidad y, por ende, las cubrían. Las mujeres de culo retraído a menudo se quedaban sin pillar cacho. Es por esto que, lo que en principio nació como una anomalía genética, terminó convirtiéndose en una ventaja evolutiva.

Hace unos días, en un documental, escuché que el erotismo femenino representa la gran potencia del universo. Dicho así, suena un poco machista. O tal vez ofensivo para el hombre: ¿Por qué el erotismo femenino es la gran potencia y no lo es el erotismo masculino? Pero lo entendí. Lo que quería decir esa afirmación es que… bueno, el macho posee la potencia fecundadora, pero para poder usarla necesita que su pasión sea encendida. Y ahí es donde entra en juego el erotismo femenino. Si la mujer, con sus recursos de seducción, no es capaz de encender la llama, el futuro de la humanidad corre peligro.

A mí no se me ocurre mejor mechero que un bonito culo en pompa y una espalda cóncava. Me imagino a esa mujer agachada, recolectando moras en un zarzal, y yo sudoroso, peludo, con mi lanza de cazador. La veo a lo lejos y la reconozco y pienso: “Ah, esta zorra quiere guerra”.

Así que ya lo saben: Bienaventuradas seáis, mujeres de culo en pompa, porque vuestros nietos y los hijos de vuestros nietos heredarán la Tierra (bueno, la Tierra excepto la parte de Asia, porque aunque las chinitas no tengan culo que valga la pena, los chinitos son tan afanosos y tan chingones que aceptarían hasta el agujero de una lata de Coca Cola como animal de compañía).

18 noviembre 2007

La e-squizofrenia de Ragebundo Pantriel



Cuando Ragebundo Pantriel contrató la conexión a Internet le ofrecieron hasta tres cuentas de correo. Él registró sólo dos, que le parecían suficientes: una para los correos ordinarios y otra para apuntarse a sitios sucios de Internet. Hizo una primera prueba para ver si funcionaba: de la cuenta ordinaria se envió un correo a la cuenta sucia. Pasaron los días y se extrañó de que no le llegara ninguna respuesta, ya que precisamente había pedido mensaje de confirmación.

Intrigado, decidió acceder a su cuenta de correo sucio para ver qué pasaba. En la bandeja encontró su mensaje, todo normal. Ah, bueno, se dijo, si llegó es que funciona. A ver si llega también la respuesta. Y se respondió del correo sucio al correo ordinario.

Se inició así una larga relación espistolar consigo mismo: bueno, es decir, una correspondencia entre la parte pudorosa de Ragebundo Pantriel y la parte libidonosa. Las cartas del Ragebundo sucio ruborizaban al comedido Pantriel.

Fueron varios años de intercambio de escritos. A veces se escribía y contestaba varias veces en un mismo día.

Hasta que llegó un momento en que deseó ir más allá. Decidió concertar una cita: quería conocerse en persona.

Eligió un lugar concurrido “por cualquier cosa que pudiera pasar”. Una cafetería, las cuatro de la tarde.

Llevaba esperando casi media hora y nadie aparecía. Joder, qué nervioso estaba. Pidió una Coca Cola para entretenerse, pero le molestaba el ruido ensordecedor de la gente que hacía fila para entrar al cine. Y calor, hacía calor.

Mientras esperaba y esperaba se fijó en un joven sentado en la barra. Éste le devolvía las miradas inquisidoras. "Será que sabe que estoy esperando a alguien a quien no conozco", pensó Pantriel."O peor: podría ser gay".

Cuando se acercó a la caja para pagar, el muchacho se apresuró también a sacar su cartera. Ragebundo echó un último vistazo a la sala, y echó a andar.

A los tres pasos se percató de que una mano le sujetaba la muñeca: "Vamos, se dijo a sí mismo: reconoce que eres marica".

Esa misma noche registró una segunda cuenta de correo para asuntos sucios.



PD: Este post pretende ser un homenaje al Sr. Mantel, que estos últimos días disfruta como un cerdo escribiéndose correos como si fuera otra persona y contestándolos puntualmente desde la otra cuenta. Si a ustedes les pasa, amiguitos, no se preocupen. Según la Conferencia Episcopal, esto no tendría importancia, como tampoco la tendrá la Ley del matrimonio gay. Al parecer, el auténtico peligro para la humanidad es el divorcio exprés. Según los curas, si usted pilló a su señora esposa en la trastienda tirándose a un negro monumental, no debe apresurarse a obtener el divorcio en el perentorio plazo de dos meses. Si se contiene y espera dos años, es casi seguro que la paz y el amor y el deseo regresarán a su corazón (bueno, mejor dicho, la paz y el amor a su corazón y el deseo a la entrepierna).


Es justicia.

11 noviembre 2007

La bendición de tener hijas feas



Anoche se celebró en Tenerife el concierto de los 40 Principales, con un nutrido cartel de artistas encabezados por Andrea Corr. Andrea Corr me gusta para tenerla metida dentro del iPod, pero no doy un duro por ir a verla en directo. Mi hermana, que tiene 55 años, me quería convencer para que fuéramos. “Los conciertos son para los jóvenes. Yo ya soy viejo”. Le dije.

Ella me replicó que no se consideraba vieja, y que iba a ir… Y así le fue. Un desastre. Trece mil personas embutidas en un recinto ferial encerrado. Calor y aglomeración. Mi hermana fue acompañada de unas amigas y una de ellas se desmayó. Tendría que haberme hecho caso, los conciertos no son para viejos.

Mi último concierto en vivo fue La Oreja, hace unos cuatro años. Y tuve la conciencia de que sería el último. Porque uno mira a su alrededor y se encuentra fuera de lugar. Ahora tengo 44 años, pero ya cuando tenía 27 me di cuenta de que mis días de concertista estaban contados. Era un mitin político, con dos actuaciones artísticas. Diango estaba arrasando, frente a su oponente, Marta Sánchez. Curiosamente el cantante viejorro logró meterse a los jóvenes en el bolsillo: tanta pasión e intensidad le ponía a su interpretación. La gente estaba en pie. Yo en las gradas. Miré para todos lados y me di cuenta de que yo era el único que vestía unos pantalones de algodón azul marino: los demás todos vaqueros desgastados. Ahí fue cuando sentí que ya era viejo para conciertos. Y eso que tenía solo 27 años.

Por eso le advertí a mi hermana que para dónde iba con 55 primaveras a las espaldas. Lo que me contó es que, efectivamente, aquello estaba lleno de adolescentes, que deambulaban de un lugar para otro. Y que se sorprendió porque nadie ponía asunto a los cantantes. Específicamente, las jovencitas se paseaban en medio del tumulto, exhibiéndose, contoneándose, luciendo lo que los antiguos llamaban palmito y que hoy identificamos como tetas y culo. En busca de machos. Bebiendo, emborrachándose, ligoteando. Nada de atención a la música. Qué desencanto, pensó ella.

Mi hermana tiene una amiga rusa, que lleva varios años aquí y tiene una hija ahora adolescente de 15 años. Dice que su amiga rusa está al borde de un ataque de nervios, casi histérica, porque la niña, que de pequeña no era cosa del otro mundo, se ha ido desarrollando y se ha puesto de buena que es para cagarse: para cagarse la madre, que ve cómo los machos no paran de acosarla y todos quieren dar buena cuenta de esas piernas largas de rusa, de esas prominentes nalgas de rusa, y de esos desquiciantes pechitos de rusa. Yo supongo que serán muchachos que habrán visto la película Dr. Zhivago.

Y precisamente la rusita estaba en el concierto, y mi hermana vio cómo los machos no paraban de acosarla, meterle mano a toda costa. Dice que por lo menos la niña parecía de momento defenderse bien del asedio, que no se dejó magrear. Pero, jah: ¿cuánto tiempo tardará la fortaleza sin rendirse?

Muchos padres suelen sentirse muy felices cuando les nace una niña. Toman al bebé en sus brazos y lo observan embriagados: “Eres una niña preciosa”, suelen decirle. Y la quieren con toda el alma “porque es preciosa”. A mí este comportamiento siempre me ha parecido escandaloso: ¿Es que si fuera fea no la querrían igual?

Pues nada. Visto lo visto está claro que tener hijas feas es una bendición. Y que la felicidad por el nacimiento de una niña “preciosa” no compensa ni de lejos el histerismo, la agonía que vivirán los padres cuando esa niña se haga adolescente y el enjambre de machos empiece a revolotear a su alrededor.

Así que ya lo saben. Si alguno de ustedes ha cometido actos impuros y a consecuencia de ellos le ha nacido una niña con orejitas de soplillo, ojitos estrábicos, y nariz de águila imperial, déjenla estar así. No merece la pena molestar a los cirujanos. Ustedes lograrán una existencia razonablemente feliz a lado de su hija solterona. Nadie les va a molestar. Alégrense.

04 noviembre 2007

Pellízcaselo como puedas




Hace un par de semanas se divulgaba la tesis de un científico que pronostica que dentro de varios miles de años la humanidad se habrá desdoblado en dos especies: una de personas altas, hermosas e inteligentes, y otra de individuos enanos, feos como la madre que los parió, y tontos del nabo. Esto pone enfermo a cualquiera. Ahora todos estresados pensando si nuestros descendientes van a estar al lado derecho o al izquierdo del cordero: o sea, follables o no follables.

Para afirmar esto el científico se basa en que las personas se comportan cada vez más selectivamente a la hora de elegir pareja. Es decir, una tía cachas ya no se conforma con un señor gordo y calvo pero con buena fortuna. Para ella, ¡qué menos que un yogurín de gimnasio para disfrutar mientras pueda! Estoy totalmente de acuerdo. Manejo suficiente información para sospechar que la teoría es correcta. Las mujeres hermosas de hoy en día lo que buscan, básicamente, es un hombre fuertote, con los abdominales bien marcados, y que sea amante de los perros. Les da igual que sea doctor en medicina: si tiene la barriguita blanda y detesta los canes, ese no se reproducirá con ellas.

Estuve comentando esto con unas amigas y ellas se apresuraron a negarlo. Que no que no, que a ellas no les gustan los “musculitos”. Pero esta negativa no hace más que confirmar mi tesis: porque ellas no son esa clase de mujeres rotundas. Está claro que nadie aspira a más de lo que puede ofrecer: y si no tienes un buen culo que poner sobre la mesa, ¿para qué andarse con tonterías?

No creo que haya que esperar tantos miles de años para que esta evolución tenga lugar. Ahora mismo se le está viendo el plumero a la humanidad. Esta semana se ha librado una curiosa batalla para encontrar los mejores culos del mundo. Sí, sí: se organizó un concurso para elegir el mejor culo del mundo, tanto masculino como femenino. La foto de arriba corresponde precisamente al mejor culo de mujer, y la agraciada fue una búlgara de 19 años. Por fin se ha llevado a la práctica el famoso chiste de Eugenio: “Señora enseña el búlgaro” (¡y qué búlgaro, oiga!). De todas formas para dar el premio al mejor culo tendrían que tomar en consideración los traseros de personas de más de 50 años. Porque a los 19 años es muy fácil tener las nalgas duras, señorita.

Y en las últimas horas, a juzgar por lo que he leído en la prensa digital, las noticias más destacadas son dos: que Angelina Jolie ha sido elegida el símbolo sexual más erótico de todos los tiempos, y que al Brad Pitt del museo de cera le han pellizcado el culo una horda de mujeres descontroladas, presas de la excitación. Al pobre muñeco han tenido que reconstruirle el culo con material más resistente a los pellizcotes y mordiscos.

Yo diría que estos dos tortolitos, Angelina y Brad, van a ser como los Adán y Eva de la subespecie de altos, hermosos e inteligentes del futuro (la inteligencia es una virtud que, como el valor, “se le supone”). Porque si desgastado y erosionado ha quedado el culito de cera de Brad Pitt por los pellizcos de las damas enloquecidas, imaginen cuando dentro de veinte años un hijo del actor más deseado y de la actriz más erótica de todos los tiempos, tenga su réplica en el museo de cera: a este tendrán que blindarle las témporas con titanio, y protegerle sus partes con acero de ley.

Bueno, voy a dejar de escribir porque me está doliendo el culo. Y no: ni tengo réplica de cera ni me lo pellizcan en carne. Me duele porque llevo demasiado tiempo en el ordenador. Eso es todo.

Si a usted le han pellizcado alguna vez en el rebumbio del metro o el autobús, le doy la enhorabuena.

01 noviembre 2007

Una muerte sanísima

La alimentación sana era la respuesta. Su padre había muerto prematuramente, justo el día de su cumpleaños, cincuenta y dos, la flor de la vida. Tenía el páncreas destrozado, musitó el médico como para quitarse la culpa de encima, y ella se imaginó los conservantes, estabilizantes, anabolizantes, todo lo que terminara en “ante”, sustancias-veneno que había creado la civilización. Su padre había sucumbido a los alimentos insanos, pero no le pasaría a ella, ni a su hijo.

A partir de entonces profesó la religión de los ortoréxicos. Al principio se demoró en los pasillos del supermercado, cada etiqueta era sometida a un severo análisis que ningún pote superaba finalmente. Pero algo había que comer, y aquello era una pérdida de tiempo. Sólo productos ecológicos, sólo el puesto aquél del mercadillo. Y lo cumplió a rajatabla. Durante veinte años alimentó a su familia, marido e hijo, con lo más natural. A veces las verduras no sabían a nada, y costaban cuatro veces más, pero se daba por compensada, puesto que lo que compraba era salud, vida, decía con una lágrima, no volverá a suceder , la muerte del padre le dio una enseñanza.

Cuando cumplió cincuenta y dos años lo celebró con un pastel de calabacín ecológico y una colorida ensalada de zanahoria con tomates enanos (los únicos naturales, pensaba). Y al dormir se sintió satisfecha porque su plan comenzaba a dar frutos: había superado la edad de su padre, envenenado por la civilización.

Al día siguiente se dirigió con su familia a una playa nudista que había no lejos de allí. Los tres en bicicleta, como debe ser, nada de humos. Iban silbando y apenas escucharon el silente motor de una Pick–Up tuneada que les adelantó sin precaverse. No fue necesario el contacto. Cayeron los tres zarandeados por el aire y se rompieron el cráneo en las piedras volcánicas, cuyo negro fue manchado por el gris del encéfalo. Hay que joderse, pensó Régula antes de abandonar su cuerpo tan puro, tan exento de sustancias, lo quería tanto, le había costado tan caro, que se le hacía cuesta arriba tener que abandonarlo.
Pero es la vida, le gritó un cabrón que pasó corriendo en una moto a velocidad hipersónica, las orejas temblando dentro del casco: llevaba la tripa a reventar de hamburguesas con vaca anabolizada, hormonaza, tomate estabilizado, coloreado, conservado. Y sin embargo ahí estaba, burlándose de la muerte con su cazadora de calavera…

20 octubre 2007

Cola de colas



La Ley me obligaba a renovar el DNI pero yo no quería enfrentarme a la pesadilla de las colas. El primer día de vacaciones pasé por la comisaría y al ver la interminable fila me puse tan enfermo que lo dejé para el regreso. Y el mes lo pasé sin disfrutar pensando sólo en lo que me esperaba. Pero nada hay mejor para acabar con el miedo que enfrentar el peligro de una puta vez.

Yo pensaba que si era tanta la escasez de personal, que eso tiene fácil solución: basta con dictar una norma que extienda automáticamente la vigencia del carnet más allá de los cinco o de los diez años. Porque, en el fondo, ¿para qué renovarlo si nada ha cambiado? Si uno sigue con el mismo nombre, la misma fecha de nacimiento, los mismos padres y el mismo domicilio, ¿por qué obligan a hacerlo de nuevo? Esto lo pensaba antes de la foto. Al ver el resultado lo comprendí: en diez años uno se pone viejuno y ya es irreconocible. Hay que joderse con la mala leche que tiene el tiempo. No teníamos ninguna necesidad de esta cuarta dimensión, ni tampoco de la tercera. Si viviéramos en dos dimensiones no habría arrugas ni tiempo. Las hormigas deben de tener un DNI que les vale para toda la vida.

Al final tuve que chupar la cola como cualquier españolito. Dos horas bajo la inclemencia del sol abrasador de la sobremesa, parado en una estrecha acera y rodeado por toda clase de fauna humana (que me río yo de los pájaros muertos que aparecen en los balcones de los abogados). Pensé que llevando el iPod, escuchando mi música favorita, los minutos pasarían volando. Pero no fue así. La música reduce el tiempo si uno está fresco y cómodamente sentado, por ejemplo, viajando en un tren o en un fast ferry. Pero de pie y al peso del sol la música hace poco.

Durante la espera tuve mis meditaciones. Se me ocurrió que el Ministerio del Interior debería ofrecer a los ciudadanos amplios salones, cómodos sofás, quizás salas de cine para que la espera resulte tolerable. Luego me di cuenta de que con el gasto que supondría todo eso también se contrata más personal para que nadie tenga que esperar. Qué idiota.

Más tarde me vino el pensamiento de que lo peor era estar parado: porque a nadie le molesta estar dos horas paseando tranquilamente. Entonces me vino la idea de que lo mejor era que la Policía organizara, en lugar de una cola estática, una cola móvil. O sea, la gente dando vueltas en fila india alrededor de la manzana. Sería saludable y distraído. Claro que al producirse huecos entre una persona y otra se correría el riesgo de que alguien se colara. Y aquí fue donde eché de menos la pérdida del rabo en la evolución de los humanos. Si hubiésemos conservado los rabos que teníamos de cuando éramos monos podríamos hacer colas de colas, es decir, caminar alrededor de la manzana cada cual agarrando el rabo del que le precede.

Afortunadamente todo pasó, y ya tenía mi nuevo DNI electrónico para diez años más. Me hacía ilusión lo del microchip incorporado, pero pasaban los días y comprendí que poco lo iba a utilizar. Todavía falta mucho para que las transacciones electrónicas sean masivas. Intenté abrir una cuenta bancaria por Internet y los idiotas acabaron mandándome por correo postal el contrato para que lo firmara: ¿para qué entonces la firma electrónica o del DNI electrónico que incorporan a su web?

Sin embargo, miren por donde, resulta que al final para lo que me sirvió el nuevo DNI fue para ligar. Ocurrió en Alcampo. Siempre pago con tarjeta, y hay que identificase con el carnet. Cuando la cajera lo vio dijo: “Anda, si es el nuevo modelo”. Se quedó observándolo unos segundos y añadió: “Quedaste muy guapo en la foto”. ¿Guapo? Pensé yo: lo que quedé es viejuno como un zorro. Me puso ligeramente rojo y tomé el recibo. La cajera me había anotado su móvil en el ticket y su nombre: Nerea López. Jah.

La llamé al día siguiente y le dije que era el que había quedado guapo en el carnet, y que si quería quedar para el cine o algo. Aceptó encantada, pero me preguntó que si tenía DVD porque ella vendría a casa con una película. Y así fue. Le enseñé todas las habitaciones y por su propia iniciativa se acomodó en la cama y me pidió que viéramos la película en el dormitorio. La cabrona se lanzó sobre mí antes de que terminara la cinta y no me dejó ver el final. No se quedó a dormir, alegó que había dejado las niñas solas y ... Menuda mierda, pensé yo, por una tontería así puede uno acabar haciéndose famoso, como los McCann.

En resumen: que si alguno de ustedes está sufriendo por tener que renovar el DNI, que sepa que a la semana siguiente la probabilidad de ser follado por una cajera aumenta poderosamente. Si es usted mujer, las cosas no tienen por qué ser diferentes: si, como anuncian los periódicos esta semana, los humanos ya comían marisco hace 165.000 años, imaginen lo que hará una cajera de hipermercado en pleno siglo XXI.

06 octubre 2007

Los domingos a las ocho misa en directo




Tener un aparato bonito y no usarlo es un sacrilegio. Sin embargo es lo que me pasa con mi teléfono móvil. La tasa de funcionamiento es ridícula: lo recargo una vez al año para que no me lo desactiven, pero el saldo siempre me sobra y se va acumulando. Cuando me muera lo heredará un sobrino y usará el crédito restante para mandarle mensajitos guarros a su novia, supongo.

No recibo ni hago llamadas, y lo mismo puede decirse de los SMS. En realidad, los móviles los usan sobre todo las parejas. La conversación más frecuente, según las estadísticas, es la del cónyuge varón que llama a su mujer al regresar del trabajo, más o menos a cien metros de distancia del domicilio: “Cariño, estoy llegando”. Esta es la frase. Ella suele responder: “Ah”, y cuelga.

Pero no. Ahora que me acuerdo: sí que recibo un SMS semanal, y eso justifica de por sí el gasto de 300 Euros en mi negro aparato Samsung. Ocurre los miércoles, al mediodía. Me jode mucho el mensaje, y me estreso al pensar que podrían pasar 40 años y el mensajito seguirá llegando con puntualidad. Y todo por un error, y por culpa de una mujer tonta. Fue hace apenas dos meses:

Esa semana yo había tenido una cita con una mujer recién conocida. La invité a cenar a un restaurante caro pero me decepcionó mucho porque ella se retrasó dos horas y encima subió su perro a mi coche (jah!). Después de eso yo no estaba muy por la labor, pero ella me llamó un domingo por la noche ya muy tarde y me propuso encontrarnos en un bar de la ciudad. Como no tengo mucha voluntad, acudí a la nueva cita, a la que por cierto ella se presentó otra vez con retraso y con una sorpresa: la compañía de su hermana. Los bares estaban vacíos, todo el mundo duerme un domingo a las doce de la noche. Hacía frío, y yo con aquellas dos hermanas insípidas sin saber de qué hablar. Nos metimos en un antro que ellas eligieron. Una mujer madura y borracha nos miraba lascivamente desde la barra. Por detrás, un grupo de lesbianas se magreaban con escándalo. Tomamos San Francisco sin alcohol que estaba asqueroso y cuando ya no pude más me levanté y pagué la factura.

“Vámos“, les dije. Pero el dueño del bar nos invitó a que volviéramos los miércoles, que tenían actuaciones en directo de cómicos, cantantes y artistas alternativos. Que apuntáramos nuestro teléfono móvil y que nos avisarían por SMS. Mi amiga tonta digo, qué guay, vamos vamos, apúntale tu teléfono. Yo me estaba haciendo el loco, no tenía la más mínima intención de volver a aquel antro, ni mucho menos de ver por tercera vez a esa mujer tan hueca de cabeza. No supe reaccionar, debí haber puesto un número falso, pero tuve la mala suerte de acordarme del verdadero y de no atreverme a mentir.

Y esta es la razón por la que estoy condenado a recibir un SMS todos los miércoles por el resto de mi vida. Cada vez que suena mi negro aparato Samsung para darme el recadito, me acuerdo de la chica que se atrevió a subir su perro a mi coche y me cago en sus muertos.

Esto no viene mucho a cuento, pero lo que quería comentar es una noticia que salió por televisión esta semana. Al parecer, en un pueblo de Canarias hay una confrontación entre los vecinos de un edificio y la iglesia colindante. Lo que ocurre es que todos los domingos a las ocho de la mañana el cura lanza las campanas al vuelo para llamar a los fieles al culto, como es preceptivo. La experiencia resulta traumática para los vecinos del edificio de en frente, que no profesan la fe y prefieren guardar la fiesta de otro modo: durmiendo como una marmota hasta las once. Pero no pueden. El enfado es enorme, y como venganza, una vez despertados, ponen a sonar su potente equipo de música con piezas de rock del duro direccionando los altavoces hacia el templo. Como resultado, los que asisten al culto no se enteran de la misa la mitad, y a su vez se quejan. Hay una guerra montada.

Le doy la razón a los vecinos rockeros. Lo de la campanada a las ocho de la mañana me parece una desfachatez. Y además es innecesaria: ¿Acaso puede haber un cristiano que no sepa ya, sin que lo anuncie la campanita, que los domingos son fiestas para guardar y acudir a la celebración de la eucaristía? El exceso de decibelios es imperdonable, y seguramente infringe las ordenanzas municipales. Deberían tratarse a los templos religiosos como cualquier otra actividad molesta, insalubre y peligrosa, y para funcionar deberían contar con su licencia de apertura y cumplir con las normativa que se aplica a cualquier otro establecimiento de este tipo: perreras, industrias cementeras, talleres de chapa, etc. Vamos, yo todavía no he visto un extintor de incendios en la nave de una iglesia, y muchas hornacinas sí, pero ninguna que guarde en su interior una jodida manguera o un equipo de protección individual, con su casco y sus botas para el responsable de seguridad (que tendría que ser el cura, a ver en cuánto tiempo consigue cambiarse la casulla por el mono azul y el casco amarillo). Y sí: muchas puertas para subir al cielo pero ninguna puerta de emergencia para la evacuación.

Precisamente hoy leí en 20 Minutos que el Ayuntamiento de Oleiros clausuró una iglesia evangélica por las molestias de las guitarras y los cantos. Jah. A ver quién se atreve con un templo católico…

Y digo que la campanada es innecesaria y anacrónica. Tuvo su sentido en la época de las catacumbas, cuando las telecomunicaciones andaban en pañales. Pero hoy en día, suponiendo que fuera preciso avisar a los fieles de la inminencia de la consagración y el santo misterio, hay otros medios que no molestarían a los que desean dormir un domingo por la mañana. Lo que podría hacer el cura es tomar el número de móvil de todos los fieles, hacer una lista de distribución y mandarles un SMS para convocarles a misa. Esto ayudaría mucho a modernizar los hábitos de la Iglesia y también a respetar el descanso de los rockeros vecinos.

30 septiembre 2007

Mi tía se murió de hambre




Yo tengo una tía que se murió de hambre. Digo que la tengo, y no que la tuve, porque aún existe: en forma de cadáver corrupto. La cosa fue más o menos así, como me la contó mi madre:

Mi tía compró dos gallinas para que le pusieran huevos. Al leer el Manual se percató de que necesitaba comprar pienso para alimentarlas. Las gallinas ya ponían, y la cosa iba marchando hasta que se puso a hacer números y se dio cuenta de que le salía más caro el pienso que comprar directamente los huevos. Entonces vendió las gallinas. Pero más tarde pensó que si también dejaba de comprar los huevos le salía el asunto muchísimo más barato. Y dejó de comprar los huevos. Su único alimento era una taza de leche y unos restos de pan duro: para mojar.

Con este régimen mi tía se puso flaca como el filamento de una bombilla y a la larga enfermó. Tuvieron que ingresarla en el hospital, donde al menos tenía aseguradas cuatro comidas gratis al día. Como no tenía fuerzas para manejar los cubiertos, la hija le ayudaba. Le cargaba las cucharadas sólo por la mitad, pero la vieja le dijo: “No, así no. Lléname la cuchara hasta arriba”. Y fue reanimándose. Tanto que por fin pudo agarrar ella misma los cubiertos y rebañaba los platos. Sin embargo la desnutrición había sido tan extrema que no pudo recuperarse y se murió.

Mi madre dice que la tía se fue al infierno porque era tacaña, y porque una tarde en la siesta tuvo una aparición de una especie de perro con cuernos, y que eso no podía ser otra cosa que la tía en forma de demonio.

Mi madre no se va a morir de hambre porque tiene tres gallinas criadas con pienso y le dan huevos que no sabe qué hacer con ellos y los va regalando a todo el mundo. Y si se muere de otra cosa no va a ir al infierno, porque mi madre reza el rosario todas las tardes y es buena con los animales:

Hace unos años se encaprichó de un enorme perro de peluche que vio en una tienda y no se resistió a comprarlo. Lo puso sobre una de las camas, que por tanto quedó inutilizada para otro uso que no fuera el descanso pasivo del perrazo textil. Por suerte se cansó, y en la limpieza de un verano, los hijos la convencimos para tirarlo a la basura (espiamos por la ventana para ver la sorpresa de los hombres de la basura, pero los cabrones están acostumbrados a todo, y ni se inmutaron).

Las experiencias con animales de gran talla no acabaron ahí. Más recientemente mi madre se enamoró de nuevo, esta vez de un delfín hinchable, de esos que usan los niños como flotador en las piscinas, cabalgando sobre él como si lo estuvieran follando. También lo puso sobre la cama que antes fue del perro de peluche. La verdad es que el delfín era simpático, con su perenne sonrisa y sus morritos afilados… Otra cosa es lo extravagante de un enorme animal de plástico en el dormitorio de una anciana.

Este verano, en cuanto llegué a La Palma, mi madre me confesó que estaba aburrida del delfín, y que quería meterlo al estanque. Yo mismo levanté al animal de su cama y lo llevé a la charca. Fue una sorpresa ver cómo el delfín “nadaba” impulsado por el viento, y con su dibujada sonrisa parecía que realmente era feliz en su nuevo lugar. Lo pueden ver en la foto. Las pruebas no mienten.

Por la noche, al terminar de cenar, mi madre recogió los restos de pan de la mesa y dijo:

“Estos pedazos menudos se los echamos mañana a los peces pequeños del estanque, y este medio lo guardamos para el delfín”.

Por esto digo que mamá no irá al infierno, porque trata bien a los animales. Y también creo que el delfín no se morirá de hambre, como mi tía.

09 agosto 2007

No puedo vivir sin ti



Debo reconocer que ando con flojera, y en tales circunstancias escribir no sólo deja de ser un placer, sino que además se convierte en una tortura.

Sí, ya sé que estoy que muerdo por el domingo ominoso de Fernando Alonso, y que deseo con fervor la muerte accidental de Hamilton. Y ya sé que me cago en los muertos de Don Ramón Calderón, porque ha conseguido aburrirnos a los españolitos con un equipo de suplentes y de matados.

Esta tarde, a modo de entretenimiento, me di un paseo al centro de la ciudad con el propósito de comprar unos cuantos libros para las vacaciones, ya que estoy casi decidido a no llevarme el ordenador y en alguna actividad (en realidad inactividad) habré de gastar las horas. Ya el año pasado me harté tanto de leer que he sido incapaz de abrir las tapas de un libro en los últimos diez meses. Corro un serio riesgo de embrutecerme, pero esto funciona así: ¿quién no ha dejado de comer bocadillos de choped por puro hartazgo?

Pues no me fue nada bien. Estuve como una hora mirando libros en la solitaria librería. Tan solitario estaba el local que tuve que decir hola a las empleadas: y que conste que no tenía maldita gana de decirles hola bonitas. Se me bajó el azúcar, tuve que ponerme en cuclillas varias veces porque me faltaba el aire: en realidad era el asco. No había un jodido libro bueno que meter en la cesta de la compra. Al final he regresado con tres, pero que conste que los miro por encima del hombro y que no espero nada placentero de ellos.

No sé si es que estoy demasiado fino o exigente, pero los productos de los anaqueles y expositores basculantes me parecieron bazofia decadente. Me compadecí de todos esos pobres escritores de profesión, intentando ser originales, tratando de vencer el hastío para lograr una obra mediocre que dé el pego. Nada servía.

Tomé en mis manos una novela de Juan Goytisolo. Este señor está ya incluido en las enciclopedias. Pasará a la historia de la literatura, pero seguro que cuando se consagró el listón estaba bajo. He leído algo de él, pero no me dejó huella. Tiene un nombre escritoril, sólo eso. Comencé a leer el argumento en la contraportada: una mujer casada con un médico que conoce a un arquitecto y deja que le clave el compás en la entrepierna; el marido reacciona y lucha y… bla bla. ¿Qué coño de basura es esta? ¿Una historia de infidelidad a estas alturas? ¿Y con un arquitecto? ¡Pero si los arquitectos ni siquiera son sexuales! Sentí una nausea y dejé la novela en su sitio: bueno, en realidad la cambié de lugar, sepultándola debidamente entre dos tomos de cocina canaria.

Pero el libro que realmente me cautivó fue uno titulado “No puedo vivir sin ti”, de Manuel Longares. Jamás había tenido noticia de este tal escritor, que debe de tener su fama porque ahí estaba, medio consagrado en las ediciones de bolsillo. Lo que me enamoró fue la fotografía de portada, esa que pueden ver, una joven morena, de ojos enormes e increíbles. Me temblaron las piernas. Ese libro parecía un buen candidato para mi cesta de la compra. Pero… ¿sólo por la portada?

Leí el comentario de la solapa: decía que se trataba de una historia de amor, pero que el tal Manuel Longares, sobre la base de este tema tan trillado, había conseguido un producto original. Ah… pensé, pues ya está: a mí me gustan las historias de amor (las que no me gustan son las de crímenes horrendos), y encima es original, y encima está la foto de esa chica que yo colgaría de una pared y le rendiría culto.

Jah. Qué poco sabía yo lo que me esperaba con el dichoso libro. Seguí leyendo el argumento: la protagonista debe atender a la hermana viuda, o al cuñado viudo, y cuidar de su sobrino… Y es como una cenicienta, hasta que descubre la pasión por ¿el equipo rojiblanco? El fútbol parece ser su única ilusión, pero pronto descubre que, en realidad, esa ilusión se materializa en un jugador lesionado, y en su ¿perrita?!!!!!!!

Cuando leí esto se me doblaron las rodillas, solté el libro de un respingo, y cayó al suelo. Sentí una arcada. Algo me bullía en las entrañas: aquello no era literatura… aquello era… ¿pura mierda?

De modo que lo siento. Ese libro no ha venido a mi casa. Y espero que las chicas de la librería hayan estado ocupadas el resto de la tarde limpiando mi vomitona gris. Y lo siento por el tal Manuel Longares, al que no conozco. Pero he decir que nombrar al Atlético de Madrid y a un jugador lesionado con una perrita no es guay en una novela: que tal cual te corta el rollo (más o menos lo mismo que si estás follando y la otra persona se ríe).

29 julio 2007

La jodienda de vivir en rebaño




Que la especie humana sea gregaria es una auténtica jodienda. Nos hubiera salido más a cuenta ser gregorios que gregarios, pero ahí está la vocal de mierda. Y es que menudo atraso lo de vivir en rebaños, familias, tribus: como quieran llamarlo. La vida social constituye una fuente inagotable de porquería que nos tenemos que comer por cojones: por cojones ajenos.

Yo siempre he defendido el individualismo. Desde adolescente iba por ahí, por las esquinas, proclamando que la base social no es la familia, sino el individuo, y me molestan mucho los discursos de los dirigentes políticos y religiosos que dan por supuesto que todos pertenecemos o tenemos una familia, y a los que no la tienen que los ondulen.

Estoy harto de sufrir por solidaridad. Porque si nos paramos a pensar, el único cometido de la familia moderna parece ser salpicarte con sus miserias hasta dejarte como un gorrino que se revuelca en las miasmas.

Vamos a analizar este caso: El Sr. Ingle no tiene hijos, pero sí varios hermanos con hijos. El Sr. Ingle procura vivir aparte, desentenderse de las intentonas de grandes banquetes familiares y otras reuniones absurdas por cansinas e inútiles. Sin embargo se puede dar a menudo que la hermana A del Sr. Ingle le llame por teléfono, y en lugar de contarle la inmensa alegría de haber estrenado un coche nuevo, lo que le dice es que fue un día de llanto y crujir de dientes. Porque el hermano B está de veraneo en su casa, y parece que el hijo de la hermana A tuvo un altercado con la hija del hermano B, y que ahí lloró todo el mundo.

Resultado: el Sr. Ingle recibe también, por contagio y solidaridad, aunque no haya estado presente, su buena dosis de sufrimiento. Y eso a pesar de sus precauciones: tener el menor contacto posible con tanto hermano como tiene, ni siquiera llamar por teléfono, porque sería el acabóse. En las familias numerosas uno no puede estar llamando a todo el mundo. Porque entonces no habría tiempo para Internet ni para ver la tele ni para rascarse las bolas.

La vida en rebaño es una lacra. Bastante carga supone afrontar la emotividad individual para encima verse obligado a arrimar el hombro a los funerales de otros. Uno, desde que nace, debe asumir el engorroso final de la vida: un cuerpo desvalido, propenso a las enfermedades, al dolor, a la soledad. Eso es la vejez, y la vivimos anticipadamente desde muchos años antes. Debería sernos suficiente esa anticipación de nuestra propia vejez, pero no: el hecho de ser hijos nos convierte en sufridores tributarios de la senectud de nuestros padres (incluso suegros, los que los tengan). Y lo que tendría que ser la etapa más tranquila y sedosa de nuestra existencia, la edad madura, entre los treinta y los cincuenta años, se convierte en el tormentoso desvalimiento de nuestros padres, que ellos nos endosan como justo pago por habernos regalado la vida: perdón, quise decir “por habernos vendido la vida”.

De modo que por más que analizo la cuestión, el remedio ideal sería que los humanos, lejos de ser gregarios, fuésemos cabrones individualistas. Deberíamos nacer sin familia, y vivir cada uno para sus problemas y con indiferencia de los ajenos. El modelo podrían ser las setas: que surgen sin previo aviso de la podredumbre de una hojarasca olvidada en un bosque hediondo. No hay padres a su lado, desde el inicio son autónomas e independientes, chupan del suelo lo que haya que chupar, y tras unos días de gloria se tuercen y arrugan con un rictus de placidez parecido al orgasmo.

Alguien podría alegar que la vida para uno mismo sería soporífera, pero en verdad en verdad les digo que quien piense así es que no se ha comprado un móvil de última generación con doscientas o trescientas pantallas de menús y otras tantas opciones configurables. Yo acabo de adquirir uno y me pasé dos días de feliz entretenimiento con el artilugio. Fui completamente feliz hasta que me llamó mi hermana y me contó que estaba jodida, a pesar de estrenar coche nuevo, porque su hijo le armó la bronca a la hija de mi hermano porque no le quería regalar una consola de juegos vieja que él no usa, y que al final terminaron todos llorando.

Qué mierda.

23 julio 2007

Conociendo a Carita de Caballo




No voy a ser tan grosero como el Sr. Mantel. Todavía me queda un atisbo de romanticismo y no he llegado a la fase de las apisonadoras que asfaltan las calles de putas. Sin embargo hoy tocaba hablar de las citas.


Recientemente invité a una señorita a cenar a un restaurante caro. Elegí el más caro porque quería impresionarla. Allí coincidimos con el grupo Maná, que estaba de gira. Cuando pasé a recogerla por su casa me bajé del coche para abrirle la puerta. Mientras nos saludábamos, un enorme perro negro se metió directo al asiento de atrás. Me reí con ganas, Toby, Toby, sal de ahí, que me llenas la tapicería de pelos. Pero la señorita se puso seria y dijo que “él” se venía con nosotros. Yo pensaba que en los restaurantes no admitían animales, pero esa noche, y en ese concreto restaurante caro, admitieron al asqueroso perro de mi amiga y a los cerdos del grupo Maná (que están viejorros y cerdotes).

Esta cita estuvo mal. No tengo suerte con las citas, he de confesarlo. El Soltero de Oro, en cambio, se las gasta de otra manera. Hace unos años fuimos de almuerzo a un comedero rústico del Valle de La Orotava. A mí el sitio me hedía a fruta podrida y a comida rancia. Pero allí nos sentamos, rodeados de plátanos que, al parecer, se podían comer en el postre. La camarera, una muchacha joven de rostro arrebolado, nos dejó la carta. El menú era exiguo: bistec de cerdo, conejo, puchero… Cuando vino para tomarnos la comanda, el Soltero de Oro le preguntó:

-¿El conejo cómo lo tiene?

-Picante y sabroso, respondió ella con una sonrisa que nos resquebrajó a todos el alma.

Por supuesto nos pasamos toda la comida con el cachondeo. Cada vez que venía la camarera, risitas y codazos al Soltero de Oro. Pero las burlas se acabaron cuando, a la hora del café, la muchacha le metió la manita en el bolsillo de la camisa y le dejó allí una tarjeta con su número. El Soltero de Oro reaccionó poniéndose colorado. Pero el cabrón no quiso venirse con nosotros y se quedó en el restaurante. Según nos contó el lunes, el conejo estaba de lo más sabroso, y se pegó un atracón. A eso se le llama gira triunfal.

Yo intenté que me pasara lo mismo en otra ocasión en que fuimos a San Juan de La Rambla, al restaurante de los arroces caldosos. Nos atendió una camarera quinceañera de las que a mí me gustan, con el culito redondo y bien lleno (cintura y caderas, ya saben). No sé por qué me tocó a mí probar el vino, porque soy el que menos entiende de vinos del grupo (de hecho, no bebo vino, sino cerveza). La camarera esperaba ansiosa mi respuesta. Tuve un instante de inspiración y, copa de vino en la mano, con toda concentración y naturalidad le dije, mirada clavada en sus ojos:

-Tiene un cuerpo excelente.

Mis amigos carraspearon. Pero a la muchacha parece que le hizo ilusión el adjetivo, ya que en adelante me sirvió a mí siempre el primero. A todas estas yo nervioso, envalentonado, pero nervioso. Esperé en vano que me dejara una tarjeta con su número. Me quedé de todas formas en el restaurante, tomando largos licores, mientras mis amigos ya se habían ido. Era ya la hora de cerrar, y la camarera no me hacía mucho caso. Bueno, para qué voy a alargar más el asunto. La verdad es que sí obtuve algo de ella: me ofreció un par de raciones de una paella buenísima que les había sobrado, y yo me la llevé para casa (la paella), y tuve una cena muy sabrosa (de paella, pero paella sin conejo).

Meses después, El Soltero de Oro quiso compensarme por mi infortunio. Un día me dijo: ¿Por qué no sales con mi amiga Carita de Caballo? ¿Y quién es esa?, le pregunté yo. Nada, una chica muy simpática, está soltera, es muy inteligente y le gusta el humor negro, como a ti. ¿Y si es tan simpática por qué no sales tú con ella? Me quejé. Pero El Soltero de Oro tenía coartada:

“Es que es muy alta. Para ti está bien, pero a mí me saca un palmo”.

De modo que acepté. Le dije que me dejara su correo electrónico y ahí nos estuvimos una semana mensajito va mensajito viene. La verdad es que Carita de Caballo era la mar de simpática, tenía mucha chispa, y mucha inteligencia. Tan divertido me tenía, que me despreocupé por completo de que fuera guapa o fea. El Soltero de Oro me la había descrito como “simpática”… quiero decir: no dijo en absoluto que estuviera buena ni nada parecido.

Un día me dejó su teléfono y la llamé. Su voz era femenina y coqueta. Me gustó mucho su voz, y como ella tenía prisa, quedamos para tomar una copa. Nuestro encuentro fue en un parking subterráneo, porque llovía. Nada romántico. Me pareció en directo que no tenía la voz tan bonita, y guapa no era. Por fin comprendí por qué la llamaban Carita de Caballo. Era, en efecto, muy alta y delgada, y la cara tenía justo la forma de una cara de caballo. De todas formas hablamos y hablamos. Y como todavía me divertía quedamos para cenar otro día.

La cita fue un desastre. Ella llevó su coche, me recogió a mí en casa, lo que no es muy caballeroso, pero yo creo en la igualdad. Me condujo a un restaurante que yo sabía que olía a comida rancia, pero por suerte estaba cerrado. Nos perdimos y por fin llegamos a otro de mis locales favoritos: porque tienen unas camareras jovencitas muy lindas y con culos espléndidos, que yo no paré de ensalzar. La comparación con Carita de Caballo era grotesca. El rasgo más horrible de la amiga de El Soltero de Oro eran sus hombros estrechos, muy estrechos. Daba grima lo juntos que los tenía. Hombros estrechos, nada de tetas, carita de caballo. Simpática pero ¡No!

Me trajo de vuelta a casa. Aparcó delante. Miró la fachada y preguntó que si la bunganvilla estaba por detrás (la buganvilla que yo había citado en uno de mis e-mails cachondos). Lo lógico era invitarla a pasar, para que viera “la buganvilla en todo su esplendor”. Pero yo sabía que si la invitaba a pasar, ese gesto me obligaba a follar, y ya he dicho en más de una ocasión que follar por obligación no es bueno. Y es que no podía dejar de pensar en sus hombros estrechos. Y en el olor asqueroso que desprendía el salpicadero de su coche. Es como si padeciera alergia y estornudara muy a menudo sobre el salpicadero (que para eso es salpicadero). Aquello olía como a saliva seca, a mocos rancios o algo así. Asqueroso, se los digo. De modo que a su pregunta le respondí: “Sí, la buganvilla está por detrás. Bueno, pues… ya nos vemos”.

Y le di un beso en la mejilla con bastante despego, salí del coche y me metí en la casa.

Jamás he permitido que El Soltero de Oro me intente colar ninguna otra de sus amigas.




15 julio 2007

Yo no nado nada



He de confesar que tengo el cuerpo destrozado. Aunque es domingo y una vieja normativa aconseja la holganza, me maté a trabajar con mi herramienta favorita. La cuestión es que si uno dispone de esta larga y poderosa herramienta, algún uso habrá que hacer de ella. Me refiero a mi martillo electro-neumático. A quien no lo haya usado, se lo recomiendo. Es muy viril.

Bajo los efectos de este cansancio, de nada trascendente podría escribir. Así que voy a disertar sobre las piscinas municipales, un tema muy fresquito y de plena actualidad: jah.

Hace tiempo que no nado nada. Fue hace cuatro años, durante mi estancia en La Palma, isla remota habitada por media docena de plátanos y un perenquén dentro de un buzón. Pocas ganas tenía, pero una mañana me encaminé a una solitaria playa de arena negra, a la que arribé sin tropezarme con ningún coche en la carretera: eso sí que es el paraíso. Cumplí con el ritual de asarme de calor y helarme en el agua, y enseguida me entró prisa por largarme. En la playa había apenas tres o cuatro grupitos. Y no ocurrió nada destacable, excepto lo de siempre: que uno va a esas playas de La Palma e invariablemente se planta delante de ti un alemán con sandalias y calcetines que te enseña el culo al ponerse el bañador.

La playa me gusta poco, pero menos las piscinas. Especialmente las piscinas públicas. Sin embargo es uno de los servicios más demandados por la población. Parece que todo el mundo padece de lumbalgias, y los médicos el remedio infalible que encuentran es que naden, que naden. Mi opinión es que se equivocan gravemente. No necesitamos nadar en absoluto, eso es de peces y nosotros no tenemos escamas sino piel suave y peluda. Somos más monos que peces y ahí está el error. Venimos de monos de cuatro patas y si nos duele la espalda es por forzar la posición. Las lumbalgias nos sobrevienen por pasarnos el día erectos y sentados. Los tendones lumbares pierden flexibilidad, y para que recuperen su elasticidad el único ejercicio que debemos hacer es tocarnos las putas de los pies con las manos, sin flexionar las rodillas. Es decir, volver a la postura de monos cuadrúpedos.

Necesitamos estiramientos. Lo de nadar es un invento de los médicos, que de forma imprudente van por ahí prescribiendo largas sesiones de natación, sin tener en cuenta que los ayuntamientos no están en condiciones de ofrecer este caro servicio. Pues rico es el Rey, para dar piscina a 100.000 ciudadanos. Un ayuntamiento mediano puede tener una, dos, tres piscinas. Pero las colas y las listas de espera son inmensas. Y los que obtienen cupo se encuentran metidos en un charco cual sardinas en lata: ahí ni se puede nadar ni cosa que se le parezca.

Nadar en una piscina pública se me antoja una afición cochina y asquerosa. Hay muchos que van de aprovechados, y se entretienen mirando las carnes ajenas sin pudicia y con lujuria. Una vergüenza. Un pecado inadmisible. Pero lo peor es la higiene. Es cierto que los usuarios son obligados a pasar por una piadosa ducha antes de meterse en el agua, pero vamos, por mucha ducha… es no hay que pensar mucho… esos culos agitándose, el agua que busca camino: muy mal se tienen que dar las cosas para que por ósmosis inversa no acaben en el agua una buena porción de bacterias fecales procedentes de los culos natatorios: las mismas que, invariablemente, se meterán por la boca de los que, grácilmente, practiquen el saludable deporte de la natación.

Para evitar esta mierda, y el problema de la masificación, he estado pensando en un invento. Todo el mundo conoce la bicicleta estática, artilugio gracias al cual ya no hace falta vestirse de licra y jugarse la vida en la carretera, pedaleando como locos, para bajar unos kilitos o poner duros los muslos. En el mismo dormitorio o en la terraza, y ataviado con un vulgar pijama, usted puede pedalear cuanto le dé la gana sin que le atropellen.

Si esto es así, lo que tienen que hacer los ingenieros inventores es inventar una piscina estática. Es decir, un aparato individual, que se pueda instalar en casa y que permita la práctica de la natación en seco. No sé, podría ser un armazón de acero, con poleas, elásticos y sujeciones. El deportista quedaría colgado en posición horizontal, y movería brazos y piernas, venciendo las resistencias de los elásticos, imitando la natación. A muchos les parecerá una idea disparatada, pero a mí lo que me parece disparatado es ir a una piscina pública a tragarse la mierda de media población del municipio.

Yo no nado nada, pero si nadara, preferiría nadar en seco.

08 julio 2007

Abrazos con pijama de Snoopy


Si todos los habitantes del planeta fueran como yo, a estas alturas los fabricantes de pijamas estarían arruinados. Hace 25 años que duermo completamente desnudo y me importa un pepino que llueva o nieve. Soy acalorado, y me molestan los elásticos y las costuras. Cuando estoy en la cama me gusta resbalar, escurrirme y deslizarme, y las prendas de dormir, por muy suaves y ligeras que sean, no hacen más que frenar mi carrera.

Claro que se podrá pensar que esto es una desvergüenza, un hombre completamente desnudo, incluso bajo las mantas, no deja de ser una provocación. Mi madre me atosiga para que acabe con esta costumbre. Según ella, hay que estar preparado para una emergencia, y si se genera un incendio, un terremoto, o un asalto de las tribus bárbaras a mitad de la noche y hay que echarse a la cama de un salto, resultaría bochornoso presentarse en bolas ante el cuerpo de bomberos o ante los aguerridos asaltantes. Yo le replico que esto no es un problema, ya que siempre se puede tirar de la sábana y enrollársela a modo de túnica romana.

También dice mi madre que hay que tener un par de pijamas de repuesto por si uno cae enfermo y tiene que venir el médico. Esto ya me parece una tontería, porque tal y como está la sanidad, es poco probable que un galeno se presente a las puertas de tu morada bisturí en mano (como ocurría en La Casa de la Pradera). La realidad es que, desmayados o desangrándonos, tenemos que acudir por nuestra cuenta al hospital, y que se joda el taxista con el vómito o la sangre. En el hospital no hace falta pijama, ya que lo primero que hacen es rasgarte tus pantalones con afiladas tijeras y ponerte una bata con la que es seguro que más de una docena de personas te verán el culo.

Repito, no sé cómo se manejan los demás, pero yo soy de dormir completamente desnudo. Reconozco que guardo en la cómoda un pijama de raso azul marino con dibujitos de Snoopy. Pero no sé muy bien con qué propósito. Ni si quiera he tenido la curiosidad de ponérmelo una noche para ver qué se siente. Bueno, me sirvió una vez para ligar. Le regalé un libro a una amiga y me dijo que le pusiera una dedicatoria. Yo le escribí: “Abrazos con pijama de Snoopy”. Ella se sintió intrigada, como es lógico, y me preguntó qué demonios significaba eso. Le expliqué que si le daba abrazos con pijama es porque íbamos a acostarnos juntos.

De todas formas he estado pensando que después de todo no es mala idea que una mujer esté siempre con el pijama puesto, en casa. El pijama es como una piel de repuesto, que raciona las oportunidades de ser acariciada por el sujeto varón. Si la mujer se te mete todos los días en la cama desnuda, la experiencia piel suave termina por diluirse en la rutina. En cambio, con el pijama, el objetivo desnudar-acariciar sigue resultando una aventura con incentivos y premio. Además, dormir abrazado a una mujer con pijama de franela puede ser equivalente a rascarse la piel con una lija de agua, lo que resulta conveniente para eliminar los pellejos muertos.

Esta mañana le pregunté a un amigo si su mujer dormía con pijama y me dijo que sí y que le resultaba muy agradable acariciarla “por fuera”. Me dijo que ella duerme hecha un ovillo y que él se abraza a la pelotita de confortable algodón. Su mujer es enfermera, y trabaja a turnos. A veces los fines de semana ella se levanta temprano y él continúa en la cama. Y ahí les pasa algo que me parece muy romántico: como a él no le gusta despertarse solo, ella se quita el pijama calentito y lo rellena con algodones y se lo coloca a él de nuevo entre sus brazos. El muy bendito no se da ni cuenta del cambio. Sigue durmiendo con su sonrisa beatífica. Mi amigo me ha confesado que alguna vez le ocurrió despertar con deseo, y que hizo el amor con el pijama relleno de algodón. Mi amigo me confesó que a veces siente más placer con el pijama relleno de algodón que con el pijama relleno de la carne tibia de su mujer. Sin embargo esto no se lo ha confesado a ella, porque la adora y sabe que no estaría bien decírselo. Es una cochinada…